Ahri, la Vastaya de Nueve Colas.
Mi cueva se encontraba al pie de un árbol de cerezo, mi cama eran los pétalos caídos del árbol. Llegamos, Yasuo, Hayami y yo a mi dulce cueva. Me llenaba de alegría llegar, a pesar de que no sea una casa de madera con una pequeña chimenea y una cómoda cama, me encantaba.
Corro hacia el interior de la cueva, pequeños zorros blancos ya se habían instalado, estos dormían a un lado de mi improvisada cama. Sonrío al notar que podían ser de mi manada, de la manada que me crió. Habían pasado generaciones, mi madre ya había muerto y no se quien guiaría a la manada ahora.
Siento pasos detrás de mí, Yasuo y Hayami entran a la cueva, el primero la miraba con curiosidad, contemplando lo espaciosa que era, mientras que su contraria lo observaba a él, arrugando la nariz y murmurando cosas acerca de su idiotez.
A diferencia de mí, Hayami no toleraba a los humanos, y menos a los soldados jonianos, quienes no hicieron nada para intervenir el ataque que asesinó a su pueblo. A su familia.
Hayami fue una hechicera en sus momentos de vida, una hechicera poderosa capaz de controlar a la soberana oscura y derrotar a los Iluminados. Pero su poder disminuyó al usarlo para convertirse en un espíritu y no desaparecer en alma de Runaterra.
—Es bastante grande ¿Vives en una cueva? —pregunta.
—Es demasiado primitivo ¿No crees? —comento, sonriendo de lado.
Yasuo sonríe también. Me agradaba su sonrisa.
—Ni siquiera te escucha —murmura Hayami. —, seguro está atontado mirando tu cuerpo, no creo que a éste ebrio le atraiga la idea de saber tu pasado o le interesen tus problemas.
Bajo la mirada. Recordé los días en los que escuchaba a las madres regañar a sus hijos por llegar a medianoche a la tribu. Hayami era lo más cercano a una madre para mí.
—No. —dice Yasuo de pronto, contestando a mi pregunta. Él acaricia las paredes rocosas.—. Es perfecto.
Vuelvo a bajar la mirada, ocultando mi rubor entre mi cabello. Oigo a Hayami bufar, molesta por mi comportamiento infantil.
—Bueno, creo que yo llegué hasta aquí. Debo seguir mi camino, aunque aún no sepa hacia donde ir. —comenta Yasuo en modo de despedida.
Suspiro, quería que se quedase, quería poder indagar en su pasado sin tener que matarlo. Quería sentirme humana hablando con él.
—No querrías...¿Dejar de escapar al menos durante el invierno?—propongo con firmeza.
Yasuo se encoje de hombros.
—Quería devolverle el favor, por dejarme hospedar con usted en la noche. —me excuso.
—No hace falta, no quiero hacerte pasar malos ratos. —se niega, comenzando a salir de la cueva.
Me apresuro y tomo su mano, impidiendo que avance.
—No lo harás, por favor, quédate. —suplico, bajando mis orejas con cautela.
El soldado joniano me mira y de inmediato aparta la vista cubriendo su rostro con la mano sobrante.
—¿Por qué quieres que me quede? Sé sincera. —pide con seriedad.
—Quisiera devolverle el favor, ya se lo dije... —miento. No parecía convencido.— Además, me gustaría poder charlar con alguien. —agrego.
Yasuo aprieta más su mano contra su rostro y la aparta casi de inmediato.
—Bien —dice en un suspiro.—, me quedaré.
Pude notar que su rostro estaba rojo, en especial sus mejillas, pero debió ser por el apretón. Suelto su mano y agradezco, haciendo una reverencia.
—Tonta, eso eres. Deja de mostrarte débil frente a éste soldado. Lograrás que te mate. No es seguro confiar en él.
—¿Como puedes estar tan segura? No lo conoces. —murmuro.
—Tú tampoco—suspira—, no quisieras, no lo sé ¿Saber más de él antes de dejarlo dormir en el mismo espacio que tú?
—En la noche planeaba preguntarle más acerca de su pasado, agradezco que apoyes la idea.
Escucho a Hayami balbucear en un susurro. Pongo los ojos en blanco y paso a través de ella, haciéndola desaparecer. Camino hacia Yasuo, el cual observa la cueva, buscando un lugar en donde pueda dormir. Apoyo mis manos sobre sus hombros, acariciando el metal helado de su armadura.
—Ponte cómodo. —digo, obligándolo a sentarse en una roca.
Al tocarlo sentí como mis sentidos se apagaban, no podía controlar mis manos ni podía elegir que decir. Un enorme deseo de tener su esencia se apoderó de mi mente. Por un momento mi vista se tornó borrosa y mis oídos podían oír el latir de su corazón con claridad.
Una presa. A la palma de mi mano. No. No debía pensar en él como una presa, no quiero que acabe muerto.
—¿No quieres deshacerte de esa pesada armadura y tu espada? —pregunto de forma seductora.
No era yo en ese momento, jamás le hablaría a Yasuo con ese tono, ni a él ni a ningún otro hombre. Había dejado de seducir para matar hace ya mucho tiempo.
Yasuo asiente, haciendo girar su cabeza sobre su cuello. Lo peor es que él accedía a ese tratado. Tal vez Hayami tenga razón, solo aceptaba estar conmigo para follar conmigo o algo por el estilo. Quiero fruncir el ceño y golpearlo, pero mi cuerpo aún no respondía.
Le quito la hombrera que llevaba y dejo su espada lejos de su alcance. Me posiciono delante del espadachín, incandome de rodillas, logrando quedar cara a cara con él. Apoyo mis manos en sus rodillas y me inclino hacia delante. Mis labios buscaban los suyos.
—Por favor, detente. —pienso, suplicando.
Antes de que nuestros labios se rozaran, siento el dedo de Yasuo en mi boca. Mi vista se nubla nuevamente y caigo hacia atrás, ocultando mi rostro con mis anchas mangas. Había logrado recuperar el control de mi cuerpo.
Me sentía muy avergonzada por lo que acababa de hacer, al menos tuve la suerte de no perder el control. Sonrío aún con mi rostro escondido, Yasuo no era como Hayami creía, él me había detenido.
Levanto la mirada, ocultando la mitad de mi rostro con mis manos. Yasuo estaba de rodillas enfrente de mí.
—Tus ojos...—dice.
—¿Qué pasa con ellos?
—Cambiaron de color... Eran de un azul radiante.
Me asusto y vuelvo a ocultar mi rostro. ¿Yasuo habrá visto mi orbe? ¿Este se hizo presente? ¿Quién demonios se apoderó de mi cuerpo durante unos instantes?
—No te asustes —escuche decir a Yasuo.—, es extraño, lo sé, pero quiero decirte que prefiero las avellanas.
Me sonrojo al escuchar eso. Sabia que con avellanas se refería a mis ojos.
—Yo prefiero la primavera —comienzo a decir, el castaño me mira, confundido. —, con la nieve del invierno no puedo apreciar el precioso color café de la tierra.
Yasuo oculta su rostro casi de inmediato. Río. Me levanto del suelo, palmeo la espalda del espadachín y camino hacia afuera. Mis mejillas aún estaban calientes, odiaba y amaba a la vez aquella sensación, pero no quería volver a enamorarme, temía perder el control con él.
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Mi Flor de Cerezo
RomanceAhri era una vastaya, ella había crecido sola, jamás había conocido a su familia original. Ella solo poseía un amuleto y dos gemas idénticas que siempre llevaba consigo. Yasuo era un hombre sin honor, el vagaba por Runaterra en busca del asesino del...