Prologo

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Sexto piso. Las puertas del ascensor por fin se abrieron. El suave hilo musical fue acallado por un murmullo de voces y ruidos proveniente de las oficinas al fondo del pasillo. Conforme avanzaba más notable se hacía, hasta hacerse ensordecedor cuando las puertas de cristal cedieron a su empuje.

Hinata cruzó decidida el umbral. En seguida notó que algo extraño pasaba, a cada paso que daba los sonidos de oficina se iban apagando. Uno tras otro, sus compañeros paraban su trabajo y se giraban para posar sus ojos en ella.

Tragó saliva. "¿Qué estaba pasando?" Por regla general, era más bien «la ignorada» de aquel equipo, nadie se fijaba en ella. Pero esta vez era distinto. Su timidez e inquietud iba en aumento conforme avanzaba. Por el rabillo del ojo vio a Sasuke, boquiabierto, sosteniendo su taza de café sin lograr apartar su vista. Sakura, a su lado, la miraba negando con la cabeza. ¿Por qué la miraban todos de esa manera? La respuesta llegó cuando logró ver su figura en el gran espejo que se encontraba al final del pasillo.

Se encontró con una imagen que la dejó perpleja. Su cabello negro azulado, peinado en un recatado moño, era lo único que no variaba en ella. A partir de ahí el reflejo le resultaba totalmente extraño y ajeno a su tímida personalidad.

Y es que Hinata estaba casi desnuda. Lo único que llevaba como prenda de vestir era un liguero azul y unas medias en conjunto y de rejilla, ni siquiera bragas. Los sugerentes pechos se movían al compás de su caminar, y sus rosados pezones estaban erectos, saludando altivos a cuantos quisieran verlos. Incluso pudo apreciar ese diminuto triángulo de vello en su pubis, lo único que coronaba su íntimo secreto.

―¡Mi madre! ―Se trató de cubrir. Aunque ya daba igual, pues la estaban viendo en ese momento. A pesar de ello, de alguna manera, en su fuero interno empezó a sentirse poderosa. Las miradas de todos y cada uno de ellos eran lascivas, mostrando el evidente deseo que despertaba.

Por una vez no era la tímida Hina. Era la sensual, lujuriosa y pecaminosa Hinata Hyuga.

Sensualmente se giró para verlos a todos, esta vez sabía lo que veían. Deliciosamente desvergonzada y provocativamente desnuda les ofreció una visión de lo que ella tenía escondido y que ninguno podría disfrutar, salvo...

―Señorita Hyuga, ¿puede venir a mi despacho, por favor? ―La voz varonil de Toneri Otsutsuki, su jefe y amor secreto la hizo temblar. "¿La había llamado a su oficina? ¿A ella?" Se mordió los labios y comenzó a avanzar contoneándose.

Cruzó el umbral de la puerta y se detuvo un momento para observar el lugar; un lustroso sofá de cuero negro situado junto a una enorme librería repleta de cientos de libros; en la pared, el éxito del trabajo cosechado: premios y reconocimientos se mostraban como el trofeo bien merecido; y, al fondo de la estancia, un moderno escritorio de madera, con el hombre de sus sueños de pie, apoyado, con sus piernas cruzadas. Observó como su mirada la recorría a placer.

Con pasos felinos su jefe se acercó, cerró la puerta detrás de ella y echó la persiana para dejarles en total intimidad. Se giró despacio quedando próximo a la espalda de la joven, que permanecía inmóvil y expectante.

―Hinata ―la voz, como una caricia, le llegó desde la nuca―.

Necesitaba hablar contigo― Un dedo acarició el cuello femenino―. Dios, es difícil poder contener todo lo que siento. Llevo tanto tiempo soñando con tenerte para mí.

La joven no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Toneri era un gran conquistador. Sabía que era un hombre de gustos exquisitos, y ahí estaba él tratando de seducirla."¡Siii, kami-sama, Alá! ¡Gracias, gracias!".

―¿En serio? ―su femenina voz parecía más un tembloroso susurro.

Toneri, tomándola por los brazos, la giró para contemplarla.

Tres no son multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora