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¡Auch! —chilló saltando. Culpable Zoro le miró. El algodón en sus manos como prueba del crimen.

—Perdón —se disculpó. El pequeño sorprendido abrió aún más el ojo y negó desesperadamente.

—¡No es tu culpa! —chilló con rapidez, Zoro elevó una ceja en respuesta, más cuando comenzó a agitar las manos de lado a lado.

—No pasa nada —trató de calmarlo pero le ignoró.

—¡Es mía! Es sólo alcohol no debería reaccionar así. —Negó con sus ojos aguados—. Es patético de mi parte, lo sé, lo sé, perdona-

—Detente —ordenó con firmeza pero suavidad a la vez. El niño parpadeó sorprendido.

—Pero...

—Fue muy valiente lo que hiciste, los héroes lloran porque saben lo que es la verdadera fuerza ¿sabías? —preguntó con una leve sonrisa.

Por un segundo el pequeño dejó de restregarse sus ojos llorosos, sus hombros tensos se liberaron al instante y su labio que hasta ese momento había estado mordiendo —Zoro sabía que la sangre en la barbilla no había sido causada por la caída, pero también que ese pequeño gesto parecía calmarlo. Un tic nervioso dedujo—, y lo miró en silencio.

Zoro sonriendo levemente no pudo evitar pensar que sus ojos eran tiernos estando tan grandes y brillantes de las lágrimas ya derramadas.

—¿Está bien llorar? —susurró tembloroso—, no-hip —hipeó—... ¿no estoy siendo un cobarde- verd- verdad? —preguntó inseguro.

¿Quién te habrá echo daño? Se preguntó suspirando.

¿Por qué siempre debe haber alguien lastimado? se preguntó de nuevo molesto y con un vago sentimiento de vacío.

—Nunca lo has sido —respondió acariciando sus cabellos con cuidado—, eres fuerte, grande, valeroso...

¡Pero sí he sido un cobarde!

—... y amable... —susurró deteniéndose, sorprendido miró al niño que recién había explotado con fuerzas. Seguía sentado a un lado de las hornillas de su cocina sobre los almacenes. Sus piernas guindaban lejos del suelo, y con el grifo cerca había podido limpiarle las heridas con agua fácilmente, ahora, tan cerca del posible fuego, puso una mano entre sus pierna izquierda y donde se activaba el fuego.

Este, lanzando los brazos a cada lado de sus cuerpo gritó.

—¡He sido débil en el pasado! —repitió consternado—.¡Soy débil! ¡Débil! ¡Débil! ¡Nunca puedo hacer nada bien! ¡Siempr- siempre- me equivoco! ¡Siempre fallo!

Impactado Zoro dio un paso atrás preocupado. Más, cuando los ojos del pequeño comenzaron a llenarse de nuevo de lágrimas y un nuevo hilo de sangre fresca comenzó a descender desde sus labios. Se mordía de nuevo, estaba haciéndose daño.

Zoro frunció el ceño y negó: —Tú no eres... —comenzó a decir con firmeza.

—¡Lo soy lo soy lo soy! ¡No puedo hacer nada bien! —el niño le interrumpió. Cerró sus ojos y comenzó a agitar la cabeza como loco, como si quisiera alejar las palabras de él realizó el espachín, alejar el dolor—. ¡Siempre fallo! ¡Siempre me equivoco! —lloró—, ¡soy un nene, una niña, lloro por todo!... No —inspiró con fuerza con su voz temblando, notó como su garganta se le cerraba y como le dolía la cabeza, su ojo derecho le ardía por la sal de las lágrimas entrando en la herida y estaba tan cansado, quería dormir tan mal—, ¡no merezco vivir, lo sé—!

Zoro nunca, nunca abrazaba a los niños a menos de ser absolutamente necesario (porque un delincuente cargando a un niño nunca podía ser interpretado de buena forma, porque a él no le importaba lo que dijera la gente pero sabía que ellos entendían lo que se decía a su alrededor. Porque más de una vez lo tildaron de secuestrador, y los pobres nunca se merecieron la atención extra por parte de la policía).

¿Te conozco?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora