Ruptura

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El ambiente cambió por completo de sensación, todo el lugar se envolvió en un aire sofocante. Me acerqué a la Sra. Soto, quien se encontraba de rodillas en el lado izquierdo de la cama. La habitación tenía un olor a putrefacción muy agudo. El hedor provenía de la cama, en la que un bulto tomaba forma bajo las sabanas, las cuales se habían manchado de color carmesí. La Sra. Soto sostenía una mano ensangrentada que se asomaba entre los pliegues. Sujeté las sabanas y tiré de ellas, descubriendo así a quien se resguardaba debajo. El cuerpo en descomposición del pequeño Anthony estaba colocado en posición fetal. Fijé mi vista en la Sra. Soto, quien acariciaba con ternura la mano del cadáver. Y en su boca se pintaba una sonrisa y de sus ojos caían lagrimas, lágrimas de felicidad, como si le acabara de pasar lo más maravilloso del mundo.

No miré por mucho tiempo esa siniestra escena. Tomé la mano de la Sra. Soto y la separé de Anthony, después le ayudé a incorporarse. Ella alzó su rostro y me vio extrañada

- ¿Qué estás haciendo? ¿A dónde me llevas? ¿No ves que Anthony se ha puesto enfermo? Creo que le dio gripe, lo mejor será que lo esté cuidando -, me dijo aún con los ojos llorosos.

Entonces lo comprendí: Ella se negaba a creer que su pequeño hijo había muerto. La llevé a la cocina y le dije que prepara un poco de té para llevárselo a Anthony y que yo regresaría a cuidarlo mientras tanto. Salí de la cocina, pero no me dirigí a la habitación donde estaba el cadáver del niño, sino que tomé rumbo a mi propia habitación. Llegué y giré la perilla, más ésta no se movió, estaba cerrada con llave. Toqué la puerta y grité, llamando a mi esposa. Al instante oí gritos provenientes del interior.

- ¡Alfa, ¿eres tú?! ¡Silvia está herida! ¡Sácanos de aquí! -, era la voz de Evangeline.

No podía perder tiempo buscando la llave, así que abrí la puerta de una patada. Tanto Evangeline como Silvia se hallaban atadas a la cama. De inmediato las liberé. Evangeline se dispuso a buscar algo para vendar a mi hermana, quien tenía una herida muy profunda en la pierna derecha.

- Encontré esto ¿Crees qué sirva? -, Evangeline me entregó una vieja camisa mía.

Mientras vendaba a Silvia, le pregunté sobre lo que había pasado. Ella me contó todo sin detallar mucho:

- Sucedió pocos después de que te fuiste. Dejé a la Sra. Soto por unos segundos, para entrar y ver a Evangeline. La encontré ya despierta. Salimos juntas y la Sr. Soto ya no estaba, por lo que nos pusimos a buscarla. La encontramos abrazando el cuerpo de Anthony con fuerza. Tratamos de acercarnos, ella nos vio y huyó de nosotras. Mientras la perseguíamos, me tropecé y me enterré una rama en la pierna. Evangeline me ayudo para seguir avanzando. Llegamos a la cabaña, pero quedé inconsciente justo cuando Evangeline me recostó sobre la cama. Al despertar ambas estábamos atadas. Al parecer, cuando me desmayé, la Sra. Soto atacó a su propia hija y después nos amarró.... me pregunto porqué lo hizo.

Cuando terminé de vendarle la herida, decidimos que lo mejor sería tratar de salir de la cabaña sin que la madre de Evangeline nos viera. Ayudé a Silvia a ponerse de pie y a recargarse en mis hombros para poder avanzar. Evangeline tomó unas tijeras del tocador y salió detrás nuestro. Caminamos lentamente por el pasillo. Al pasar por la cocina, di un vistazo rápido en su interior, pero no vi a la Sra. Soto. Continuamos unos metro hasta llegar a la habitación donde, yo sabía, estaba el cuerpo de Anthony. Le encargué a Evangeline que sujetara a Silvia y entré al cuarto, pero en el interior de éste no había nadie. Solo quedaba una cama bañada en sangre, con un rastro del mismo liquido rojizo en el suelo, que llevaba hasta la salida de la cabaña. Ya afuera, dejamos a Silvia reposar sobre las grandes rocas que están cerca del lago, a unos cuantos metros antes que iniciara el bosque, seguramente las notaste al llegar. Le dije Evangeline que se quedara allí para cuidar a mi hermana y que yo volvería a la cabaña para buscar a su madre. Justo en la entrada a la cabaña, me percaté de que el rastro de sangre se desviaba hacia la parte trasera. Tomé la decisión de seguir las pistas que Anthony segregaba. La sangre seguía hasta el bosque. Antes de continuar, entré en el pórtico y agarré un hacha. De inmediato noté que faltaba una pala, pero no era un misterio quien la había tomado, la pregunta era, ¿para qué?

Al avanzar y seguir el "camino rojo", llegué hasta donde la Sra. Soto había dejado a Anthony. Ella cavó una pequeña sanja y metió en ésta a su hijo, después lo cubrió con una manta negra. La verdad es que me daba igual lo que la Señora hiciera con el pútrido cadáver del niño. Hasta cierto punto, yo entendía porque lo hacía, pero lo que me molestaba era que había atacado a mi hermana y a su hija. En un acto seguido, escuché gritos que venían de la parte delantera. Marché de prisa hacia allá y al llegar no encontré ni a Silvia ni a Evangeline, solo las tijeras yacían tiradas en el pasto humado. Las recogí y en el instante volví he escuchar un grito proveniente de la cabaña.

Corrí hacia el interior de mi "hogar". El lugar que antes de esa desgracia conservaba solo recuerdos de tranquilidad, paz, felicidad y amor, y que en esos momentos se veía subyugado con un aura de muerte, tristeza y horror. Un lugar que bien podría formar parte de la escenografía en una de las típicas películas de terror más reconocidas en el mundo. Un lugar causante de pesadillas. Al que incluso aquellos que se jactan de gran valentía dudarían en explorar sus interiores, por temor ya séase a contemplar lo inimaginable, o bien, a simplemente morir en manos de esto mismo. Sin embargo, para mi desgracia, o tal vez para mi fortuna. Estos conceptos no me eran ni conocibles y ni mucho menos comprensibles. Así que me aventuré a seguir aquel grito sin siquiera dudarlo. Los gritos de ayuda seguían conforme me aproximaba a la entrada. La puerta estaba cerrada con llave, no lo pensé mucho y la derribé de una patada. Al entrar vi la pala que la Sra. Soto había toma del pórtico, recargada al lado de un sillón en la sala de estar. Miré en la oscuridad que envolvía el entorno y cauteloso avancé por el pasillo, siguiendo el sonido de los gritos y sollozos que pedían ser rescatados desesperadamente. Conduciéndome hasta el cuarto de huéspedes.

La puerta entreabierta me permitía ver un poco del interior de la habitación, sin embargo, lo que veía me resultaba inútil. Empujé con poca fuerza, para que la puerta se abriera por completo. Admiré entonces que la Sra. Soto mantenía a Silvia sentada sobre sus piernas. La mano de la Sra. Soto sostenía un destornillador que recargaba en las costillas de mi hermana, mientras sujetaba su nuca con mucha delicadeza, como si fuera un bebe asustado por los ruidos desconcertantes que la noche emite.

- Calmada mi niña, mamá está aquí. Ya nadie te hará daño -, la señora repetía tranquilamente mientras Silvia gritaba desgarrándose la garganta.

Entonces me libré de toda duda. La madre de Evangeline había sucumbido ante la locura, ante el miedo. No solo por el hecho de haber perdido a su hijo, sino que tenía miedo de quedarse sin compañía alguna. Miedo a estar solo, a quedarse sin nadie que la acompañe en los momentos de alegría o de dolor. Miedo a perder a todo aquel con quien pudiese compartir su felicidad y su tristeza. Peor aún, su fobia no era la única razón por la cual la Sra. Soto realizaba todos esos actos salvajes en contra de nosotros, y yo lo sabía. Era culpa de "Ella", de esa presencia misteriosa y acecharte. Aún así no podía dejar que todo esto continuara y que lastimara a mi hermana, y mucho menos permitiría que le hiciera algo a Evangeline. Intenté acercarme, pero al primer paso que di, ambas voltearon hacia mí.

- ¡Ayúdame! ¡Ella se ha vuelto loca! -, me gritó Silvia.

La Sra. Soto recostó a mi hermana sobre la cama, le dio un beso en la frente y se puso de pie.

- Señora, por favor reaccione, esto es una locura -, dije mientras que con la vista tomé noción de la distancia entre ella y yo.

La Sra. Soto se lanzó contra mí, blandiendo el destornillador de un lado a otro. Tomé una botella de talco del tocador que se encontraba a mi izquierda, se lo arrojé en la cara y dí un salto hacia atrás para salir de la habitación. La Sra. Soto trató de seguirme aún estando segada por el talco. En el instante que salió de la habitación, saqué las tijeras de mi bolsillo y se las encajé en el ojo derecho. Le arrebaté el destornillador y lo clavé en su muslo izquierdo. Finalmente le dí una patada en el costado derecho de su torso, con la cual la mandé unos metros lejos de la habitación. Mientras ella se retorcía en el piso por el dolor, entré nuevamente al cuarto para ayudar a Silvia.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora