Capítulo veintiuno

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He tenido una pesadilla mientras me encontraba despierto

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He tenido una pesadilla mientras me encontraba despierto.

En ella, los intérpretes ocupaban los papeles correspondientes de Debrah y un chico moreno y totalmente desconocido para mí. Mientras tanto yo, como espectador, observaba anonadado desde arriba el cómo se esparcía una cómoda atmósfera entre ellos: mientras tanto, ella me observaba de reojo; mientras tanto, yo perdía la cabeza.

En el momento en el que la pareja sellaba su encuentro meloso con broche de oro es cuando despierto.

¿En verdad estoy despierto?

Estoy caminando en el resplandor de un pasillo vacío, con mis pasos decididos y sin ninguna vacilación resonando, yendo hacia algún lugar en concreto. Su sonido es característicamente constante y fuerte. Tan fuerte como me hubiera gustado serlo durante toda mi vida. Tan fuerte como me siento en este instante. Incluso tan fuerte como el sonido de la puerta de delegados abriéndose con empoderamiento y decisión.

Mis manos experimentan un ligero ardor en cuanto tocan la manija de metal, en un contraste de temperatura que siento por todo mi ser consciente... pero es tan sólo un minúsculo segundo que pasa en cámara lenta en mi cabeza y se refleja en mis ojos, con el pórtico descubriéndose.

Todas mis acciones, después de todo, se contrastan con la suave lluvia que colorea el cielo reflejado en la gran ventana, y que pronto se mezcla con el sonido de mis zapatos de vestir contra el suelo.

Es lunes, la temporada de lluvias ha comenzado, y Debrah está sentada sobre el escritorio de metal en una pose elegantemente exagerada. ¿De qué otra manera se le puede llamar a esta situación?

Todo el papeleo que está minuciosamente ordenado en una pila en una esquina lo tira al girarse en mi dirección y se riega por el suelo. Combina perfectamente con el sonido ligero de la lluvia a las afueras, haciendo una carrera por los ventanales. Suena a un desastre que provoca dentro de mí un incontrolable vértigo. Este próximo torbellino se confirma en cuanto veo sus ojos: tan azules, profundos y manipuladores. Aquellos ojos que tintinean en la oscuridad, como luces de navidad.

-Buenos días, Nath.

-No me llames de esa manera -contesto. Mi voz suena tan neutral y desinteresada, pero es sólo una máscara para el verdadero veneno que estoy aguardando en mi interior-, y, por favor, necesito que te apartes de mi escritorio.

Mi vista se vuelve borrosa cuando ella sonríe. Se acomoda el pelo sobre el hombro derecho y cruza sus piernas, habituándose en aquel lugar, haciéndolo suyo.

Ahora ya no es mi escritorio, es suyo... o eso parece.

-No seas tan malo, vine a visitarte única y exclusivamente a ti. ¿No estás feliz de verme?

-No puedes estar en la sala de delegados, a menos que te haya mandado algún profesor, o tengas algún asunto de suma importancia que resolver con el delegado.

Ella se lo pierde, Castiel »casthanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora