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Suspiró.

Dudó.

Dio dos vueltas alrededor de la mesa. Sobre la misma el teléfono seguía vibrando en su misma posición.

Nadie sabía lo suyo con él. Sólo Kid en su confesión desesperada, pero sabía que ni siquiera el cantinero podía de verdad llegar a entender lo que sentía por ese hombre. Lo profundo que había caído (palabras del cantinero) en su corazón. No podría entender lo mucho que le importaba esa relación, lo mucho que deseaba mantenerla.

Quería hablarle, quería invitarlo a verse cara a cara. Ver por fin el color de sus ojos y preguntarle por su animal favorito y que le contara todo lo que quisiera sobre juegos, espadas y saké.

El teléfono siguió vibrando. La imagen de usuario y un nuevo nombre señalaban la pantalla.

Sólo estaba como él, porque no se sentía con el poder de llamarlo monstruo cuando era todo lo contrario.

¿Debía hacerlo? ¿Contestarle aún después de todo lo que había llegado a pensar de él? ¿Tenía el derecho de escuchar su voz aun cuando se lo había imaginado consigo en formas que no eran sólo amistad? Sanji sentía que lo había usado sin su permiso, invadiendo su privacidad como protagonista en sus fantasías. Algunas sexuales, otras tan inocentes como una mañana despertar con café echo o un desayuno de waffles antes de salir a trabajar.

Ambos mirándose a los ojos al comer. Dándose un casto beso en los labios antes de ir cada uno por su lado.

Aunque...

—¿Y si piensa que no le contesto porque me desagrada? —pensó de repente. Fue tan Dolorosa. Brillante. Y obvia esa posibilidad de repente que estiró su brazo y marcó contestar un instante antes que se cortara.

—Ah-g... ¿Aló?... ¿Blonde? —preguntó inseguro—. ¿Estás bien? ¿Llamé en mal momento? —dudó apenado—. Sabes que yo puedo llamar en cualquier otro segundo si te parec-

—No —le detuvo. Por alguna razón sentía la necesidad de jadear. Como si hubiera hecho ejercicio y necesitara aire. Estaba cansado, quería llorar de escuchar su voz tan mal... Respiró profundo, tenía que calmarse—: No —repitió, agradeció a los dioses que su voz no temblara.

Unos segundos de silencio le hicieron dudar.

—¿Hola...?

—Yo, ¡Ahg! Perdona Blonde estoy tan acostumbrado a trabajar por mi cuenta que hay veces que olvido que los demás tienen horarios que cumplir —se disculpó toscamente, de verdad sonando sincero. De un tiempo hasta ahora Sanji había notado lo suave que podía sonar su voz a veces. Como si fuera tela de seda, suave contra sus oídos y melodiosa.

Tosió tratando de eliminar la pena de él. Sentía la cara muy caliente.

—¿Blonde? ¿Estás enfermo? Eso no sonó bien.

—No eres ningún problema —dijo atropellado e ignorando lo segundo. Sabía que estaba solo en el cuarto pero no pudo evitar llevarse una mano sobre la boca. Qué vergüenza—. Yo, bueno, no estaba haciendo nada en realidad —mintió. Sí estaba, pero no era nada comparado a hablar con él.

Mierda, ¿tan bajo había caído? Se imaginaba a Kid riendo a carcajadas mientras asentía con la cabeza.

Aún con la mitad de la cara oculta negó. Era patético para un adulto de su calibre.

—Perdona igual —repitió suspirando—. Mi horario es uno muy liberal. Mientras lo completo a mis clientes no les importa que trabaje a las dos de la mañana o cinco de la tarde.

¿Te conozco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora