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Zoro


—¿Hey Blonde todo bien? Perdona que te llame otra vez pero hoy vi cómo alguien atacó —de nuevo— tus minas, ya han pasado cinco horas y aún no las reparas. ¿Algo está mal con tu trabajo, quieres que yo te ayude? Perdona que te moleste sólo estoy preocupado.

Zoro suspiró y dejó el mensaje cuando el sonido de finalizado sonó. Estaba sentado en su computadora, con la mano derecha clickeando y la izquierda haciendo flexiones a un lado.

—Estoy estresado —supo cuando se vio levantando peso (con orgullo ahora podía usar las de 8 kilos sin problema), era una costumbre que había ganado cuando el levantarlas era lo único que le había mantenido ocupado de niño en su casa cuando nadie llegaba por horas y sólo estaba él, las pesas nunca usadas de su padre, y su silencio.

Zoro en verdad no recordaba sus padres, ambos habían muerto en un accidente de carro unas pocas semanas antes de cumplir once.

Y aún así siendo un niño, comprendiendo que estaba asolo y sin nadie que quisiera hacerse responsable de él (familiares que nunca había visto gritando y peleando por no poseer lo) en el funeral no pudo verse llorando cuando sus compañeros de trabajo y amigos de los cuales recién realizaba la existencia llegaban y lo trataban de consolar. Los señores Roronora siempre se habían mantenido a todas horas afuera trabajando, contadas veces había visto señales de que habían entrado y salido por alguna razón y eso sucedía una o dos veces por mes como mucho.

Supo reconocerlo por el leve movimiento de las cosas que había dejado en una posición antes, y de a veces por el polvo y tierra en la entrada de la casa. Aunque sin nadie adentro, pero con el montículo de dinero en su mesa intacto.

De niño no lo entendió, sus miradas tristes y palabras compasivas confusas. Hasta ese momento él había considerado normal su situación, que los padres debían hacer su vida para ganar dinero y su deber como hijo era cuidar la casa en su ausencia. Pero cuando comenzó la escuela primaria y vio a las mamás y los papás esperando afuera, buscando a sus hijos y hablando con los maestros fue que se dio cuenta que algo no era normal en él.

Y por eso un día les esperó en la escuela a que lo fueran a buscar luego de haberles escrito por correo que haría eso. Nunca llegaron, y con lástima la maestra le había pedido que se retirara cuando ya debían cerrar.

—Perdona Zoro-kun —dijo triste y arrodillada frente a él—, habrán estado muy ocupados para venir. ¿Quieres que te acompañe o llame a un taxi por ti?

Por eso no lloró cuando se enteró de su muerte, porque no podías lamentar unos nombres sin rostro. Sí sintió pérdida por saber que no volvería la entrada constante de dinero; pero cuando le dieron sus cuentas y todos sus ahorros (la gente que trabajaba para ellos y los abogados encargados del seguro) esa pena se fue por la gran cantidad que tenían ahorrado.

—Al menos sí trabajaban —había murmurado viendo la cantidad de ceros en la pantalla.

De algo había servido su ausencia.

Fue después, en realidad el día de su funeral que por fin Zoro realizó por qué ellos le habían dejado por su cuenta. Y por qué él iba a una escuela donde ningún niño le miraba a los ojos al hablar y varios parecían sumidos en su propios mundo.

Por qué era una escuela para especiales.

No porque Zoro fuera mejor que los demás (como siempre pensó que era la razón), sino porque él era anormal.

No podrían haberlo tratado de otra forma.

—Tiene el cabello verde... —murmuró alguien mirándolo de reojo. Las dos mujeres pensaban que por su pose encorvada en medio del funeral no las podía escuchar, tal vez sumido en sus pensamientos de dolor y pérdida.

¿Te conozco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora