Capítulo catorce

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—Ven, vayamos por aquí

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—Ven, vayamos por aquí.

Su murmullo penetró mis oídos como si ése fuera su único propósito.

Castiel tomó mi mano una vez más y, con los pasos grandes y apresurados me arrastró a su lado mientras traté de seguirle el paso, tropezándome con mis propios pies de vez en cuando, debido a que mi cuerpo entero todavía no podía acostumbrarse al suave tacto de la gran y delgada mano del pelirrojo sobre la mía, que quemaba mi palma y me helaba los sentidos.

Me arrastró, me arrastró y me llevó junto a él durante todo el trayecto, guiándome hacia donde él quisiera que fuéramos sin importar a dónde. Y yo nunca me resistí a él. Estábamos rodeados de gente, de sonidos y de colores, y aun así, mi mente sólo tenía lugar para concentrarse en él.

Llegó a un punto en el que nuestros pasos dejaron de resonar contra el suelo junto a todos los demás, Castiel se detuvo repentinamente frente al gran balcón de la entrada principal de la plaza en la que estábamos, en el que detrás de él caía y resonaba el agua cristalina, y yo choqué contra su espalda, mientras nuestros brazos se rozaban. Cuando observé cómo soltaba mi mano y se giraba para mirarme, el pelirrojo se descolgó el gran estuche de la guitarra del hombro, que había traído consigo durante toda la salida, recargándose sobre el balcón.

Quise decir algo, pero justo en el momento en el que abrí la boca, Castiel levantó la mirada. Y me dio una mirada tan corta, pero tan significativa a la vez, que hizo que todos mis sentidos se adormecieran y me aferrara con las manos a la barra del barandal, sintiendo que si no lo hacía me caería en cualquier momento en consecuencia de la tormenta de sentimientos que reflejaban los ojos grises de Castiel.

—Escucha, ¿sí? Quiero que escuches esto —el cierre del gran estuche de la guitarra negro entre sus manos resonó entre nosotros dos, y Castiel sacó el instrumento de cuerda sosteniéndolo entre sus manos, acomodándolo a través de su hombro, viéndome otra vez.

Esta vez sentí algo erizarme los pelos de la nuca, mientras inconscientemente me inclinaba hacia él. Ambos nos sumergimos en un ambiente de calidez que sólo nosotros dos creábamos con nuestro propio calor.

Nadie más, ni nadie menos.

Empezó a tocar, vacilando en cada uno de sus movimientos. Podía  observar cómo cambiaba de posición; inclinándose sobre una pierna, moviendo sus pies, y yo sólo atiné a rozar mi rodilla con la suya, sin dejar de observar su rostro a su lado.

Mordió su labio y, antes de empezar a cantar, me miró, y me preguntó con los ojos.

"¿Así es como se enamora a una persona, Nathaniel?"

Ella se lo pierde, Castiel »casthanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora