No confies..

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Una tarde regresaba a casa de la escuela. El cielo estaba nublado, lleno de nubes oscuras y no tardó prácticamente nada en oscurecer completamente. Desde pequeño había desarrollado un miedo terrible a la oscuridad, ya que por las noches mi madre me contaba repetidas veces la leyenda del perro con botas, un cuento de terror espeluznante que me ponía los pelos de punta.
En fin, pasé frente al parque municipal y se me ocurrió comprar un helado de crema en el kiosco. Don Gilberto, el heladero, me dio un cono de vainilla y proseguí mi camino normalmente.
No obstante, algo llamo poderosamente mi atención. Eran una especie de murmullos provenientes de detrás de los árboles. Temeroso fui hasta donde se escuchaban esos ruidos. Entre los arbustos observé a un hombre inválido que había caído de su silla, antes de que me acercara ayudarlo, vi como un muchacho corrió rápidamente lo ayudó a incorporarse.
El anciano de la silla lo tomó del brazo y exclamó con fuerte voz:
- Estoy muy agradecido, por tan buena acción serás recompensado.
Luego de escuchar eso, me dio coraje, pues pensé que a lo mejor se trataba de un viejo rico que le otorgaría una buena gratificación al joven por sus servicios.
- ¿Por qué no me apuré a auxiliarlo? ¡Con la falta que me hace el dinero!
Ya estaba por retomar mi ruta, cuando el anciano sujetó fuertemente del brazo al muchacho, mientras que con su otra mano le tapó la boca para acallar sus gritos. Quise correr hasta allá, pero las piernas no me respondieron. Era como si estuviera anclado al suelo.
A cuantos de ustedes no les ha pasado que no quieren ver una cosa y sin embargo no pueden apartar la vista de ella. Pues eso precisamente fue lo que me sucedió a mí.
Miré con horror como el anciano mordía el brazo de su víctima extrayéndole hasta la última gota de su sangre. Posteriormente el cuerpo del viejo comenzó a transformarse, quedando convertido en un jovenzuelo.
Instantes después salió caminando de ahí, dejando de lado al chico muerto así como a su silla de ruedas.

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