Musa

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Nuevamente me movía entre los árboles, gritando por mi esposa, sin obtener respuesta de su parte. Me concentré tanto en la búsqueda que no me percaté de la niebla que se había cernido a mi alrededor. La cual se hacia más y más espesa conforme avanzaba, pero yo seguía firme en mi objetivo: Hallar a Evangeline y aclarar todo.

Con cada paso que daba, llamaba a mi desaparecida y alterada cónyuge. Caminé unos cuantos metros entre la bruma, hasta oír el grito de Evangeline. No uno en respuesta a mi clamor, sino uno de terror. En un instante, tomé camino presuroso hacia la dirección de la que provino aquél alarido. Mientras me movía agitado, logré ver con el rabillo del ojo a mi esposa, de rodillas frente a un árbol que sobresalía del resto por su grandeza. Se notaba que era antiguo. Me acerqué en silencio, lo suficiente para ver la razón de su horror. La escena ante mis ojos era increíble. No en el sentido de ser impresionante, sino que realmente no podía creer que presenciara de nuevo tan vulgar y nauseabundo suceso. El cuerpo de Anthony estaba sujeto al gran árbol con clavos en piernas, brazos. La cabeza decaída, como si mirase fijamente sus colgantes intestinos. Extendidos desde su vientre hasta la base del árbol, cubiertos con lodo y sangre coagulada. Evangeline se mantenía observando, con un inplausible rostro de terror y tristeza. Aquel macabro cuadro, con el que había empezado todo el tétrico juego, se presentaba ante mí una vez más. Como un recordatorio de que "Ella" era quien tenia el control. Tal vez ambos éramos piezas en el tablero, pero yo era un simple peón, mientras "Ella" era una reina sin restricción en su movimientos y sus posibilidades.

Me aproximé unos pasos más. Desafortunadamente mis pisadas hicieron crujir las ramas bajo la niebla, alertando a Evangeline de mi presencia. Ella volteo de golpe a mi dirección, con su cara palidecida y unos ojos cuyos párpados se habían ennegrecido por completo. No dudó un segundo en ponerse de pie y tomar carrera para alejarse de mí. Obviamente, yo seguí sus pasos con similar audacia, tratando de alcanzarle y poder aclarar lo que sucedió. Corrí tras Evangeline, esquivando arboles, raíces, rocas y hoyos. Ascendiendo poco a poco, adentrándonos sin dirección en el bosque invadido por la niebla. Hasta llegar a un acantilado que daba al oscuro lago. Evangeline se paró justo en la orilla de aquel precipicio, dándole la espalda al lago. Yo me aproximaba dejando una cuidadosa distancia, sin embargo mi esposa aún se mantenía a la defensiva y apuntaba el hacha hacia mí, no importando que la mano le temblara indetenible. En mi intento de apaciguar su ira y su dolor, deje de avanzar. Ella bajo el hacha y respiró un poco más despacio. Mis dudas eran demasiadas, pero tenía que poner un orden a ese hilo enmarañado dentro de mi cabeza. Lo principal era averiguar qué pasaba con Evangeline.

- ¿En verdad piensas qué yo maté a Anthony? -, pregunté sin más reparo.

Ella titubeó antes de hablar, después cerró los ojos reflejando dolor. Dijo que ella misma me vio enterrar el cuchillo en el estómago de su hermano. Ella me gritó varias veces, pero yo parecía no escuchar. Incluso intentó ir a detenerme pero su cuerpo no se movía y que al final se desmayó sin razón aparente. Me quedé en silencio. Mi primer pensamiento fue que aquella asechante mujer no solo había estado jugando con mi mente, sino con la todos nosotros. Evangeline, Silvia, la Sra. Soto e incluso el pequeño Anthony, todos éramos presas atrapadas en las trampas del cazador. Si Evangeline estaba convencida de que lo que vio fue verdad, no habría forma de que creyera mi versión de la historia. No tendría porque hacerlo, ella me vio matar a su hermano con sus propios ojos, o al menos eso pensaba. Yo había experimentado en carné propia las ilusiones que "Ella" creaba, y sabía lo convincentes que eran. De modo que para Evangeline esa era su realidad y yo no tenía forma de probar lo contrario. Me resigné a mi suerte, solo podía ver como mi esposa se llenaba de odio hacía mí.

- Solo dilo, Alfa. Di que no es cierto, di que es mentira y yo te creeré. Sabré que lo que dices es verdad. Así que anda, dilo -, las lagrimas se deslizaron por sus pálidas mejillas.

- Evangeline... Yo no...

Pocas veces me había quedado sin palabras como en ese momento. No porque me impactara su aparente acto de "comprensión", sino porque lo noté. Lo vi en su ojos cristalizados por el llanto. Se sentía en su respirar irregular y entrecortado, en sus labios que esbozaban una mueca incomprensible, en sus manos agitándose levemente. Lo vi con claridad. Evangeline tenía miedo. Peor que eso... Ella me temía a mí. Bajé mi mirada, con una pulsación raquítica en mi pecho. Nunca había sentido dolor igual en mi vida. Algo, tanto en mi alma como en mi mente, se fracturó en un segundo. Entonces llegó el clímax de mi agonía

- Lo siento, Alfa. No cabe en mí un sentimiento tan horrible como el odiarte. Me frustra y alegra el saber que jamas podría sentir tal cosa por ti. Porque te amo. Por eso perdóname, pero pondré fin a este dolor -

Evangeline dio un paso hacia atrás y dejo a su cuerpo precipitarse contra el agua. Corrí hasta la orilla del risco, solo para ver la silueta de mi amada fundirse con la negrura del calmado lago. Cerré mis párpados y sentí mi interior estremecerse. Todo en mí se detuvo de golpe, a la vez que un ardor infernal ascendía hasta mi cabeza. Mis puños se contarían con fervor y mis dientes tronaban. Sí, estaba más que furioso. Habría sido capaz de declararle la guerra al mismísimo Diablo, o incluso a Dios en persona.

Dí media vuelta y abrí los ojos. El paisaje frente a mí no hizo más que aumentar mi cólera: Estaba parado en la carretera frente a la cabaña. Volví la vista y ahí estaba el cuerpo de Silvia, plantado en el suelo. Ensangrentado y enlodado. Respiré hondo, mi sangre hervía y a pesar de mi situación sabía que mantener la calma era lo más adecuado. Necesitaba pensar, aclarar mis ideas. En verdad quería hacer pagar a aquella mujer misteriosa por manejar mi mente a su antojo. Por asesinar a mi familia y por poner a Evangeline en mi contra, pero para eso necesitaba un plan y no lograría formular ninguno si me dejaba dominar por la irá. Mientras pensaba, oí paso aproximarse. Venían del mismo lugar que en mi anterior visión, voltee pero no ere mi esposa la que se acercaba. La señora Soto se detuvo justo a 10 metros de mí, con una pala en su mano derecha, la cual apretaba con fuerza. Sus intenciones eran claras. No me quedó más remedio que defenderme cuando ella arremetió en contra mía, con la pala por delante. Yo esquivé los ataques con facilidad, pues sus movimientos eran torpes y erráticos. Con uno de sus golpes fallidos, pude tomar su brazo y rompérselo sin mucho esfuerzo. Haciendo que soltara su arma. Tomé la pala en el aire y furiosamente golpeé su cabeza. La Sra. Soto cayó al piso un instante. Fue una sensación extraña, todo fue instintivo. No pensé ni por un segundo en quien me atacaba. Hasta que la vi tendida en el pasto, emanando sangre por la boca. Había matado a la madre de mi esposa. Aquella mujer que me dio la confianza para cuidar de su hija. Es verdad que nunca fui muy allegado a ella, pero la conocía desde que era un niño, y sabía que ella me quería, a pesar de todo. Sin embargo, aunque que era consciente de mi atroz cometido. Eso no me importó, ni me produjo incomodidad alguna. Más eso me hizo dar cuenta de todo. Yo también era un monstruo con la piel de un humano. Tal vez eso atrajo a esa mujer hacia mí. "Ella" sabía quien era yo y lo que escondía dentro de mí.

Me giré con un movimiento lento, entonces la vi. Después de todo lo que me hizo pasar, al fin pude verla con claridad. Parada a solo unos pasos de las escaleras de la cabaña. Su piel blanca brillaba con la luna y su pelo oscuro caía por enfrente de sus hombros, cubriendo su cuerpo desnudo. Lucía como una musa del arte. Un letal poema que había tomado forma de mujer. Ya que el pelo cubría sus ojos, lo único se podía observar de su rostro, era una gran y malévola sonrisa. Había llegado el momento de hacer mi jugada final.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora