Capítulo 288

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Christopher, sin pensarlo ni por un segundo, no se despidió de ninguno de los que estaban en aquella fiesta, sino que decidió correr hacia el hotel en el que se hospedaban, rezando por no llegar demasiado tarde...

Él estaba por abrir la puerta de la habitación que compartían, cuando vio que alguien ya lo había hecho por él. Era Dulce María, dispuesta a abandonar aquel cuarto en el que ya no quedaba rastro de su presencia. Todas sus pertenencias estaban guardadas en aquel par de maletas que la acompañaban.

- Dulce...; titubeó el joven frente a su novia.

- Adiós; respondió la muchacha toscamente.

- Espera, tenemos que hablar...; pedía el chico temeroso de la decisión tomada por ella.

- Está todo muy claro...; contestaba la pelirroja, tendiéndole el anillo que él mismo le había regalado dos años y medio antes.

- Esto es tuyo. Vamos dentro...; rogaba él tomándola de las manos, devolviéndole la alianza que aun compartían.

Al cerrar aquella puerta...

- Dulce, por favor, todo el mundo sabe de lo nuestro. Kathy también...; explicaba el greñudo.

- Ah, se llama Kathy, menudas confiancitas. Y si tanto sabe, ¿por qué no me has presentando como tal? Quizás preferías que te siguiese toqueteando, ¿no?; atacaba ella nuevamente.

- ¡Por Dios Dulce! Sólo intentaba ser amable...; respondió el joven intentando justificarse.

- ¿Sabes cuál es el problema? Que tú me recriminas cuando no has visto nada. Me recriminas por Pepe, por unas imágenes en las que sólo estábamos hablando, pero de las que tus supuestos amigos te contaron lo que les vino en gana. Me recriminas por los chavos del CEA, porque de nuevo tus cuates te meten esas estúpidas ideas en la cabeza. Porque prefieres creer en sus mentiras que en todo lo que te llevo demostrando estos años. Por Dios, si hasta me perdí la fiesta de Pedro para evitar un nuevo enojo contigo. Y tú me puedes recriminar todo, sin prueba alguna, y yo tengo que callarme y perdonarte una vez más. Y ahora que yo veo con mis propios ojos cómo esa mujer sólo buscaba meterte entre tus sábanas, me tengo que callar, porque sólo soy una loca paranoica...; gritaba la muchacha henchida de coraje.

- Yo no he dicho eso...; tartamudeaba el chico.

- Pero lo has pensado, te conozco...; rebatía la pelirroja.

- Ay Dulce, y si así fuese, ¿qué más da? ¿Qué gana ella con mirarme o toquetearme si yo sólo tengo ojos y manos para una mujer en este mundo? Y esa eres tú...; preguntaba Uckermann, tomándola de las manos, chocando su frente con la suya, dejando salir de su boca un suspiro que la hizo estremecer.

2.2. Before the moon... (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora