Capítulo 4: El pueblo... ¿o ciudad?

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Me oculté detrás del carruaje... o coche, como se llame, y vi a mi madre alejarse y dar vuelta en la esquina. "¿Qué hacía ella aquí?"

Me apresuro a entrar y llego justo cuando Darío deja la carne en una mesa.

-Buenos días, señora- Es la única que está en la casa; me mira con sorpresa y Darío se apresura a presentarme- Ella es Naila, mamá. Viene de visita al pueblo.-

-Mucho gusto- dice la señora.

-Igualmente. Le he traído esto.- Le muestro la canasta y ella me sonríe. Darío, en cambio, me mira con sorpresa.

-No debiste molestarte. ¿Fruta? En estos tiempos está muy cara. Darío...-

-Yo no lo sabía- dice Darío defendiéndose.

-Oh, no señora. Fue mi idea. No pensé que le molestara.- la señora me mira con cautela. ¿Por qué esta familia es tan desconfiada?

-Ya, vayámonos- me dice Darío.

-Espero que vuelvan para la cena.- dice su mamá.

-Por supuesto-

-Pero Darío, yo no...- me jaló del brazo y me sacó de ahí. Fue hasta que subimos al coche que me preguntó:

-¿Querías decirme algo?-

-Sí. Yo no podré ir a cenar-

-¿Por qué no?-

-Tengo que volver antes del ocaso-

-¿Te da miedo cruzar el bosque de noche? -

-Sí- Para eso no tuve que mentir.

-De acuerdo. Abróchate el cinturón.- Me sonríe. Imposible no sonreírle también.

Llegamos a lo que recuerdo como el centro del pueblo... o la ciudad, como la llama Darío de vez en cuando. Dice que su casa está en el pueblo, pero que los edificios más llamativos están en la ciudad. 

Y tenía razón. Todo era tan fantástico que lamentaba no haber venido antes. La catedral estaba completamente iluminada con la luz amarilla del sol que la hacía parecer estar bañada de oro. Caminamos un largo rato.

Darío se sabía los estilos de prácticamente cada iglesia y me hacía fijarme en los pequeños detalles que adornaban cada esquina de la construcción y que, sin embargo, eran invisibles a la distancia. 

-¿Cómo es que sabes tanto?- dije, visiblemente impresionada.

-Me encanta todo lo que tenga que ver con construir, crear, fabricar, inventar. Aunque casi nadie lo aprecia.-

-¿Por qué?-

-La gente teme al cambio, ¿sabes?-

-Entonces debes salir- le digo convencida- Ve a otros lugares, busca un lugar donde puedas ser tú mismo sin barreras...- Darío sonrió.

-No puedo.-

-¿Por qué no?- Supe la respuesta antes de que la dijera porque era lo mismo que me detenía a mí.

-Mi familia.-

-Te comprendo. Es la misma razón por la que casi no salgo.-

-Pero, ey, te atreviste a cruzar el bosque. Cuéntame, ¿cómo es de donde tú vienes?-

-Muy solitario. Cada mañana es igual a la anterior y seguro será igual la siguiente. Por eso salí...-

-Parece que fue un golpe de suerte que se quemara tu casa.- me río ante el comentario.- ¿O es que eso pasa cada mañana?-

-No, fue un golpe de suerte.- dije entre risas. 

-¿Qué harás al llegar?-

-Ver lo que queda-

-¿Volverás?-

-No...- pasó su pulgar sobre mi mejilla, lo cual me hizo quedar paralizada un momento.- lo sé. ¿Qué?-

-Tenías una basurita.-Miré por primera vez sus ojos, castaños al igual que su cabello. Contuve la respiración cuando él miró los míos y vi lo que quería, quería algo que el encubridor de identidad no me dejaría hacer. Quería que me quedara.

Darío desvió la mirada y se aclaró la garganta antes de seguir hablando.

-Vamos a comer algo- Me dijo y caminé a su lado hasta un negocio de comida.

Me sentía extraña. Tal vez por no poder cumplir su deseo, o por estar en la ciudad o... tal vez porque era la primera vez que yo también quería algo. Yo también quería quedarme.

Nos sentamos en una pequeña mesa.

-Sabes, ya que tu pueblo no está tan lejos, podría ir algún día.-

-Claro, cuando gustes... hoy no- Darío soltó una carcajada y yo una risa nerviosa.

-Bueno, seguro hoy no por lo del incendio y todo eso... pero algún día.- 

Me mordí el labio para no decir alguna verdad inoportuna y asentí con la cabeza. Por suerte llego un chico con nuestra comida y no hablamos de nada más por un rato. Sólo nos mirábamos y sonreíamos de vez en cuando. Y ahí me descubrí deseando otra cosa: que él pudiera venir conmigo.

Saludos al futuro.

No sé, se me ocurrió que debería dejar un mensaje importante al final de cada capítulo, para contribuir un poco al mundo (si es que algún día esta historia sale del anonimato).

El consejo de vida que voy a dejar hoy es que no le rueguen a nadie por un poco de atención. Todos merecemos ser escuchados, pero no todos merecen escucharnos. Aprendamos a diferenciar a estas personas.

Bueno, dicho esto, espero que en cualquier lugar que estés mientras lees esto estés teniendo uno de los mejores momentos de tu vida. ;) 

La vida secreta de un hada madrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora