Al terminar con la reunión, y después de bañarnos por la pequeña sesión improvisada de nado que tuvimos, nos sentamos a admirar las estrellas del éter. Esa noche ocurrió una Magnánima lluvia de estrellas. El ver como esos fastuosos astros se movían fervientemente por el nirvana, creando un especie de danzar inexplicable, te deja absolutamente atónito y absorto. Un deleite total para el pobre sentido de la vista que poseemos los hombres. Contemplar un evento así hace darte cuenta de lo extenso que es el universo y de que solo somos una parte insignificante de él. Sin embargo, nosotros le damos demasiada importancia a nuestra vida. Tal vez porque, aún sabiendo que no es algo exuberante, es lo único que realmente nos pertenece, o eso es lo que queremos creer.
Ya llegada la medianoche, era más que obvio que lo único que deseábamos era poder dormir hasta el siguiente día. Sin embargo, Silvia insistió que era un buen momento para contar historias de terror a la luz de luna. Sin pensarlo mucho, rechazamos su oferta y dimos camino hacia las habitaciones. En eso, vi al pequeño Anthony parado frente a la ventana en la sala de estar. Sonriendo y saludando como si alguien o algo estuviera intercambiando esos mismos gestos con él desde el bosque que, como puedes ver, está a aproximadamente a unos 43 metros frente a la cabaña. Lo miré algo extrañado, pero no del todo desconcertado, ya que era posible que hubiese visto a una ardilla o algún otro animal y se estuviese entreteniendo con él, como es normal en los niños. Anthony volteó hacia mí e hizo un ademán para que me acercara a donde él.
- ¿Quién es esa mujer? -, preguntó, jalándome de la camisa.
Dirigí mi vista hacia la ventana. Con el cansancio por el día tan agotador que había tenido y las sobras que envolvían a los árboles en la lejanía, incluso yo creí ver algo por un breve momento. Convencí a Anthony de que solo había sido su imaginación y que lo olvidara. Luego lo llevé a su habitación en donde la Sra. Soto ya se alistaba para ir a la cama.
Tras eso, dirigí mi andar hacia mi habitación. Evangeline ya se hallaba acostada en la cama. Me recosté a su lado y antes de darme cuenta, caí dormido. Recuerdo a la perfección el sueño que tuve aquella noche: Yo me encontraba situado en medio de un bosque. Una delgada capa de niebla, que me llegaba hasta los tobillos, cubría el suelo. Los arboles deshojados y huecos a mi alrededor. parecían haber sido colocados estratégicamente. Formando filas paralelas entre sí, a la misma distancia uno del otro, con el suficiente espacio para que pasara sin problemas una persona. En medio de mi desconcierto, oí la risa de Evangeline resonando por todo el entorno, sin ubicación aparente. Yo movía la cabeza de un lado a otro desesperadamente, tratando de encontrarla. Sin avisar, sus risas se convirtieron en gritos desgarradores y alarmantes. Dí media vuelta y solo entonces logré verla arrodillada sobre un charco de sangre, a unos cuantos pasos de donde yo me encontraba. Con cautela me aproximé hacia ella. Al llegar a su lado, supe porque gritaba. El cuerpo brutalmente destripado y totalmente destrozado de Anthony, estaba clavado en uno de los árboles. Sus vísceras se deslizaban lentamente, desde su vientre hasta el suelo. La sangre emanaba sin cesar de su cuerpo y en sus ojos sin vida se notaba claramente una expresión de horror. Pero lo que hacía que esa escena fuera tan perturbadora, era que la silueta de la boca dibujaba una inocente sonrisa. El olor a muerte corrompía el ambiente y en la corteza del árbol junto al cadáver había una nota tallada. Aquel tallado decía: "No le temas al miedo".
Justo en el momento que terminé de leer la extraña frase, todo se tornó oscuro por unos segundos. Desperté, Evangeline me sacudía rápidamente, agarrándome por los hombros.
- ¡Alfa Despierta! ¡Anthony ha desaparecido! -, Su expresión alarmada hizo que espabilara en segundos.
Me levanté y me puse un pantalón lo más rápido que pude, para salir a buscar a Anthony. La Sra. Soto se encontraba en shock, nunca la había visto tan ansiosa. Evangeline sostenía su temblorosa mano e intentaba tranquilizarla. Silvia y yo fuimos fuera de la cabaña. Ambos gritábamos el nombre de Anthony a los cuatro vientos, con la esperanza de que él nos oyera y regresara. Busqué en la parte trasera de la cabaña, y entré al pequeño cuarto en el que teníamos un generador de luz y se guardaba la leña. Inspeccioné el lugar e incluso revisé dentro del armario, era lo suficientemente grande para que Anthony se escondiera dentro. Medía alrededor de 1 metro de largo por 2 de alto, de solo 2 puertas que se abrían completamente, dentro teníamos guardadas hachas y demás herramienta para leñar. Sin rastros del pequeño Anthony, me dispuse a seguir buscando por otra parte. Justo antes de salir de aquel cuarto, un aire frío, como el de una leve respiración me heló la nuca. Me detuve y antes de lograr voltear la cabeza, sentí como una mano se colocaba en mi pecho. Al instante fui arrojado hacia el armario y choqué de espaldas contra él, sus puertas se abrieron por el impacto y yo caí boca arriba en el piso. Todo en el interior del mueble se sacudía lentamente. Una de las hachas se desprendió de su lugar y cayó unos centímetros al lado de mi cabeza.
Con calma me puse de pie, coloqué el hacha nuevamente en su lugar y regresé al frente de la cabaña con Silvia. Minutos después Evangeline y la Sra. Soto también salieron para ayudar en la búsqueda. Resolví que lo más probable era que Anthony se hubiera adentrado en el bosque. Acto seguido, nos separamos para dar con él lo más rápido posible.
La noche transcurría cubierta por un silencio subyugador, como si el mundo se hubiera enmudecido por completo. Ni el aire hacia ruido alguno al resoplar y en la bóveda celeste. Aquel pequeño astro, carcelero de la oscuridad nocturna, desprendía un fulgor más que perfecto. Ni siquiera las copas de los grandes árboles, fervientes de hojas verdes y danzantes al son del viento, impedían que la luz lunar iluminara las tinieblas de la noche. Confieso que habría olvidado el porque estaba en el bosque, de no ser por un ruido peculiar que rompió la clama. Una risa juguetona resonó por un momento. La escuché claramente, pero no me convencí del todo. Entonces, otra pequeña risa vivaracha llego hasta mis oídos.
Apresuré el paso, otra risa se escuchó. Aceleré un poco más, otra risa. Una otra más y otra, hasta que escuché un sonido diferente. El crujir de algo, como un insecto siendo aplastado por la suela de mi zapato, pero no era un insecto, no se sentía como tal. Me detuve y elevé la pierna, vi entonces lo que se encontraba bajo mi pie. Era un dedo, un pequeño dedo meñique. Como lo dije antes, el resplandor de la luna era perfecto, tanto que me permitía ver lo que se encontraba en el suelo con mucha claridad, y lo que veía era un dedo meñique, reventado y sangrante. Me agaché, lo recogí del suelo y lo miré detenidamente. No era necesario ser un experto forense, para darse cuenta que el dedo tenía poco tiempo de haber sido cortado. Otra vez, la infantil risa volvió. Seguí adelante. Pasos enfrente encontré otro dedo, esta vez el anular. Por lo pequeño que era, no había duda que los dedos eran de un niño. Continué avanzando y hallé una ardilla sentada en la raíz sobresaliente de un árbol, mascando el dedo medio con rapidez. Apresuré mi camino, siempre con esa risa audaz sonando en cortos intervalos. Cada vez más cerca de mí.
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El Síndrome De La Oscuridad
HorrorGeorge es un joven con una gran afición al Terror y todo aquello que sea considerado paranormal. Al tal grado que posee un canal en YouTube sobre estos temas. Él es citado, através de varios e-mails, hasta una cabaña en las afueras de un pueblo perd...