3. Mentiras.

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Ahri, la Vastaya de nueve colas.

Había pasado el rato, Yasuo ya se había dormido, mientras que yo vagaba en mis pensamientos, oliendo el aroma embriagador de la tela que el me había prestado para cubrir mi pecho. Este olía a alcohol. Normalmente este aroma me desagradaba, pero esta vez era diferente; ese aroma me transportaba a otro mundo.

—¿Acaso no recuerdas lo que pasó la última vez que un aroma te hacía feliz? La última vez que tu corazón latió con rapidez. La última vez que tu mirada se iluminó... La última vez que te enamoraste...— escucho a Hayami decir.

—No estoy enamorada de él, y aunque así lo fuera, sé que no sería correspondida.— susurro.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

—Tan solo míralo. Es un soldado joniano, se supone que hace el bien para la nación... Mientras que yo soy una asesina; un monstruo que mata por instinto; una devoradora de esencias vitales.

—Espero que de verdad no te hayas enamorado de él en tan poco tiempo. — suspira y acaricia mis orejas.— Ahora duerme. Iré a vagar por la cueva, quiero ver si todo está en orden.

Asiento y cierro los ojos, conciliando el sueño de manera rápida.

Mis dientes chocaban entre si. No podía evitarlo. La habitación estaba helada, era similar a dormir en mi cueva. El fuegos de la chimenea se había apagado gracias a la ventisca que entraba por la parte superior de la angosta chimenea. Las mantas eran finas, frías y pequeñas. No lograba entrar en calor... Esa noche iba a ser muy larga para mi.

Me muevo hacía la derecha, buscando alguna posición que impida que el viento acaricie mi piel. Me abrazo a mi misma, tratando de generar calor. No lo lograba. Trataba de dejar de tiritar. Era imposible.

Abrazo mis esponjosas colas, las cuales estaban igual de frías que mi cuerpo y me aferro más a la tela que el hombre me había prestado. Intenté cerrar los ojos y caer en un sueño profundo, pero mis dientes no dejaban de chocarse.

Escucho el crujido de las bisagras de la cama, volteo un poco, para ver que había producido aquel sonido. Yasuo estaba despierto y, con sus mantas y almohada se acuesta junto a mi.

—¿Qué haces?— pregunto, tiritando.

—No logro dormir con el ruido de tus dientes. — contesta, con un tono cansado.

Él cubre mi cuerpo con su manta, la cual era más caliente, e intenta abrazarme. Intento apartarlo, mis débiles y fríos brazos no cedían.

—No te resistas, solo quiero que puedas entrar en calor. — dice, aún intentando abrazarme.

—Mientes. Estoy segura... De que es uno de tus pobres intentos... de tocarme. — le digo.

—Claro que no, solo confía en mí, no haré nada raro.

Arrugo el entrecejo y cedo, Yasuo me acerca más a su cuerpo, tomándome de la cintura. Paso mis delgados brazos por su espalda, cubriendo ambos cuerpos con la manta. Apoyo mi cabeza en su pecho, su torso estaba caliente a comparación del mío, que estaba helado. Yasuo se estremece al sentir mi piel tocar la suya, sonrió al no oír mis dientes chocar entre si.

—¿Tu ves que este intentado algo?— pregunta, burlón.

Me encogí de hombros. Deseaba poder ser humana, poder escuchar el latir de su corazón con facilidad, y no tener estos impulsos de tomar su esencia. Me era tan difícil tenerlo cerca, tan vulnerable.

Borrosos retratos se aparecen en mi mente, recordaba algunas cosas de mi amado, su cabello negro como ala de cuervo y sus habilidades para pintar. Recuerdos de cómo murió o cuando supo que era una asesina permanecían en mi mente, no se veían con claridad, pero aún estaban. Lo que había olvidado fue su nombre y algunas características de su rostro. Esas memorias me hacían odiarme, lograban llenarme de tristeza.

Temía sentir algo más que seguridad por Yasuo, no quería amarlo, sabría que algún día lo vería morir, si no moría por mis impulsos, moriría de vejez.

Me lamentaba en silencio en aquella cama, creía que Yasuo ya dormía y que no escucharía mi penar. Dejo que las lágrimas salgan, evitando sollozar en voz alta. Odiaba ser vastaya, mi longevidad, mi raza, mi pasado y lo que era capaz de hacer. Tan solo un hombre me ha aceptado tal y como soy, sin importar que sea un demonio... Y acabé con su vida.

Siento la mano de Yasuo acariciar mi cabello en forma de consuelo. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos café, los cuales me miraban con tristeza, tenía los ojos rojos, también estaba llorando.

—¿Por qué lloras?— pregunta.

—¿Tú por qué lo haces?— evado.

—Responde primero.

—Tch... Ni siquiera me importa. — miento.

Yasuo suspira.

—Solo... recordé la muerte de mi hermano mayor. — dice.

Me quedo un rato en silencio, procesando la información. Tenía curiosidad por saber cómo murió.

—Recordé la muerte de la persona que amaba. — suelto.

Yasuo se queda en silencio, pensando en lo que le acaba de confesar.

—¿Cómo murió tu hermano?— pregunto, rompiendo el silencio.

—Se enfrentó en un duelo contra alguien con mucha más habilidad que él. Él quería hacer justicia, pero se equivocó de hombre... ¿Y tu amado de qué manera murió?

Me quedo pensando en una mentira convincente, no quería decirle que yo lo maté, no quería alejarme de él tan rápido, al menos no esta noche.

—Otro vastaya lo mató, un vastaya de las tribus cazadoras. — miento.

—¿Lo viste morir y no hiciste nada?— pregunta.

—No conozco a mi tribu, por lo tanto no sé si tengo algún poder espiritual o algo similar. — vuelvo a mentir.

Lo que menos quería que supiera era que era capaz de transformar la esencia de vida en orbes de magia. Yasuo asiente, convencido. Dejo caer una última lágrima, arrepentida por haber dicho aquella mentira.

Tan sólo... Quería volver a sentirme segura con un humano. Que él no me tema.

Yasuo limpia mis mejillas con sus dedos y apoya su cabeza en la mía, acarician mi cabello en forma de consuelo. Su tacto, era suave, su calor corporal logró que mis dientes dejen de chocar. Apoyo las palmas de mis manos en su pecho y cierro los ojos, quedándome profundamente dormida.

Editado✔

Mi Flor de CerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora