22. Los prisioneros.

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Cuando el Reparador de Sueños despertó, trató de levantarse, pero escuchó el sonido de las cadenas siendo arrastradas. Lo habían capturado junto con Maggie, Washer y las hadas. Su amigo fiel, el búho dorado, estaba retenido en una jaula. Por suerte aún llevaba puesta la capa protectora que le habían dado las hadas. También las dos pócimas; la de la vida y la de curación, además, por suerte, también llevaba aún en su bolsillo el conjuro del portal de conexión, el que usó cuando le frotó en la frente de Maggie y así pudo adentrarse a toda esta locura.

–¿Estás bien? –le preguntó el hada roja, Leila.

–Si, lo estoy. –respondió. Sacó la pócima de curación y se frotó algo de ella en su pecho que le dolía y ardía demasiado.

Respiró de alivio. Miró alrededor y notó que estaban en los calabozos del castillo. Las hadas estaban en una jaula, colgando en medio del calabozo. Washer tenía su celda solitaria. Mientras que el Reparador y Maggie compartían la misma, con la jaula del búho.

–Todo esto es culpa mía. –dijo la niña, mientras lloraba echada en un rincón.

–No, no lo es. –le dijo él. – No es tu culpa, Maggie.

–La reina... –comenzó ella. – En mi último sueño me capturó y me mantuvo encerrada en esa torre. Traté de despertar pero no podía. Me asusté demasiado, no sabía qué hacer.

–Te tenía cautiva en tus propios sueños. –dijo el Reparador. – Pero ¿cómo pudo hacer eso? –se preguntó el mismo. – Es extraño.

– Gracias. –respondió ella.

–¿Por qué? Ni siquiera logré llevarte con tus padres. –decía él.

–Por aceptar venir, sé que este no es tu trabajo. –le dijo. – Tu trabajo es reparar sueños defectuosos. Lo sé.

–No te preocupes. Cuando te vi tendida en esa cama supe que estabas en peligro y que debía sacarte de ahí. No hay de qué. –respondió el Reparador. – Hice mi intento, pero no lo logré.

–Entonces... ¿Este es nuestro fin? –preguntó el hada rosa.

–Temo que si nosotros dos morimos en un sueño, morimos también en la vida real. Ustedes no porque ustedes no son... –ahí quedó.

Se quedó en silencio, casi se les iba a escapar la verdad. Por un momento todo el calabozo se había quedado en silencio. Se arrepentía por haber dicho eso.

–¿No somos qué? –preguntó el hada azul, Clara.

Este era el momento, aunque no el adecuado, pero debía decírselo ahora, entes de morir. Suspiró y las miró, hasta la jaula.

–Debo decirles algo. –dijo él.

–Dínoslo. Ahora. –le ordenó el hada azul.

–Ustedes no son reales. Son un grupo de hadas imaginadas y creadas por los sueños de Maggie.

–¿Qué? –dijo algo molesta el hada púrpura.

–Perdónenme por habérselos ocultado. Lo siento, yo no quise... –fue interrumpido.

–Lo sabías y nos mentiste. –decía el hada azul, Clara. – Nos hiciste traerte hasta aquí y nos prometiste que nos llevarías a ese otro mundo. –la verdad dolía demasiado, pero debía saberse.

Para ser imaginadas, estas criaturitas tenían sentimientos profundos.

–Supongo que no nos vas a llevar a ese otro mundo. –añadió el hada rosa.

–Me temo que... –dijo él, pero de nuevo se vio interrumpido, esta vez por el hada roja.

–Cállate. No digas más.

–Eres un mentiroso. –añadió el hada púrpura.

–Chicas, discúlpenme, no fue mi intención. –respondió él.

–Nos utilizaste. –dijo el hada azul. – Ya no sé si dices la verdad. Jugaste con nosotras.

–Perdón. No quise hacerlo. –dijo, pero ya era tarde para pedir perdón.

Al Reparador se le escaparon algunas lágrimas. Le había dolido a él también la verdad. Era dolorosa, pero ellas debían saberla.

–Yo te perdono. –respondió el hada rosa. La honesta.

Él la miró, allá, hasta la jaula. El resto de ellas se cruzó de brazos y no querían perdonar al Reparador, pero por más que fuera, él era su amigo en este poco tiempo que ya llevaban conociéndose. Él se las había ganado, y ellas a él. Pasaron muchos momentos juntos, algunos malos, otros buenos. El hada verde, Britgit, también se volteó.

–También te perdono. –dijo Britgit.

–Igual yo, Reparador. –dijo el hada azul, Clara.

Sólo faltaban Leila y Tylan. Tardaron un rato en disculparlo, pero lo hicieron.

–Yo también, Reparador. –dijo el hada roja, Leila. – Estás perdonado.

–Si. Después de todo eres nuestro amigo. –añadió el hada rosa.

Ahora sólo faltaba Tylan, la púrpura. Ella todavía seguía de espaldas con los brazos cruzados. Ella podría ser cariñosa y conformista, pero también era algo ruda y orgullosa.

–Oye... –comenzó el Reparador. Se estaba dirigiendo a Tylan. – Sé que tú y yo no tenemos un buen comienzo, ¿recuerdas? Cuando me golpeabas con el sartén. –le decía con algunas que otras lágrimas en el rostro. – Me he encariñado mucho con ustedes, y viviré con la culpa si no me perdonas. Por favor.

Ella lo miró de reojo. Aún seguía de brazos cruzados. Entonces se volteó. Las palabras del Reparador le habían llegado a su interior.

–Está bien. –dijo ella. – Te perdono.

Lo único que él hizo fue sonreírles y acto seguido les dio las gracias. Ahora sólo faltaba ingeniar un plan para salir de ese horrible lugar.

–¿Puedes hacernos salir de aquí, Maggie? –le preguntó.

–No puedo, es muy difícil. –respondió.

–Pero ya lo intentaste.

–Si, lo sé, pero es complicado.

–Inténtalo. Yo sé que puedes. –de algún modo, sin conocerse tanto, el Reparador se había encariñado con la niña. Había algo que lo unía, tenían muchas similitudes.

El Reparador de SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora