Ilusión

113 17 1
                                    

Me incorporé de pié, aún aturdido por el golpe anterior. Traté de avanzar hacia el frente, pero todo en mi entorno se movía de un lado a otro sin detenerse. Cerré los ojos y me sujeté la frente unos segundos. Cuando el mareo acabó, seguí caminando. Me detuve justo frente al cuerpo de Silvia. Miré fijamente como yacía tendida en el piso, cubierta y rodeada de polvo, rocas y sangre. Se figuraba a un títere empolvado, cuyas extremidades se posicionan inarticuladamente alrededor suyo. Su rostro no mostraba mueca o expresión alguna, estaba pasible e inperturbado. y sus ojos no reflejaban luz alguna, se habían apagado como las estrellas al morir. Me acuclillé a un lado de ella y cerré sus párpados, para que así permanecieran de allí en adelante. Después de aquel insignificante gesto de compasión, o por lo menos yo creo que eso fue, mi vista se fijó en una de las piernas del cadáver. El fémur derecho se había partido por la mitad y sobresalía por la parte superior del muslo. Me acerqué y miré a detalle aquella herida, pues aunque era horrible, era la única que tenía en esa pierna. Sin embargo, yo recordaba haber atendido otra lesión en ese mismo sitio, pero Silvia no tenia siquiera vendado el muslo. Ademas, de tener aquella herida, le hubiera sido imposible correr como lo hizo y mucho menos escalar la cuesta.

Tal vez no suene tan relevante, pero ese simple hecho cambio por completo el paradigma de lo que yo creía que realmente había pasado. Ahora no tenía certeza alguna de lo que era real y lo que no. No podía afirmar si la Sra. Soto en verdad había enloquecido y atacado a mi esposa y hermana. Aunque Anthony se hallara donde lo recordaba, no me daba pie para corroborar ninguna hipótesis. Tal vez el cuerpo ensangrentado de Silvia frente a mí no era más que otra alucinación. Era posible que el hecho de estar en la carretera al lado de la cabaña fuera una ilusión. Tal vez aún seguía inconsciente sobre el asiento de mi carro. Tal vez... Tal vez todo era parte de una enorme y retorcida pesadilla, y en cualquier momento despertaría un poco sudoroso y con el ritmo acelerado. Evangeline me tocaría suavemente el pecho y me preguntaría cómo me encuentro. No, imposible, yo jamas tuve ni una sola pesadilla, ni siquiera un mal sueño, no hasta ese día. No obstante, aunque no podía confirmar muchas cosas, algo sí era seguro: La situación se me había salido de las manos. O peor aún, nunca tuve nada bajo mi control.

Desde que tengo memoria, siempre me he jactado de ser un líder. Ser quien tiene las respuestas, aquel quien sabe que hacer, aquel que nunca se equivoca ni comete errores y, al contrario de lo que tú o cualquiera pudiese pensar, eso jamas me resultó una carga ni me generó presión alguna. Nunca me quejé de que todos a mi alrededor esperaran nada más que lo mejor de mí. Muy por el contrario, yo no estaba dispuesto a dar menos que eso. Era un afán mío. Fuerza, inteligencia, valor, destreza, astucia y talento nato. Cualidades que muchos consideran te acercan a la perfección y yo no lo niego. Tal vez pienses que es pretensión y vanidad pura lo que digo, y tienes toda la razón, pero se tiene que saber cuales son tus características más aptas. Sé que a todos se nos ha condicionado para distinguir entre una virtud y un defecto, pero basta con reflexionar un poco para darse cuenta que ambas son exactamente lo mismo. Perdón, estoy divagando. Solo me aseguro de que puedas comprender lo frustrado y colérico que me sentía en esos momentos. El sentimiento de impotencia e inutilidad en mí, me revolvía el estomago y acrecentaba el deseo de gritar con furia al eternamente oscuro cielo que me cubría. Aún de rodillas, mi enojó se liberó por si solo. Comencé a golpear en suelo fuertemente con ambos puños, haciendo que pequeñas nubes de polvo se levantaren, una tras otra. Hasta que ya no pude más. Levanté mis manos temblorosas y sangrantes, las observé con detenimiento y apreté los puños. Pude controlar mi irá un poco.

Tras incorporarme, viré sobre mi izquierda y vi a mi esposa, de pié a unos 30 metros de mi ubicación. Al parecer venía del caminó que lleva al pueblo, al otro lado de la colina. Avancé unos pasos hacía ella, con un profundo aíre de alivio. Pero mi tranquilidad no duró mucho, pues comencé a notar un comportamiento extraño en Evangeline. Mientras más me acercaba a ella, más nerviosa la veía. No apartaba ni un segundo su vista de mí. Pude ver que mantenía su mano izquierda escondida tras su espalda baja, era obvió que sujetaba alguna cosa, y la sostenía con fuerza. Definitivamente algo estaba mal. Aun así, continué hacía delante. Sin prisa, midiendo la distancia entre nosotros y tratando de no verme sospechoso. Me detuve a un metro de ella, para no ponerla más nerviosa de lo que ya parecía. Seguí en el mismo lugar por unos segundos, yo era muy cuidadoso, pero Evangeline no era nada tonta y podía sentir la tensión que se formó. Envolviéndonos con contundencia. Pensé en acércame un poco más. Y aún sabiendo que me arriesgaba, decidí hacerlo. En cuanto di un solo paso más, la mano que ella mantenía tras de sí, se proyectó contra mí en un parpadeo. Por simple reflejo sostuve su brazo por la muñeca, sentí el frío rose del metal contra mi garganta. Evangeline tenia un cuchillo apuntando a mi cuello. Las manos nos temblaban a ambos.

- ¿Omega? ¿Qué crees que hacer? No estoy para bromas ni juegos -, me mantuve firme y serio.

Ella no respondió, solo me miraba con una expresión de entre enojo y tristeza. De pronto, las lagrimas emergieron de sus ojos.

- Explicame, Alfa. Solo dame una razón, un porqué -, su voz se ahogaba y se entrecortaba, exigiendo una explicación.

Era obvio que yo no lograba entender a que se refería. Intenté calmarla, sin lograrlo realmente, pues ella continuaba preguntando.

- No sé que pretendías lograr. Él era mi hermanito, solo dime... ¿Porqué lo mataste? -, sus palabras formaron un nudo en mi garganta.

Evangeline creía que yo había matado a su hermano. Solté su mano y ella dejó caer su brazo con rapidez, como el de un muñeco de trapo. Después soltó el cuchillo y bajó la mirada. Me atreví a dar un paso más. Evangeline me detuvo con ambos brazos y me empujó despacio, pero con un gran desapego. Inmediatamente corrió hacia la parte trasera de la cabaña y yo le seguí sin chistar. Logré ver como Evangeline entraba al cuarto del generador. Dí pie hacia allí. Pero antes de entrar, mi colérica esposa salió con un hacha en mano, blandiéndola de lado a lado sin cese alguno. Yo esquivaba los filosos ataques, retrocediendo con cada uno de ellos. Hasta que tropecé con una roca y caí sobre una pila de leña, haciendo que ésta se derrumbara. Evangeline dejo de arremeter con el hacha y corrió a las adentros del húmedo bosque.

Me levanté lo más rápido que me fue posible y di marcha encarrerada para encontrarla. Todo era muy incoherente, no estaba seguro si lo que vivía en esos instantes era real o no. Podría ser simplemente otra ilusión, otra treta de "Ella". De hecho, me convencí de que lo era. No habría forma de que mi amada Evangeline creyese que yo maté a su pequeño hermano, y mucho menos que me atacara de una forma tan feroz. Los hechos me llevaban a pensar que aquello no era más que una trampa, otro sucio truco de aquella presencia amenazante. Pero si lo que quería era jugar, había elegido al rival equivocado.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora