Yasuo, el Imperdonable.
Luego de que Ahri me contará aquella historia, sentí un sabor amargo en la boca. No le temía a aquella cosa que tal vez siga viva, me molestaba que pudiera tener un poder superior al mío, que este vastaya, que pudo con todo un pueblo, pueda contra mí.
Mientras seguiamos caminando, mi compañera me explicó que aquel vastaya no era el único que mataba, sino que era una raza entera, que existían tribus cazadoras, pero de menor importancia, que cazaban animales y de vez en cuando otro vastaya o un humano. Comencé a restarle importancia a lo que me relataba cuando dijo que la raza mas peligrosa de los cazadores estaba extinta. Desaparecida.
Siempre pensé que la voz de Ahri era la más hermosa que jamás había escuchado, pero con mi dolor de cabeza, aquella voz ya era un fastidio. Antes de que lleguemos a destino, coloco una de mis manos sobre mi cabeza, logrando que ella callara.
Al llegar hasta la cueva de la vastaya, ella corre al interior, en busca de las hierbas que me había prometido. Yo me siento sobre la blanca nieve, bajo la sombra que un árbol me brindaba. Apoyo mi espalda en el troco y dejo caer mi cabeza hacia atrás. Me dolía mucho. Parecía que la estuvieran pisando, o que la golpearan múltiples veces con un martillo de madera.
Al rato, Ahri sale de la cueva, ella tenía las hierbas en su mano; busca algunas ramas que el viento habia quebrado y las apila de manera rápida. No sé si mi dolor de cabeza me hizo alucinar, pero pude notar que de la mano de la vastaya salió una llama de fuego azul, que de forma repentina se volvía normal.
La mujer de nueve colas zorrunas se acerca a mí con las hierbas en la mano, ella toma dos piedras, una más grande y circular, y otra más pequeña y puntiaguda; coloca las hierbas secas en la primera piedra y las muele con la segunda. Su brazo se mueve de arriba a abajo con rapidez, logrando que sus pechos reboten una y otra vez. No podía quitar la vista de eso, me sentía un asco por aquello. A los segundos, siento un liquido frío y caliente escurrir por mi naríz, paso mi mano por encima de mis labios, logrando distinguir aquella sustancia.
Sangre.
Ahri levanta la mirada y lo ve. De inmediato deja de hacer lo que estaba haciendo y busca un retazo de tela para parar la hemorragia nasal. Noto que iba a romper una parte de su precioso vestido. Se lo niego, y rompo mi manto celeste, entregándole la pieza de tela, ella la recibe y la dobla, enseguida la apoya en la pequeña parte que había entre mi labio superior y mi naríz, limpiando aquel líquido rojo que seguía cayendo.
Mientras ella se encontraba cerca, me dedico a observar su rostro y a sentir su aroma. Ahri era la mujer más hermosa que había conocido; ella era un enorme y bello árbol de flores de cerezo en un jardín con muchas flores ordinarias. Era una preciosa joya en un estanque con una enorme cantidad de piedras. Era la luna entre las estrellas del cielo nocturno. Su piel era suave; su rostro no tenía ninguna cicatriz o señales de haber tenido acné, tan solo tenía marcas en ambas mejillas, tres en cada lado, parecían bigores de gato. ¿Estos sobresalían de su piel? ¿O eran simples marcas? Levanto un poco mi mano izquierda y la apoyo en su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel.
Los ojos de la dama de rojo y blanco se clavan en los míos, en su mirada no había señal de incomodidad o molestia, mostraban tranquilidad y confusión. Su mano derecha y la posa sobre la mía, entrelazando sus dedos con los míos.
-¿Sucede algo? -pregunta con aquella voz juvenil que poseía, ladea un poco la cabeza y sonríe de lado.
Una electricidad extraña recorre desde mi columna hasta la punta de mis dedos. Era preciosa, y ver la sonrisa que me dedicaba lograba que una extraña sensación recorra gran parte de mi cuerpo.
ESTÁS LEYENDO
Mi Flor de Cerezo
RomanceAhri era una vastaya, ella había crecido sola, jamás había conocido a su familia original. Ella solo poseía un amuleto y dos gemas idénticas que siempre llevaba consigo. Yasuo era un hombre sin honor, el vagaba por Runaterra en busca del asesino del...