13. La Manzana de Oro.

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Las criaturitas prepararon el sofá para que el Reparador pasara la noche. Encendieron la chimenea junto al sofá y prepararon té caliente de chocolate. El Reparador tomó asiento en el mueble. El hada del vestido rojo le prestó una sábana con la cual pudiera arroparse por si tuviera frío, pero no sería necesario, tenía la chimenea a un lado después de todo.

La noche había caído rápidamente. El sueño reinó dentro del Reparador. Se tomó lo que quedaba del té, acomodó el mueble, puso la sábana como una almohada, se acostó y estuvo a punto de dormirse hasta que su sueño fue interrumpido.

–Cuéntanos una historia. –le dijo el hada roja.

–Tengo sueño. Por favor, déjenme dormir.

–Por favor, hazlo. Cuéntanos una historia, ¿sí? –insistió el hada azul.

–¿De dónde era ese té tan delicioso? –les preguntó, evadiéndolas.

Lo que menos quería hacer el Reparador era contarles una historia en ese momento. El sueño se estaba apoderando de él. Bostezó.

–No evadas nuestra petición. –dijo el hada roja. – Por favor, cuéntanos una historia.

Lo pensó dos veces. Si algo era seguro, era que estas criaturitas no iban a dejar de molestarlo hasta que él les contara una historia. Entones llegó a la conclusión de contarles una historia, pero sin un final feliz.

–Está bien. –volvió a bostezar. – Les contaré su historia. Pero ésta será breve. –dijo, acomodándose para el relato. – Además sólo será una parte.

–No. Cuéntanosla completa. –insistió el hada azul. Notó que ella era como la líder del grupo y era la más decidida.

–Si quieren pueden escuchar la primera parte, si no puedo volver a dormir e ignorar sus peticiones.

–No. Por favor hazlo. –habló el hada púrpura. Ella parecía ser la más conformista del grupo.

Las demás criaturitas no querían escuchar la primera parte, querían escuchar el relato completo, sólo la del vestido púrpura estaba conforme con la parte que iba a escuchar. Entonces convenció al resto.

–Está bien. Escucharemos tal parte. –habló el hada azul, la que parecía ser la líder.

–Bueno... Es momento de la primera parte. –dijo él.

Colocó la taza de té sobre una pequeña mesa a su lado. Las hadas roja, púrpura y azul, tomaron asiento junto a él. La verde sobre su hombro y la rosa en un libro que estaba sobre la mesa.

–Esta historia se titula: La Manzana de Oro. –dijo. Las hadas enfocaron la mirada en el Reparador y se pusieron a prestar mucha atención al relato. – Había una vez una granja, donde vivía un granjero, por supuesto. Junto con seis hijos varones, Jacob, Eduard, Albert, Jack, Patrick y Lincoln. –relataba. – La esposa del granjero enfermó y se vio obligada a quedarse sobre una cama hasta su último día. El momento llegó y todos se sumieron en un mar de lágrimas. Ninguno volvió a salir de su habitación. El granjero estaba lo suficientemente deprimido como para no estar a cargo de su granja. Los animales fueron muriendo, otros escaparon. Las verduras se secaron, al igual que las frutas, y ni hablar de la cosecha. Un día, el cuarto hijo, Jack, decidió ir a sembrar una semilla de manzano entre ese campo triste y seco.

Las hadas estaban prestando demasiada atención a la historia. Una de ellas, la del vestido púrpura, bostezó. Él la miró y después continuó con el relato.

–Jack se dirigió a ese campo seco y sembró en él, una semilla de un manzano. La dejó ahí. Todos los días iba a regarle con agua. Se deprimió al ver que después de tres semanas, no había crecido ni un poco, así que creyó que la semilla no crecería y volvió a su casa. La granja estaba en la quiebra; no había animales que vender, ni frutas, ni verduras. El granjero necesitaba mucho dinero para mantener a su familia. Los tres primeros hijos salieron a buscar empleo como granjeros en otras granjas, como agricultores, pero esos puestos ya estaban ocupados. Volvieron a su casa. Necesitarían un milagro para no morir de hambre... Y entonces algo extraño sucedió. –ahí quedó.

–Y entonces... –dijo el hada roja.

–Y entonces esa fue la primera parte. Ahora vayan a dormir. Fin de la historia.

–No. Por favor. Continúa. –insistía el hada verde.

–Confórmense con esta parte del relato y agradézcanme que sabrán el resto mañana.

–Yo me conformo. –dijo el hada púrpura, la que parecía ser conformista comparada con el resto.

–No nos hagas esto. –suplicaba de rodillas el hada azul.

–Tengo sueño. –dijo. – Vayan a dormir. Mañana sabrán la continuación.

Las hadas decidieron marcharse e irse a dormir en su habitación, hasta que él las llamó.

Ellas se acercaron.

–No nos hemos presentado. –dijo el Reparador. – Díganme sus nombres.

–Soy Leila. –dijo el hada roja.

–Yo soy Britgit. –dijo el hada verde.

–Soy Clara. –dijo el hada azul.

–Mi nombre es Stephy. –dijo el hada rosa.

–Y el mío Tylan. –terminó el hada púrpura.

Eran bonitos nombres para criaturitas tan bonitas.

–¿Cuál es el tuyo? –preguntó el hada roja, la que era curiosa.

–No tengo un nombre. Me hago llamar El Reparador de Sueños. –dijo él.

Las hadas intercambiaron miradas y decidieron no preguntarle su nombre real de nuevo.

–Está bien, Reparador. –habló el hada de vestido azul. – Me gusta ese nombre.

–Si, no está mal. –dijo el hada rosa.

–Bueno... –les sonrió. – Vayan a dormir.

–Buenas noches. –dijeron todas.

–Buenas noches. –terminó él, y las criaturitas se fueron a dormir.

El Reparador de SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora