El show del payaso botones

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Sucedió durante la fiesta de mi décimo cumpleaños. Mis viejos en ese entonces se estaban separando y las cosas andaban bastante mal en casa. Supongo que, para compensar, organizaron una gran fiesta donde hubo de todo, desde peloteros inflables hasta un mago que hacía trucos con la baraja. También contrataron un payaso. El Payaso Botones. Mi viejo lo había contactado a través de un anuncio del periódico. "El Payaso Botones, el mejor y más divertido payaso de la ciudad", decía el anuncio. Lo recuerdo muy bien por la curiosa línea final: "¡Jamás podrás olvidar su último acto!".
La fiesta transcurrió con normalidad, al menos hasta la aparición de ese maldito payaso. La torta estaba deliciosa, y el mago no era muy bueno pero igual nos divertimos como locos. La tarde pasó rápido, y comenzó a hacer frío porque era otoño. Algunos chicos se fueron, y a otros los vinieron a buscar los padres, y cuando finalmente el Payaso Botones hizo su aparición, a eso de las seis, no quedábamos más de diez chicos en la fiesta. Y creo que fue una suerte, porque si hubiese habido más... bien, no sé qué habría ocurrido entonces.
Ya cuando el payaso hizo su presentación, arrastrando las palabras y mirándonos con ojos acuosos y perdidos, nos dimos cuenta que sería un completo desastre.

Se notaba que el rostro debajo de esa máscara de pintura era el de un viejo, tenía movimientos lentos y poco gráciles, incluso su voz chillona sonaba como el graznido de un cuervo agonizando en una rama. El payaso, ante nuestra impavidez, hizo algunas acrobacias y luego fingió caerse de espaldas sobre el césped. Sacó unos globos de su bolsillo y les dio forma de jirafas y perros. Su escaso público se dispersaba con rapidez, y los pocos que quedábamos ni siquiera nos molestábamos en disimular el bostezo. El Payaso, quizás percibiendo la debacle de su show, cambió la estrategia y comenzó a contar unos chistes de los tiempos de Matusalén, y fue entonces que mi padre intervino furioso. Habló a su oído pero nosotros escuchamos igual, porque nos encontrábamos a escasos metros de la escena. Mi padre le ordenó que concluyera el lastimoso espectáculo de una vez, a lo que el payaso respondió, algo petulante, que aún faltaba el último acto. Mi padre lo pensó durante unos segundos y quizás recordó aquel anuncio del periódico, que sin dudas picaba su curiosidad. "Está bien, haga su último acto y después váyase", concedió entonces mi viejo, retrocediendo unos pasos para dejarlo actuar, aunque aún mirándolo en forma amenazante. Y entonces el Payaso Botones realizó el último y famoso número de su repertorio. Primero se paró frente a nosotros e hizo una torpe reverencia. Y luego, aferrándose los mechones de los costados con ambas manos, se sacó la cabeza.

Todos en el jardín gritamos, y mi padre por poco no se tragó el cigarrillo que sostenía entre sus labios. El payaso se puso la cabeza bajo la axila, como una pelota, y después comenzó a girar sobre sí mismo. Dio dos o tres vueltas y se detuvo, algo tambaleante. La cabeza bajo su axila fijó sus ojos en mí y luego sonrió. Al hacerlo, unas gotas burbujeantes de sangre asomaron por entre sus dientes amarillentos. Uno de los chicos sentado a mi lado se puso las manos sobre los ojos y comenzó a llorar a todo pulmón.
-Este es... el show... del payaso... Botones- borboteó la cabeza del payaso, entre horribles y sibilantes estertores-. Recomiéndenme... con... sus... amigos...
Sus ojos se pusieron en blanco y el cuerpo cayó sentado sobre el suelo. Comenzó a convulsionar. Nosotros contemplábamos la escena mudos de espanto, incapaces de hacer otra cosa. Las manos del payaso buscaron la cabeza con evidente desesperación y en un principio no la encontraron, porque había rodado a unos dos metros de distancia. Entonces mi viejo, que había palidecido y parecía como de cien años, se acercó unos pasos y empujó la cabeza con el pie, en dirección a los brazos del payaso. Las manos de Botones asieron la cabeza y la colocaron en su lugar. El payaso inhaló una honda bocanada, como si hubiese sostenido el aliento durante mucho tiempo, y luego se incorporó.
-Creo que ya estoy viejo para esto- murmuró a nadie en particular, limpiándose la sangre de sus labios con la manga de la camisa. Me miró y con una mano ensangrentada me revolvió el pelo-. Feliz cumpleaños, pibe. Espero que no me olvides nunca.
Recogió sus cosas y se fue, dejando a la fiesta envuelta en un sepulcral silencio.

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