27. Debes irte.

56 10 0
                                    

La niña pegó un grito demasiado fuerte debido a semejante situación. El Reparador se levantó rápidamente, empujó a la niña, cayendo lejos de ellos y alejándose del líquido caliente que se acercaba.

Él tomó una espada rápidamente y la clavó en uno de los dedos del pie del guardián. Éste se giró y con su cola mandó a volar al Reparador muchos metros más allá de donde estaba Maggie. Ella corrió hacia él y lo ayudó a levantarse.

Empezaron a correr, rodeando al guardián, quien les disparaba mortíferos rayos color rojo que salían de su boca, pero eran desviados por la capa del Reparador.

Siguieron corriendo de manera rápida hasta una parte del tablero donde había más piezas agrupadas que en todo el lugar. El guardián volvió a pisar el suelo con fuera, lo que hizo que todo temblara y que una pieza casi aplastara a la niña y al Reparador. Volvió a pisar con fuera, y esta vez fue el Reparador quien cayó y de su bolsillo salió rodando la pócima de la vida.

La esfera rodaba y rodaba. Impactó contra una pieza y se rompió. Una onda expansiva brillante salió y se expandió por todo el tablero. Los cuadros del suelo tomaron más color, más negro y más blanco. Las piezas volvieron a cobrar vida, de una cara triste a una sonrisa. Las piezas eran de diferentes colores, la mayoría de ellas eran de un color marrón brillante.

La pócima le había devuelto la vida a ese tablero.

Se escuchó de nuevo el rugir de esa bestia que los perseguía. Salieron de ese grupo de piezas. Otras de ellos los alentaban para salir de ese lugar, otras se ponían delante del camino del guardián, pero eran destruidas por los rayos que salían de su boca, o eran aplastadas.

No pararon de correr. Las piezas tomaron las espadas y se las arrojaron a la criatura, debilitándolo y haciéndolo caer, y cuando lo hizo, impactó tan fuerte que hizo romper el suelo.

Una gigantesca grieta les pisaba los talones. Ellos corrían y corrían. El Reparador miró rápidamente para atrás y vio todo ese desastre. Tomó a la niña y la lanzó metros más adelante. La grieta le había alcanzo su pie.

La niña se levantó y corrió hacia el Reparador caído. Detrás de él se había formado un gran agujero que se había tragado a varias piezas del tablero, parte del suelo y al guardián. Abajo había lava.

–Déjame ayudarte. –le decía ella, mientras estiraba su brazo para ayudarlo.

Su pie estaba atrapado en una grieta que parecía jalarlo con fuera. El suelo pronto iba a colapsar. Descendió un poco, y él gritó con fuera.

–Dame la mano. –le dijo ella, aún con el brazo extendido.

Él sólo la miraba, mejor que nadie sabía que este era el final. De seguro iba a caer, y si moría en un sueño, moriría también en la vida real.

Ella aún seguía con el brazo estirado, esperando a que él fuese a tomarle la mano, pero no fue así.

–Debes irte. –le dijo. – Tus padres te están esperando.

–No sin ti. –le respondió Maggie. – No voy a irme sin ti. Has llegado demasiado lejos como para dejarte morir. Tenemos que irnos. –él no quería aceptarlo.

–Maggie, a partir de ahora voy a estar en tus sueños. –le dijo. – Ya se acabó mi tiempo, a ti todavía te queda una larga vida. Vívela al máximo, llénala de aventuras y risas.

–No, Reparador. Ya deja de decir esas cosas y vámonos. –el suelo descendió más.

–Ya no puedo. Anda, tus padres te esperan. Debes irte.

–No sin ti.

–¡Ve! Tienes que hacerlo. Tal vez no vaya contigo, pero me quedaré aquí. Este es mi hogar ahora. –entendía que toda esta experiencia lo había hecho entender ciertas cosas.

–No. –dijo ella. – Tu hogar es en la realidad. Vámonos.

Volvió a estirar su brazo para ayudarlo, pero él no lo tomó. Le ordenó al búho para que guiara a Maggie hasta su casa y la acompañara siempre.

–Quédate con ella, mi amigo. –le dijo. El búho obedeció y abrió vuelo detrás de Maggie.

Ella lo volvió a mirar, aún seguía con su brazo extendido.

–Ya es hora de que te vayas. –le dijo. El piso descendió un poco más. – Hasta pronto, Maggie.

–No. No quiero que me dejes sola. –decía llorando.

–Maggie... –dijo él. – Siempre voy a estar contigo. A partir de ahora vivirás fantásticas aventuras a mi lado cada noche, cuando sueñes. –a él se le escaparon algunas lágrimas. – Ya vete, antes de que sea demasiado tarde. –se despidió y puso en sus manos el conjuro del portal. – Nos veremos pronto, princesa Maggie. –el suelo cayó.

Su cuerpo iba cayendo hacia la lava, y ella se despidió.

–Hasta pronto, Reparador de Sueños. –dijo ella, mientras lloraba, mientras veía caer el cuerpo.

Comenzó a correr, siendo guiada por el búho. Salieron del tablero. Ella se detuvo y sacó el conjuro. Lo abrió y lo lanzó contra el suelo. No pasó nada. Pero con su mente, con su imaginación, empezó a imaginar que el portal se abría y la llevaba de vuelta a la realidad con el búho. Se esforzó bastante, pero lo logró.

Un rayo salió disparado de la esfera y se formó, en el cielo, el portal de conexión que la llevaría a su casa.

Una fuerza extraña comenzó jalarla. Subieron y subieron hasta entrar. Ambos cuerpos, el del búho y el de Maggie. Iban a toda velocidad dentro del portal. Había objetos extraños y el portal destilaba muchos colores. Salieron y se encontraban flotando, como si estuviesen en el espacio exterior, luego, entraron al resto.

Siguieron andando a toda velocidad, atraídos por la fuera invisible que los llevaba hasta el final del portal, hasta una resplandeciente luz blanca.

Los padres de la niña aún seguían ahí, viéndola fijamente, esperando a que fuese a despertar. El reloj había marcado ya la medianoche. No había pasado tanto tiempo desde que el Reparador había partido.

Y entonces pasó algo. Una luz comenzó a brillar en el centro de la habitación. Primero salió el búho, y luego el alma de la niña, que volvió a su cuerpo y despertó. Por fin despertó.

–Reparador. –gritó al despertar.

Lo primero que hicieron sus padres fue abrazarla como si nunca antes lo hubiesen hecho, y luego la besaron en sus delicadas mejillas y en la frente. Después volvieron a abrazarla.

–Cariño, ¿estás bien? –preguntó su padre.

–Si, lo estoy. –respondió ella.

–¿Dónde estuviste? ¿Qué sucedió? –le preguntaba su madre, quien había pasado toda la noche llorando, esperando a que su hija volviera a despertar junto con el Reparador. Y al no notar su presencia, le preguntaron.

–¿Y el Reparador? –preguntó su padre.

–Está en un lugar mejor. –respondió ella triste.

–Oh, Dios. –dijo su madre, y dejó salir algunas lágrimas. – Nos ayudó. Será una deuda que nunca podremos pagar.

–Murió dentro de mis sueños. Vivirá ahí por siempre.

–Era un gran hombre. –añadió su padre.

–Lo era. –respondió la niña. – Hizo grandes cosas. –se volvieron a abrazar.

–¡Estás bien, mi niña! –dijo su madre. – ¡Qué felicidad! –exclamó.

–Te queremos mucho, mi princesa. –terminó su padre.

Había demasiadas preguntas que le aguardaban a Maggie, y cientos de respuestas por parte de ella.

Maggie miró al búho fijamente, y pareciera que él la miraba a ella también. Era sin duda un gran regalo por parte del Reparador, para no olvidarlo nunca, además que viviría sueños con él. Tenía al búho después de todo, quien se convertiría en su fiel amigo.

El Reparador de SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora