No me gusta la nieve

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BECCA

Becca se había dormido sobre Beyoncé mientras sobrevolaban Washington. No había dormido bien por la noche por culpa del tío rubio.

Como sea, de repente empezó a sentir mucho frío. Se despertó, y miró el lugar.

Eso no era California. Hacía mucho frío, y ella sabía como era California, qué diablos. Había estado allí montones de veces.

"Beyoncé, ¿dónde Hades estamos?"

"Los dioses del viento me han enviado hasta aquí, señora. No se porqué, pero estamos en Canadá."

"¡¿Canadá?!

"Sí, en Quebec. Justo donde vive Bóreas. El viento del norte".

Becca no pudo evitar cabrearse. En la profecía no decía nada de desviarse hasta el país vecino. Se preguntaba si el Oráculo de Delfos tenía hoja de reclamaciones.

Un hotel andaba cerca. Quizá podría ir a pedir algo de abrigo. Hacía frío para estar en pleno agosto. Entonces, dos tipos con alas púrpura aparecieron de la nada. Uno era grande y fuerte, con camiseta de hockey. El otro era flacucho y con el pelo largo y blanco como la escarcha, igual que el grandullón. Tenía una espantosa camisa de seda con los primeros botones abiertos, como si eso lo fuera a hacer más atractivo o vete a saber qué. Como sea, ambos llevaban espadas, y debían de ser hermanos.

—¿Destruir?—preguntó el grande.

El flacucho miró a Becca un segundo. Luego sonrió encantado.

—Disculpa la intromisión, bella muchacha, pero tenía órdenes de saber quien pasa por los dominios de nuestro padre. Este es Calais, mi hermano.

—¡Cal! ¡Pizza!

—Y yo soy Zetes. Somos los Boreads, los hijos de Bóreas.

—Ya. Navegasteis con Jasón en el Argo I.

Zetes sonrió encantado de nuevo.

—Así que has oído hablar de nosotros... ¿Y tú quién eres?

—Rebecca. Rebecca di Rizzi. Podéis llamarme Becca.

—Bombón italiano, por lo que veo... Y bonito pegaso. Hace mucho que no veía un macho tan hermoso.

"Soy una yegua, pedazo de idiota, hijo de..."

"Cuida ese hocico, Beyoncé".

—Dice que es una yegua.—le dijo Becca. Zetes le miró un momento.

—¿Cómo...?

—Es hija de Poseidón, idiota.

Una joven se acercaba a ellos. Era anormalmente pálida, del color de la nieve. Llevaba un vestido blanco, y unos ojos y el cabello oscuro. Era guapa, sí, la verdad, pero le daba algo de mala espina.
Se acercaba a ellos con pasos elegantes y cautelosos, como si quisiera coquetear con alguien.

—Hace mucho que no veo a un hijo de Poseidón. Me recuerdas mucho a él. Eres como su versión femenina. Salí con él un tiempo, ¿sabes? Tuvimos incluso un hijo, Eumolpo. Eres tan hermosa como tu padre. Los mismos ojos verdes, aunque los tuyos son incluso más bonitos.

Becca asimiló el hecho de que tenía delante a una ex de su padre. Y que la ex le estaba tirando los tejos. Ella recordaba que muchos de los dioses eran bisexuales. Esa chica probablemente lo fuera también. Pero esa diosa pálida le daba mal rollo. 

—Eh... ¿tú eres...?

—Quíone. Diosa de la nieve.

Becca no sabía que decir. Le incomodaba aquello.

La Batalla del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora