La mujer de largos cabellos carmesí conducio a los jonios por las calles de Noxus, escondiéndose entre las sombras de los enormes negocios y edificios, siendo precavidos. No podían verla con ellos. En breves minutos llegaron hasta una carroza oscura, la cual se encontraba oculta en uno de los múltiples callejones de la ciudad. La noxiana abrió la puerta de este, notando que el conductor se había dormido profundamente mientras la esperaba, había sido un viaje largo después de todo.
El castaño y la azabache entraron sin dudas al carro, esta ultima chocó de manera accidental, sus nueve peludas colas en la cara de la asesina, provocando que ella gruñera levemente, cerrando la puerta de forma brusca, despertando a su acompañante. El hombre, delgado, pero disimulando eso con su armadura, dio un respingo, mirando hacia los lados tratando de encontrar a la mujer propietaria de sus acciones. La miró con temor, mas ella no dijo nada.
—Señorita Du Couteau. ¿Terminó con su trabajo? —preguntó, confundido, al verla alejarse de la carroza.
Katarina miró sus dagas, las cuales aún estaban manchadas con la sangre del guardia.
Claro, trabajo... Pensó. Solía llamar "trabajo" a sus salidas con uno de los dos hermanos Crownguard. Pensar que ese mes no escucharía la dulce voz de la rubia, o sentiría el calor de su amante lograba enfurecerla, pero debía ser lista y no dejarse llevar por esos sentimientos que alguna vez consideró tontos.
—Sí, ya podemos volver. Antes debo comprar algo de comida para el camino. —contestó, guardando sus dagas en su funda nuevamente, sacudiendo la tierra de sus manos.
Y ella solo se fue, dejando algo extrañado al joven hombre.
Yasuo se removió entre los cientos de almohadas decorativas que adornaban el interior de la carroza, estas poseían un color bordó y negro. Quería evitar el contacto con ellas. No quería estropearlas con sus heridas, las cuales ardían como el mismísimo fuego.
Sentía que estaba en llamas. Pero él no era el único que estaba ardiendo.
Ahri se encontraba un poco agitada, intentaba no demostrar lo asustada que estaba, pero eso hacía que su interior quemara más. El fuego comenzaba a extenderse desde su corazón hasta la palma de ambas manos, su cabeza parecía soltar chispas que alimentaban estas llamas. Chispas con recuerdos tormentosos. Momentos que deseaba olvidar.
Su sangre adornaba sus manos. La sangre de Yasuo. La sangre que siempre sería derramada por su culpa.
El hombre toma su mano para olvidar el dolor que sentía, sacando a la vastaya de su trance. Él hundió su cabeza en el regazo de ella, ocultando su rostro, ocultando el dolor que podía demostrar con sus gestos. Quería parecer fuerte, que podía soportar ese dolor.
La quimera acarició con ternura el cabello de su contrario, pasando sus dedos por sus largos mechones, sintiendo su respiración en su falda. ¿Siempre sería así? Poder sentirlo tan cerca y tan vivo.
—Lo lamento. —dijo ella con un tono suave, enredando uno de sus dedos en un mechón castaño.
Yasuo volteó su cabeza hacia una lado para poder hablar con más comodidad, se relajó y dejando de tensar el resto de su cuerpo.
—¿Por qué...?
—Soy la causante de tus heridas. —interrumpió ella rápidamente, cabizbaja y decaída. —Tan solo pudiste no interrumpir, dejarlos hacer lo que quieran. Lo soportaría.
—No sería capaz de eso. Te protegeré aunque me cueste la vida. No dejaré que alguien te rompa. —prometió.
Yasuo solto su mano y paso ambos brazos detrás de las largas y pálidas piernas de la mujer, abrazandolas, sintiendo la suavidad de su piel.
ESTÁS LEYENDO
Mi Flor de Cerezo
RomanceAhri era una vastaya, ella había crecido sola, jamás había conocido a su familia original. Ella solo poseía un amuleto y dos gemas idénticas que siempre llevaba consigo. Yasuo era un hombre sin honor, el vagaba por Runaterra en busca del asesino del...