Epílogo

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(DOS AÑOS DESPUÉS)

Las paredes de la habitación 303, en el cuarto piso del Tesla General Hospital, ahogaba los gritos infernales de la parturienta. Hinata empujaba entre contracción y contracción mientras sus esposos, a cada lado, le sujetaban con dulzura las manos.

―Menos mal que entre contracción y contracción no te duele. ―dijo Naruto.

―¡Fuera! ―Furiosa y transformada lo miraba mientras de nuevo el punzante dolor la obligaba a empujar de nuevo con fuerza.

―No te preocupes amor. Me encargare que Anakin y Han no le hablen hasta que cumplan la mayoría de edad. ―prometió Menma.

―¿Qué?

La futura madre al escuchar semejante salvajada estaba a punto de dar marcha atrás al parto, salirse del hospital, tomar el primer avión que la alejara de aquel par de hombres y dar a luz con tranquilidad.

―Esos son los nombres que hemos elegimos si son varones

―contestó orgulloso y satisfecho el otro.

La contracción la pilló desprevenida haciéndola empujar con más fuerza mientras apretaba las manos de aquellos insufribles hermanos, tratando de hacérselas polvo.

―Escuchad ahora. ―La mujer tomó un poco de aire―. Juradme por lo más sagrado que tengan, que esos no son los nombres que les pondrán a mis hijos ―suplicó mientras una nueva contracción la hacía actuar por instinto apretando los dientes.

―Te juramos por ti, y por esos bebés que llevas en el vientre que sólo tú podrás decidir los nombres. ―Le sonrieron mostrando el inmenso amor que tenían por ella.

―Y ¿el Halcón? ―tomó aire, sabía que venía una nueva.

―Para los niños. Nosotros ya tenemos algo más importante.

―Volvieron a decir besando su frente e instándole a que hiciera un último esfuerzo.

En el pasillo del hospital una Kushina furiosa gritaba a las enfermeras mientras sus abnegados hombres daban vuelta a la pajita del café.

Llevaban horas esperando fuera y no les permitían entrar a ver cómo estaba su nuera, y sobre todo sus nietos, de los que estaban seguros que iban a ser varones, para continuar con aquella tradición familiar.

Al poco rato la enfermera salió permitiéndoles la entrada. Hinata se veía sudorosa y agotada, pero con ese halo de luz que solo una madre puede dar. Sonrió a la mujer y cómplice asintió suavemente.

―Dejadnos ver a nuestros nietos. ―Pidieron los hombres acercándose a los recién nacidos, cada uno en brazos de sus padres.

―Querréis decir nietas. ―Corrigió Hina radiante, mientras Kushina tomaba una foto a los sorprendidos abuelos.

―¿Niñas? ―Esta vez los abuelos se sintieron más orgullosos.

Robaron a cada nena y sonrientes caminando como pavos reales.

La familia estaba disfrutando de los nuevos miembros, cuando se escuchó desde la habitación contigua los gritos eufóricos de la familia que estaba recibiendo también la buena nueva. No tardó en aparecer uno de los mejore amigos de la familia; orgulloso les puso un puro a cada hombre.

―Me han hecho abuelo. ―Su rostro mostraba la más amplia y absoluta satisfacción―. Cuatrillizos y todos varones. ―Se comenzó a frotar las manos―. Ah, mi hijo ha mostrado ser el más macho de todos.

―Ya te explicamos Damián que la in-vitro no dice nada de la virilidad de tu hijo, pero si da mucho que hablar. ―Lo pico Kushina―. Mi nuera ha mostrado ser más mujer. Ha dado dos nietas gloriosas.

―Pe... pero... ―el hombre se acercó a las criaturas y nervioso salió

corriendo.

―¿Qué ha pasado? ―Hina miraba confusa la puerta mientras le entregaban a sus hambrientas hijas.

El abuelo Toribama sonrió mordiendo el puro de chocolate y satisfecho cerró la puerta.

―Significa que sus nietos, cuando sean grandes, saldrán de caza.

El chillido de las pequeñas hizo que toda la concentración se fijará de nuevo en las recién nacidas que exigían su sagrado primer alimento. Lejos quedaban las preocupaciones que pudiesen llegar a tener, después de todo aún faltaban años para que eso sucediera y para eso existían conventos y cabañas apartadas de las manos de Dios. O bien un destino y un camino por cumplir. Todo se vería con el paso de los años.

Lo que estaba claro era que Hina era feliz con aquel par de hombres que le habían entregado todo su ser, sus momentos más alocados, apasionados y ahora una nueva familia.

Era cierto lo que Tsunade le había dicho. No había que hacer nada por luchar contra el destino. Había que aprender a aceptar las sorpresas de la vida. Vio a su familia y se sintió feliz. Ahora sabía que todo su camino había sido un preparativo para lo que ahora tenía.

―¿En que piensas? ―Le preguntaron los hermanos con todo el amor en sus ojos.

―En lo que me dijo mi abuela el día que los conoció.

―¿Qué fue?

―Que tres no son multitud, aunque ahora, ―acarició las cabecitas de las niñas―, creo que cinco tampoco lo son.

―¿Eres feliz? ―preguntó Naruto.

―Más que feliz.

―Entonces creo que lo hemos hecho bien. ―Menma se sentó a un costado de la cama.

―Más que bien, lo han hecho fenomenal.

―Bueno, ¿y qué nombre le pondrán a estas niñas? ―preguntó el abuelo Minato limpiando sus gafas.

Todas las miradas se posaron en la joven madre que sonrió y, sin dudarlo, contestó:

―Padmé y Leia.

Los gemelos cayeron de rodillas mirándola con la adoración de siempre.

―¡Gracias! ¡Gracias! ―Dijeron al unísono.

Casi se habían desmayado cuando Hina había rechazado los nombres si hubiesen sido chicos. La angustia les había llegado, no sabían cómo salvar aquella etapa sin que les pidieran el divorcio y tuvieran hijos que se les fueran de las manos, pero la señal había llegado clara; niñas.

Después de todo el Halcón milenario no les había fallado. Le habían pedido a la mujer perfecta, y fue concedida. La última petición la había hecho antes de salir de casa con Hinata de parto.

Dos nombres de monarcas imperiales habían sido puestos a sus pequeñas, y la paz había llegado a sus corazones. Ahora ellas mismas instaurarían una nueva tradición.

Pero para eso faltaban muchos, muchos años, Así que se dispusieron a disfrutar de lo que la sagrada nave les había obsequiado: A su mujer y a sus pequeñas. ¿Qué otra cosa más podían querer?

Tres no son multitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora