Sonrisa

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Sin duda ya había recorrido mucho. El bosque se tornaba más espeso y la risa sonaba más próxima a mí con cada paso que avanzaba. Cada vez que la oía, me parecía más familiar. Esto continuó por cortos momentos: Yo avanzaba y la risa se aproximaba. No había error, iba en la dirección correcta. Llegó el punto en que oí la risa a solo unos pasos, no dudé en dirigir la vista hacia ella y solo entonces lo pude ver. Anthony se encontraba frente a un árbol, rasgando ferozmente la corteza con su mano derecha.

- ¿Anthony? ¿Qué crees que estás haciendo? Ven, volvamos a la cabaña, es tarde -, dije con un aire molesto.

Él dio la vuelta y reveló su mano derecha, completamente ensangrentada. Sus dedos se habían desgarrado, sus uñas se rompieron y algunas incluso se desprendieron en su totalidad. Pero lo más notable e increíble, era su brazo izquierdo. La macabra hipótesis que me formulé minutos atrás era real. A su mano izquierda la faltaban tres dedos, solo conservaba en dedo índice y el pulgar. Atrás de él, clavado en el árbol, estaba un cuchillo de cocina.

La expresión seria y algo fruncida por enojo de mi rostro, no cambió en lo absoluto ante este suceso. Aunque es obvio que no lo tomaría como si Anthony solo se hubiese enterrado una simple astilla en la mano. Empezaron a formarse ideas dentro de mí. La única deducción racional que pasó por mi mente, fue que él mismo se había cortado los dedos con el cuchillo que probablemente agarró de los estantes en la cocina. Pero había muchas inconsistencias en mi hipótesis. Primera: los estantes de la cocina están colocados demasiado alto como para que Anthony, que solo tenía 11 años, los alcanzara. Aún si utilizara una silla para subirse en ella, no sería capaz de tomarlos. Segunda: yo personalmente había cerrado la cocina con llave, para que Silvia no entrara a tomar uno de sus "bocadillos nocturnos". Tercera: No podía imaginar ningún escenario o circunstancia, en la que un niño decidiera cortarse tres dedos por voluntad propia. Pero a pesar de todas estas oposiciones, tampoco había indicios de que alguien le hubiese hecho algo como eso. La idea de que él se auto-cortó los dedos y huyó al bosque en pleno uso de razón, aunque posiblemente muy descabellada, era la opción más creíble de acuerdo a las pistas que tenía.

Anthony tomó el cuchillo con su mano diestra, aunque la tenía lastimada gravemente, lo desprendió con mucha facilidad del árbol. Sin vacilar siquiera, Anthony se enterró el cuchillo en un costado del vientre, empuñándolo fuertemente, y se abrió el estómago de lado a lado, con una gran sonrisa en el rostro. Las tripas brotaron de su interior. Él soltó el cuchillo, metió la mano en su estómago y termino por arrancarse completamente las vísceras. Anthony cayó al piso y su cabeza se estampó contra el tronco del árbol. El aire se llenó con olor a ácido gástrico, comida en descomposición y excremento.

Me acerqué sin prisa al lugar donde yacía el cadáver de Anthony, me agaché y vi lo que anteriormente él había grabado con sus uñas en el árbol. Escrito con una letra apenas legible, el mensaje en la corteza decía lo siguiente: "No le temas al miedo"; era el mismo mensaje que había soñado antes.

Volví la vista hacia Anthony unos segundos y después la alcé nuevamente. Miré a lo profundo del bosque por un par de minutos. Tenía la sensación de estar viendo a alguien frente a mí. Incluso podía sentir como si ese alguien me sonriera desafiantemente mientras intercambiábamos miradas. De un segundo a otro, pude sentir a esa presencia desaparecer. No como si se hubiese esfumado en un instante, sino que se retiró caminando con extremo sosiego. No sin antes llevarse algo consigo.

Giré la cabeza hacia mi izquierda. Me sorprendió ver a Evangeline parada a unos metros de distancia, tapándose la boca con ambas manos y con los ojos enteramente abiertos, como a punto de salirse de sus órbitas.

- ¿Omega? -, pregunté con la intención de saber si se encontraba bien.

Sé que era algo estúpido considerando la situación. El preguntar si algo anda bien, cuando obviamente los hechos indican que las cosas no podrían ser peor, es un comportamiento irracional muy común en las personas. Más aquí hago un pequeño paréntesis, para decir que en nuestro caso particular, todo esto solo era la puerta de entrada al sufrimiento y la agonía.

Evangeline no soportó más y se desplomó inconsciente contra el piso. Me incorporé nuevamente, y cargándola en mi espalda regresé a la cabaña en donde Silvia y la Sra. Soto ya esperaban preocupadas, ansiosas y, sobre todo, asustadas. En cuanto dejé a Evangeline acostada en la cama, salí a contarles lo que había pasado a mi hermana y mi suegra.

- Anthony se suicidó. Se destripó con un cuchillo que agarró de la cocina -, simplemente lo dije, sin pensarlo dos veces, sin reflexionar en cómo reaccionarían. Esas fueron las exactas palabras que salieron de mi boca.

La Sra. Soto perdió por completo el color. Uno pensaría que algún espíritu errante y depresivo se apoderó de su alma. Se mantuvo en silencio por un instante, después se tiró de rodillas y rompió a llorar. Silvia caminó hacia mí y me dio una bofetada con una fuerza increíble, tanta que me desequilibré y caí de espaldas en el pasto.

- ¿Acaso eres imbécil? ¿Cómo se te ocurre decir eso? -, me gritó enardecida, con lagrimillas saliendo de sus ojos y resbalando por sus mejillas.

- Estoy diciendo la verdad, no tiene caso ocultarlo -, respondí con voz clara.

Me levanté y di media vuelta, sin decir nada más. Entré a la cabaña como si el golpe anterior no hubiese surtido efecto, pero la verdad es que me ardía intensamente. Tomé una manta negra del closet y me dirigí al bosque de nueva cuenta. Llegué donde Anthony había decidido arrebatarse la vida. Miré su cuerpo momentáneamente e hice algo que nadie en el uso completo de su raciocinio y elocuencia hubiese siquiera pensado, ni en el más mínimo de los instantes, en hacer. Me acuclillé al lado del cadáver de lo que alguna vez fue el hermano de mi esposa. Vi claramente el estómago reventado en el interior de su vientre desollado.

- Parece que esto solo fue una demostración -, dije en voz baja y se escapó de mí una leve sonrisa.

Cubrí el cuerpo con la manta y me retiré sin prisa alguna del lugar. Al volver, la Sra. Soto seguía sentada en las escaleras principales de la cabaña, llorando sin cese ni descanso. Pasé de largo a la sollozante mujer e ingresé a la cabaña hasta mi cuarto, donde Silvia se encontraba sentada al lado de mi esposa, quien aún permanecía dormida. Estuve en silencio mirando a Evangeline. A sus ojos cerrado con pestañas largas y onduladas como los pétalos de las flores, a su rostro enrojecido por el frío de la noche, a su respirar lento y calmado como la brisa de una mañana soleada. Tanto me sumergí en el bello rostro de mi esposa, que no noté a Silvia mirándome aún con cierto rencor desde el otro lado de la cama. Dirigí mi mirada hacia ella, suspire casi resignado.

- Perdón, por lo que dije hace rato. Ya sabes que no pienso muy bien lo que digo, mucho menos cuando se trata de temas "delicados" -, pensé que eso la tranquilizaría un poco.

Silvia se levantó de su asiento. Caminó hacia mí, me miró unos segundos y me abrazó por la cintura. Yo devolví el gesto con mi brazo izquierdo mientras que con el derecho tomé su nuca y apreté su cabeza suavemente contra mi pecho. A pesar de que era mi hermana mayor, ella solo media 1.57, mientras que yo media 1.78. Silvia siempre actuaba muy alegre y despreocupada, pero también era muy sensible y sentimental. Intenté consolarla lo más que pude, pero en mi mente rondaba otro pensamiento. Ahora sabía que había algo allí afuera, acechándonos como un león cazando a su presa en las estepas del Sahara. Su intención era clara: Deseaba aniquilarnos a todos. Aun así, conociendo sus planes, seguía sin saber lo que aquella presencia era exactamente.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora