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¡Sanji! ¡Dos filetes a la mesa tres y uno de ellos sin papas! —gritó alguien por sobre el ruido de los platos chocando y las calderas hirviendo—. ¡Y apura esos postres Kenny!

Un rubio alto que se encontraba de espaldas a los demás subió el brazo con el cual sostenía un cuchillo de cocina. Frente a él las tablas de cortar se hallaban repletas de verduras y vegetales picados en pequeños trozos y la olla humeante de sopa estaba lista para ser servida.

Nadie pareció intimidado por su apariencia salvaje. Con su cabello rubio de lado y una altura mayor a la del promedio.

—¡Voy! —gritó, terminó de cortar en un segundo las cebollas delante de él y las sofrió mientras aderezaba dos pedazos de carne cruda en una sartén.

Los cocineros a su alrededor siguieron haciendo su labor y de vez en cuando chocaban el uno contra el otro y se quitaban las cosas cuando el otro no veía. Era un caos, pero al mismo tiempo las comidas no paraban de salir caliente y bien cocinadas de ahí, como si ese desorden fuera el que le mantuviera sus ritmos al día. Muchos instrumentos de vez en cuando volaban por los aires y el rubio tuvo que esquivar unos cuantos mientras seguía cocinando las carnes. Ninguno mortal, más sí molestos.

Sanji vio como el dorado comenzaba a llenar la capa superficial y vio sus lados dudoso.

—Necesito ahora un... —Un cuchillo corto cayó volando cerca de él clavándose en la pared a centímetros de su cabeza, feliz lo miró—. ¡Perfecto! —sonrió con el cigarro aún entre los dientes antes de tomarlo y pelar con él las papas hervidas. Ni se molestó en adivinar quién lo había lanzado y tampoco era que tuviera el interés en saberlo.

Gritos e insultos resonaron por toda la cocina pero por alguna razón ningún golpe fue llegado a ser lanzado, como si no tuvieran intenciones de hacerlo, como si en realidad no estuvieran molestos los unos con los otros.

Eran como los perros que ladraban pero nunca lanzaban a morder.

—¡Sanji!

Con un suspiro apagó la estufa y los sirvió en dos platos delicadamente.

—Ya sé, ya sé Patty aquí tienes —gruñó teniéndole los platos.

Mientras los entregaba sintió vibrar su bolsillo y caminando de vuelta a su estación sonrió al ver la notificación en su correo.

"Buenas tardes BlondePrince5, se le envía esta notificación porque el usuario MonsterGreen17 le ha enviado un mensaje privado, ¿desea abrirlo?"

Deslizó su dedo y presionó guardar y revisar.

Sonrió al ver lo que decía:

"Hey, hombre/mujer/transgénero  de la especie homosapiens ¿quieres entrar a un gremio conmigo?" preguntaba el correo. Recordaba ese tópico entre los tantos de la conversación de ayer.

Sanji miró con incredulidad el mensaje no creyéndose a si mismo que pensaba responderle que sí al monstruo verde cuando llegara a su casa y se conectase a su computadora.

Habían hablado por casi tres horas seguidas, hasta el punto, que el sueño había dado mecha en él y se había disculpada con el otro antes de irse a dormir. El hecho que hubiera compartido sus preciados últimos minutos, ese pequeño tiempo en el que no le debía nada a nadie antes de acostarse, que cuando estaba de estudiante usaba para relajar su mente y que al tener problemas los usaba para descargar su ira y analizar mejor las cosas.

Esa horas o inclusive, solos pocos minutos que tenía por día gastarlos hablando con un extraño era irreal, ilógico, sin sentido... Más, teniendo en cuenta que desde hacía un tiempo había estado prácticamente ocupado a todas horas del día: por su trabajo, su entrenamiento constante o por una compañera pasajera.

¿Te conozco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora