Capítulo diez

3K 318 136
                                    

No fue para nada la intención de Castiel que llegara enamorarme de él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No fue para nada la intención de Castiel que llegara enamorarme de él.

Para nada.

Eso es lo que puedo entender mejor que nada ahora que esto está pasando. Si hubiera sido su intención, aún por un pequeño momento, yo no tendría que estar en este momento en el escritorio de mi habitación, recargado sobre mis codos con la tapa de un bolígrafo de tinta azul entre mis dientes y mirando la libreta que reposa acaparando toda mi atención justo frente a mí.

Aún si hubiera sido así y él de todas formas hubiera acudido a mí, sabiendo que estoy enamorado hasta la coronilla de su estupidez, sé que gracias a que estoy lo suficientemente idiotizado por Castiel y por su increíble, maravillosa pero sobre todo molesta manera de manipularme a su favor en cualquier momento en el que se lo proponga con tan sólo pestañear... bueno, puede que realmente las cosas seguirían iguales.

¿A quién engaño? No puede que. Las cosas seguirían totalmente iguales.

Ahora que estoy aquí es cuando la pregunta "¿En qué podría basarme para empezar esta ridiculez?" verdaderamente cobra sentido. Si me trato de concentrar en la manera en la que me llegué a enamorar de esta manera de Castiel es inevitable pensar en que realmente nada de lo que pueda llegar a mi cabeza ni siquiera llega a ser incoherente. Es entonces cuando me imagino una torre en construcción, que poco a poco va teniendo más y más altura mientras más tiempo pasa y, cuando llega el punto en el que no puede mantenerse por sobre su propio peso, se cae sobre sí misma destruyendo todo lo que está a su alrededor y destruyéndose también, colapsando tal y como lo hace mi mente.

Todos esos pensamientos con poco sentido son una torre, que mientras más los vas pensando y más los vas construyendo llegan al punto de destruirse a sí mismos.

Estás perdiendo la cordura.

Espera, Nathaniel, ¿no lo habías hecho ya?

El delgado bolígrafo que sostengo entre mi mano se mueve con ímpetu y descontrol junto con ella. Se desliza por mis delgados dedos, que no dejan de moverse, juguetones y esperando una idea para poder empezar con su trabajo. No lo sé. El reto cada vez se hace mucho más complicado, y yo cada vez pienso más y más en el profundo color frío y azul como lo es el que invade los ojos de Debrah cada vez que mira a Castiel. Me estremece. Me desconcierta. Me desmotiva. Pero basta con imaginar los cálidos labios del chico curvándose en una sonrisa traviesa y sarcástica para hacerme sentir muchas cosas más. Puede estremecerme también. Puede desconcertarme también. Pero no me puede desmotivar.

Bufo sonoramente, jugueteando conmigo mismo sin ser consciente. Muerdo mis labios, choco los pies contra el suelo y me inclino contra el respaldo de la silla. Levanto la cabeza hacia el techo, y lo que veo es un vacío blanco más aburrido que mi vida diaria. Río. Tal vez me quedo así durante muchísimo más tiempo del que me imagino, pero llega ese momento. Ese momento que siempre llega cuando piensas demasiado las cosas, y frunces el ceño, acomodas los pies en el suelo aparentando seguridad y vuelves a recargar los codos contra el escritorio.

Ella se lo pierde, Castiel »casthanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora