Puzzle

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El agua cristalina reflejaba mi figura, contorneada por el singular brillo azulado que emanaba la luna. La misma luna que yo juraba había desaparecido. Esa misma luna que nos había custodiado desde que el tormento cayó sobre nosotros. Reaccioné lentamente y tomé camino hacia la cabaña. Antes de lo pensado ya me encontraba frente a la puerta principal. La abrí sin prisa y miré el interior del lugar con cuidado. Las luces estaban apagadas, pero, a diferencia de cuando estaba con Silvia, ahora se podía ver parcialmente hacia dentro. Caminé por el pasillo nuevamente, ya no me extrañaba que la casa se notase tan lúgubre y deprimente. Llegué hasta donde tendría que estar la Sr. Soto tirada en el suelo, pero ella no estaba ahí, ni en ninguno de los cuartos. No había nadie en la cabaña, más que yo.

Seguro te estarás preguntando "Entonces, ¿qué fue todo lo anterior?" se podría decir que fue otra alucinación o visión. Ni siquiera después de tantos años, estoy seguro de cómo definirlo. Y obviamente, en ese entonces, mucho menos. La verdad es que no estaba pensando en ello. A esas alturas, ya no perdería tiempo intentando descifrar esos desvarío mentales que, según yo, eran obra de "Ella". No tenía duda de ello, lo verdaderamente importante era averiguar desde cuando estuve atrapado en esos delirios. Pude haber estado perdido en mi mente desde que llegué a la cabaña. Tal vez todo fue una ilusión, o tal vez no. Eso era lo que daba vueltas en mi sien.

Afuera de la cabaña, me senté en las escaleras. Tomé una gran cantidad de aire y exhalé despacio, eso me ayudó a poner mis ideas en orden. Ya con mi mente aclarada, puse pie hacia la parte trasera de la cabaña y proseguí a adentrarme en el bosque unos metros. Solo entonces esclarecí mis incógnitas. El cadáver putrefacto de Anthony estaba en la sanja a los pies de un árbol, cubierto por la misma manta negra de antes. Ahora sabía que no todo fue una trampa de "Ella". Al estar frente al occiso infante, llegó a mí una extraña curiosidad. Destapé a Anthony, escudriñé entre las bolsas de su pijama y en una de ellas se hallaba una hoja de papel doblada en cuatro. Desdoblé el ensangrentado documento y lo vi detenidamente: Era un dibujo que él había hecho hace poco. En ese papel se mostraba a Anthony triste y a su madre tocándose el pecho con una gesto de dolor en su rostro. La mujer sufría de un severo problema cardíaco, tomaba medicina para controlarlo pero, como puedes suponer, no era suficiente. Anthony solo tenía 11 años pero hasta él se podía percatar de lo grave de la situación. Supongo que para un niño que ya había perdido a su padre años atrás, cuando solo tenía 8 años, era muy duro ver a su madre en esa situación. El pequeño tenía miedo de que ella también lo dejara. ¿Sabes?, no entiendo porqué se piensa que los niños no poseen noción del mundo. Muchos creen que cuando se es pequeño, no debes preocuparte por lo que pasa a tu alrededor. Es una etapa de la vida en la que el único objetivo claro, es jugar y divertirse. Tal vez hasta cierto punto esto sea verdad, pero yo creo que hay ocasiones en las que los niños comprenden mejor el contexto que los adultos. Pues muchas veces nos dejamos llevar por los prejuicios y la "lógica" que se nos ha implando tras vivir tanto tiempo en sociedad, pero los niños no. Ellos están libres de todo eso. Son seres de luz a los que poco a poco les es arrebatado su brillo, dejándolos marchitos. Y, en el caso no tan particular de Anthony, pienso que no hay mayor tragedia que apague la llama en el corazón de un pequeño, que ver morir a su padre.

Creo que me distraigo mucho, sigamos. Tras contemplar unos instantes aquel dibujo, arrugué el papel y lo dejé caer al suelo. Para mí eso ya no tenía la más mínima relevancia. Sin embargo, las sospechas se acrecentaron dentro mío, comenzaba a unir algunas partes del puzzle que "Ella" había creado para mí. Los misterios escondidos dentro de aquella hermosa piel blanca, aguardaban mi arribo. Deseaba con fervor conocer la identidad de la causante de tanto dolor. Me ahogaba la impaciencia por ver el rostro que antes no pude siquiera mirar. Mas que enojado, me encontraba excitado de poder estas cara a cara con mi enemigo, y tener la dicha de derrumbar su torre de mentiras e ilusiones. Ansiaba poder decir "Yo gano".

Volví al frente y me quedé unos minutos situado en medio del espacio que separa la cabaña del bosque. El sonido de hojas secas y frágiles ramas de árbol tronando se hizo audible, alguien se aproximaba corriendo en mi dirección. Me puse atento, pues cabía la posibilidad de que fuera la Sra. Soto quien se acercaba. Espere unos segundo y al fin pude divisar a quien corría tan torpemente. Silvia se tambaleaba entre los árboles y chocaba contra ellos de forma súbita y poco usual, jadeante y alarmada, con una expresión de cansancio y angustia en su cara. Cuando por fin logró salir de entre los árboles se tiró sobre la tierra seca, gemía de dolor, cansancio y euforia. Me aproximé rápido a donde ella, me agaché para sujetarla y le pregunté por lo sucedido. Ella no solo ignoró mi cuestión, sino que comenzó a palparme todo el cuerpo, mientras angustiosamente preguntaba si realmente era yo, llorando y berreando por ayuda. Agarré sus manos con fuerza.

- Sí, Silvia. Soy yo... ¿Por qué lo preguntas? -, realmente estaba extrañado por su inusual pregunta.

- Ayúdame, por favor... No puedo ver. Todo está oscuro -, decía ella entre sollozos y alaridos.

Intenté tranquilizarla, pero nada de lo que decía funcionaba. Había caído presa del miedo. Más no planeaba dejarla en ese estado.

- Silvia, mírame -, sujeté sus mejillas y toqué su frente con la mía. - Soy yo, tu hermano. Estás a salvo conmigo -, le repetí tiernamente.

El llanto de mi hermana se disipó lentamente. Su relacionan y su ritmo cardíaco se estabilizaron en pocos segundo. Ella me miró fijamente a los ojos y sonrío. Parecía que todo había acabado. Silvia se arrodilló tranquila, cerró los ojos y respiro profundo. Debí haber imaginado que "Ella" no permitiría que yo tomará ni la mas mínima ventaja. En el instante en que mi hermana abrió los ojos, una mueca de terror se formo en su rostro.

- ¡¿Quién eres tú?! ¡¿Qué es lo que quieres de mí?! -, gritó repentinamente.

Silvia empezó a arrastrarse de espaldas, mientras señalaba detrás de mí con un increíble pavor marcado en su mirada. Volteé casi por reflejo, pero no había nadie más que yo ahí. Aun así sabía a quien estaba señalando Silvia, pero ignoraba el porqué yo no la veía y mi hermana sí. En un instante, Silvia se levantó torpemente, resbalando unas cuantas veces y acertándome una patada en la barbilla por accidente. Ella corrió incansable hasta el otro lado de la carretera. Trató de subir la cuesta que ahí se encuentra. Yo observaba aún desde el suelo, desorientado por el golpe. De una forma u otra, mi hermana pudo ascender hasta casi llegar a la sima. Al sujetarse en la cúspide, la cuesta se desbarrancó y ella cayó de espaldas desde una altura de casi 20 metros. Sus huesos tronaron al unísono cuando se impactaron contra la superficie. Silvia murió al instante.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora