1. Hechizado.

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Yasuo, el Imperdonable.

El sur de Jonia estaba algo deshabitado en comparación al norte, donde el clima es cálido y hay variedad de cultivos. Aquí, el clima es helado, el único calor que pueden tener es el de las chimeneas o el calor humano. Lo único bueno que tenía este lugar eran las buenas bebidas y que no habían vastayas cerca.

Me molestaban esas criaturas. No las entendía. No entendía el simple hecho de su mutación.

Entro a la taberna, una fuerte brisa empuja la puerta por mi. Las pocas personas que se encontraban allí se me quedan viendo, algunos tenían la mirada cansada, y a otros se les notaba que se habían pasado de bebidas.

Ellos dejan de mirarme después de segundos; avanzo hacía la barra, pregunto por un refugio y pido la bebida más fuerte que tenían. Me entregan un vaso pequeño con una bebida casi transparente, luego de eso, el cantinero se retira, tal vez para averiguar algo sobre el refugio que le pedí. Me bebo el contenido del vaso de un sorbo, aquel líquido quemaba mi garganta, era verdaderamente fuerte. Dejo el vaso encima de las barra con brusquedad, pidiendo más.

La fuerte ventisca vuelve a abrir las puertas de la taberna, ojos curiosos miran a la persona que acaba de entrar. La ignoro completamente, sigo bebiendo, mirando a las personas de mis alrededores de reojo. Parecía que no le quitaban los ojos de encima a la persona que acababa de entrar.

Esta persona se sienta a mi lado. Miro su perfil, identifico su sexo; una mujer de rostro fresco, joven y delicado. ¿Qué hacía ella aquí? La mujer tenía una caperuza que cubría el resto de su cuerpo, lo único que se podía ver eran sus mangas holgadas y sus pechos; pude notar el color de sus ojos, un claro color avellana; su aroma era delicioso, olía a las flores de cerezo. Se notaba incómoda, por las miradas morbosas de los ebrios del lugar...

—Jamás había visto a un vastaya con características de zorro. — le escucho decir al hombre que estaba del otro lado de la mujer.

Esas palabras logran que deje de pensar en ella. No pude notar nada que la delate. Ella quita su caperuza y deja ver dos enormes orejas de zorro y nueve peludas colas blancas; noto marcas similares a bigotes de gato en su rostro y sus extrañas pupilas. La vastaya nota que la observo, me mira, molesta, y dirige su vista al cantinero.

—¿Tienes algún refugio para ofrecerme? No puedo volver a mi hogar con la tormenta que habrá. — dice ella, de manera tranquila.

—Claro, puedes quedarte en mi casa, pensaba ir al norte luego de esta ronda. — dice el cantinero, secando un vaso.

¿Qué hay de mí? Yo le había pedido refugio primero... Qué infantil sueno...

—Disculpa, pero yo te pedí un refugio primero. — le recuerdo, molesto.

El joven cantinero ríe, nervioso.

—Es cierto, lo siento Ahri, él llego antes que tú.

Ahri. Ese era su nombre. Ella suspira, sacando dos gemas idénticas de los pliegues de su vestido. Se veían valiosas. Ella las observa, con cariño, como si esas gemas fueran su única familia. Miro las gemas, que brillaban con intensidad.

—¿No podría...? No sé...¿Ella venir conmigo?— propongo.

La mujer zorro no dice nada, el cantinero piensa en la propuesta, luego de segundos asiente rápido, demostrando su aprobación.

—No es mala idea, no creo que a Ahri le moleste, solo te recomiendo no ser tan... Natural con ella. — dice el, nervioso. — ¿Y tu qué opinas?— pregunta, dirigiendose a la vastaya de nueve colas.

Ella aparta la mirada de sus gemas y las oculta en su caperuza.

—Me da igual. — responde, de manera fría.

El cantinero aplaude, satisfecho.

—Bien. Parece que así será. Los acompañaré a mi hogar cuando finalice mi jornada, mientras tanto pueden ir conociendose.

El joven nos entrega un vaso de "miel de lirio" a ambos y se retira. Bebo el líquido del vaso con rapidez y me quedo viendo a la vastaya. Ella ignoraba completamente el vaso. Miro sus ojos, perdido en ellos.

—¿No te lo vas a beber?— pregunto, señalando el pequeño vaso.

Ella niega con su cabeza.

—No me quiero embriagar. No disfruto beber y no quiero ahogar mis penas de una manera tan mediocre. — responde.

Así que ella tenía sus penas... Interesante.

—¿No crees que estás siendo un poco aguafiestas? La vida es solo una y es corta, disfrútala. — le acerco el vaso, intentando convecerla con la mirada.

La vastaya suspira y aleja el vaso.

—Entiendo que la vida sea una, y aunque la mía sea bastante larga, no voy a desperdiciar ni un segundo bebiendo esta porquería.

Arrugo el entrecejo, no parecía ser tan aburrida, tenía la apariencia de ser una chica pícara y divertida.

—Creí que eras divertida. — murmuro, ella se encoge de hombros.

—Me da igual lo que creías de mí. Yo no espero nada de ti y creo que no te importa lo que diga de ti.

Odio su actitud fría, pero a la vez, me fascina. Sus ojos eran atrayentes, me agradaba ver cómo estos me miraban, buscando alguna señal de inteligencia; y su perfume, era exquisito. Me sentía atraído por esa vastaya.

Hechizado.

Hago un gesto con mis manos, apoyando estas en mi pecho, seguido de eso, me inclino hacia atrás, fingiendo que sus palabras me habían matado, aunque ni siquiera me había dolido.

Vuelvo a mirarla y seguía con su mirada seria.

—Que intento tan pobre para hacerme reír. — dice, cruzando sus brazos.

Bufo, un poco molesto.

—Solo quiero agradarte, preciosa...

—No me llames de esa forma, es asqueroso, desagradable... No lo tolero — interrumpe. —, además ¿por qué quieres mi agrado? Que estemos unos días juntos en el refugio no significa que... Me casaré contigo o algo por el estilo.

Tomo su vaso y bebo el contenido, encogiendo mis hombros.

—¿Quién dice que eso no va a pasar?— pregunto, dejando bruscamente el vaso en la barra.

La mujer vastaya bufa, mirando hacia la puerta.

—No puedo creer que estés ebrio con tan solo beber un vaso. — comenta tras suspirar.

—Estoy más sobrio que en la mañana. — le hago saber.

Ella arruga la nariz, asqueada.

—¿Siquiera escuchaste la tontería que dijiste hace unos segundos? — pregunta.

Niego con mi cabeza, apoyando esta en mi mano, observando de manera tonta a la vastaya de nueve colas. Ella se voltea, dandome la espalda. Notaba que le incómoda que la observe, pero quería notar otra expresión en ella que no sea la seria y aburrida.

Hace tiempo no sentía curiosidad por alguien, y menos por una chica de cuerpo vulgar como ella. No solo quería tener una noche de diversión con la mujer zorro, quería estar con ella por un largo tiempo... Quizá hasta la muerte. Me molestaba sentir aquello cuando no la conocía.

Su belleza me había hechizado. Y daba por seguro que todo de ella haría que el hechizo sea aún más fuerte.

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Mi Flor de CerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora