-2 Horas

205 32 2
                                    


-2 Horas                                        Nana (Golt)

Se pide a todos los habitantes dirigirse a los edificios altos.

Se pide a todos los habitantes alejarse de las áreas rojas.

Nana se camufló entre los ciudadanos que caminaban apresurados por las calles de San Francisco, veía la desesperación en los rostros, las ansias de llegar a los determinados edificios que prometían mantenerlos a salvo. El anuncio había empezado treinta minutos antes, indicando que quince minutos los refrigerantes dejarían de funcionar porque La Trinidad había caído.

Aquello sonó imposible para la gran mayoría de los habitantes, La Trinidad era lo más similar a un dios que existía entre los muros. Y el gobierno había caído en menos de diez horas, demasiados funcionarios asesinados por piratas o ciborgs.

Nueva Rodinia estaba, en ese momento, al borde de un colapso social.

Empujó a algunos androides que pedían orden a los ciudadanos, que rogaban porque los niños guardaran silencio. El gran señor Uno estaba haciendo todo lo posible para que ningún ciudadano falleciera presa del calor.

Nana sabía que era una mentira, una bastante grande, el calor llegaría incluso a aquellos edificios que contaban con su propia refrigeración. A menos que Uno se alejara de las pantallas que lo estaban proclamando como el salvador y decidiera sentarse en el lugar que le correspondía, junto a sus dos hermanos.

Sospechaba que Dos y Tres estaban muertas, no había otra manera en la que el frágil equilibrio de Nueva Rodinia se rompiera tan fácil. Y su plan era muy sencillo, aventurarse al centro de San Francisco, donde se encontraba el hogar de La Trinidad y obligar a Uno a quedarse ahí. Luego ella encontraría la forma de reemplazar a las partes faltantes.

Los estrechos callejones estaban despoblados, no quedaba rastro alguno de las tiendas ambulantes o las puertas que ofrecían grandes experiencias. Entre esos muros solo quedaba el anunció de encontrar refugio y de huir.

Dobló una esquina, un brazo la detuvo de seguir andando y un rostro familiar la miró con desaprobación.

—¿Planeabas dejarme tirado en casa de aquel médico? —preguntó.

—Estás herido —dijo—, en casa de aquel médico te era más fácil encontrar salida por los muros.

Jack se sostuvo un costado, intentó mantener una posición firme para mostrar que no estaba tan herido como ella creía.

—No me voy sin Killer.

Nana lo fulminó con la mirada, con un movimiento suave se libró de su brazo y presionó en el mismo costado que se sostenía. Lo escuchó quejarse y no pudo evitar sonreír, ella tenía razón, estaba muy herido como para aventurarse en algo tan peligroso. No sabían que podía estar pasando en La Trinidad, qué tan peligroso era Uno sin sus complementos o alejado totalmente de su propósito inicial.

Las puertas de los edificios seráncerradas en diez minutos.

Todos los habitantes dirigirse al punto más seguro.

—¿Quién es Killer?

—Un Golt —dijo—, la única persona que me queda.

—Sabes que los Golts no son personas, nunca lo serán.

Jake frunció el ceño.

—No me importa, es el eco de la única persona que me queda, haré todo por tener al menos eso.

Nana suspiró y empezó a caminar en dirección al edificio central, la torre más alta de todo San Francisco. No le dirigió ninguna mirada a Jake, ella no tenía poder suficiente como para influenciarlo, se había limitado a salvarle la vida porque Killer se lo había pedido y también era alguien recurrente en las memorias de Patrick.

Aún le asustaba la idea de que los Golts se pudieran comunicar los unos con los otros, y el pedido de ayuda de Killer había sido demasiado débil, sin esperanza. Aquel ser probablemente creía que Jake estaba muerto, y ella no era capaz de informarle que esa no era la realidad.

Fue Killer quien le explicó qué era Uno, cómo podía detenerlo y la enorme posibilidad de que Nueva Rodinia cayera si no lograban hacerlo. Y ella esperaba cumplir con mantener a Jake a salvo, no lejos del peligro, pero sí lejos de quemarse y morir.

O eso esperaba. Otra muerte a su vaga conciencia no era algo que deseara, no en ese momento.

El enorme edificio de La Trinidad poseía una sola entrada, que se encontraba desprotegida. Uno no creía posible que alguien intentara hacer algo, se había encargado casi personalmente de acabar con cada uno de aquellos que creyó se le opondrían, incluso había encerrado al único Golt que pensó existía.

Era una suerte que las estrellas hubieran elegido a una bailarina para ser convertida en Golt. Ella pasaba desapercibida al radar de Uno, que esperaría alguna especie de guerrero.

Se detuvo antes de entrar, observó fijamente a Jake, la sola idea de compartir algún tipo de vínculo con él le repelía. Le pertenecía a otro Golt y ella le había pertenecido a otro humano o ciborg, no lo sabía con seguridad, por lo que la idea, el conectarse con él le aterraba y le daba arcadas.

Suspiró.

—Extiende el arma —dijo.

Jake la miró con desconfianza mientras desenfundaba la pistola.

La rozó con la yema de los dedos, apenas un suave toque y dejó que su parte dada por las estrellas se mezclara con el poder del arma. Sintió la sorpresa de Jake, el impulso por alejarla y el rechazo causado ante la marca que se mostró bajo la herida en el hombro. Él no quería ese vínculo, ella tampoco.

<<No tomaré forma humana hasta estar cerca de Uno>>

¿Por qué? —cuestionó mientras se adentraba al lugar, las largas escaleras le dieron la bienvenida.

<<Uno cree que el único Golt existente es Killer>>

—¿Ves?, era una buena idea que yo viniera.

<<Solo presta atención al camino>>

—No hay nadie, relájate —susurró, intentaba mantener su respiración regulada e ignorar el dolor que existía en todo su cuerpo.

Alerta de intrusos

Alerta de intrusos

<<¿Con qué no hay nadie?>>

Cállate.

Jake aceleró el paso, sostuvo el arma frente a él a la espera de encontrarse con algún tipo de ciborg o androide dispuesto a atacarlo. Pero aunque la alarma siguió sonando una y otra vez, alertando a quien estuviera ahí de su presencia, ninguna especie de guardia apareció.

Empujó la única puerta, después de haber subido demasiados escalones. Y la imagen que se encontró le rompió el corazón.

Kurt tenía la espada desenvainada y lágrimas en las mejillas.

—Jake —murmuró—. Oh, Jake.

—Kurt...

—Perdóname.  

Hábitos de un FugitivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora