Condena

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Debo confesar que mis pensamientos en ese momento eran, muy probablemente, egoístas y hasta inhumanos, ya que lo único que deseaba era proteger a mi esposa. Silvia, era mi hermana mayor y podía cuidarse sola. La Sra. Soto, aunque de edad ya avanzada, tenía un carácter fuerte. Aunque en aquellos instantes, estaba hecha pedazos emocionalmente por la muerte repentina de Anthony. En cuanto a él, bueno, yo no tenía por qué seguir pensando en eso. Estaba muerto y nada cambiaría ese hecho. Pero no podía parecer tan indiferente ante esto. Creía que el hacer algo por su muerto hermano menor era parte de mi deber hacia Evangeline, así que decidí marcar a un hospital para que trajeran una ambulancia y se llevaran el cuerpo de Anthony. Tomé el celular de Silvia y llamé al hospital que yo consideraba el más cercano, pero como tú te habrás dado cuenta, el hospital más próximo a esté sitio se encuentra a unas 3 horas. Esperé unos segundos con el sonido de la llamada entrante en mi oído, nadie contestaba. Lo intenté varias veces sin resultado, marqué por última vez, hasta que finalmente atendieron al teléfono. Al parecer solo había entrado la llamada porque nadie contestaba. Un ruido blanco se transmitía por la línea. Sin importarme eso, expliqué lo que había sucedido y lo que necesitábamos, pero la única respuesta que obtuve fue el mismo ruido blanco y estático de antes. Comencé a molestarme y justo en eso un ruido diferente empezó a emanar del otro lado. Me quedé en silenció y escuche una risa comenzando a sonar en la llamada, cada vez más fuerte y más frenética. Terminé por enfadarme y colgué.

- Nadie contesta el teléfono, tendremos que ir al pueblo y obtener ayuda en cuanto amanezca -, dije tratando de ocular mi tono frustrado.

Después vi el antiguo reloj de muñeca que mi madre me regaló hacía ya algunos años, cuando le conté que Evangeline y yo éramos novios. Noté la hora que marcaba el reloj y me extrañé un poco, las 6:34 am. Creí que se había descompuesto, así que consulté en el reloj de mi hermana, y mi desconcierto se hizo aún mayor. Efectivamente, ambos marcaban la misma hora, insinuando que ya debía estar esclareciendo la mañana, y sin embargo el negro azulino de la noche y la luna resplandeciente y agraciada seguían su estadía en el cielo. Sin duda el asunto se estaba tornando cada vez más extraño.

Nunca fui un creyente en ese tipo de aspectos. Tal vez porque desde pequeño, cuando los demás niños se asustaban e incluso orinaban la cama en la noche a causa del miedo tras haber oído una historia de terror o visto una película de miedo, yo solo pensaba en una razón convincente para tenerle pavor a todo eso. Pues para mí, todo eso solo me parecía ilógico e irracional. Aún en esos momentos, en los que estaba viviendo la peor experiencia que cualquier persona podría tener, me seguía preguntando el porqué ellas se veían tan preocupadas y yo continuaba tan tranquilo.

Cavilé en esto por unos minutos y después, sin decir palabra alguna entré a la casa y tomé las llaves de mi coche para dirigirme a la ciudad lo antes posible. Me despedí de Silvia, le reivindiqué que cuidara a Evangeline y a la Sra. Soto. También que evitaran salir de la cabaña, pero no le expliqué el motivo. Yo creía que aquel "espíritu" solo estaba rondando en las afueras, ya que solo había sentido su presencia en el bosque. Así tomé rumbo a la ciudad. Durante el camino el sol comenzó a salir lentamente. Entonces me convencí que la llegada del día solo se había retrasado, así que decidí dejar de pensar más en eso y seguí mi camino.

Al llegar a la ciudad paré en el primer hospital que encontré. Al entrar en él todo parecía normal. Los carros se movían por el estacionamiento tratando de encontrar un lugar vacío en donde aparcar, a gente entraba y salía y los pacientes andaban por los pasillos. Al verlos no podía evitar pensar que todos ellos solo eran unas almas condenadas, a la espera de la muerte y que no tienen más consuelo que ésta les llegue lo más pronto posible para acabar con su martirio. Ahora sé con gran certeza que todos estamos en la misma posición, la única diferencia es que ellos, esos "pobres diablos", sí están conscientes de ello y aún así luchan vanamente para aferrarse a este mundo. Es curioso como el ser humano malgasta toda su vida y no se preocupa por ella mientras no ve repercusión alguna, y solo cuando su vida pende de un hilo es cuando se da cuenta del valor que ésta tiene. Reaccionar únicamente cuando se está al borde del precipicio, ese es el rasgo más característico de todos los humanos.

Caminé sin prisa a la recepción del hospital y toqué la campanilla del escritorio. Pasaron los segundos y nadie atendía, volví a tocar y no obtuve respuesta alguna, ni de una enfermera o doctor. Sentí que el ambiente se tornaba más pesado, una tonalidad lúgubre y depresiva se hizo presente en el hospital entero. Miré hacia mí alrededor patidifuso, la gente sentada en la sala de espera, los enfermos que deambulaban por los pasillos y los doctores que los acompañaban, todos habían desaparecido, me encontraba completamente solo. Comencé a sentirme extraño, me sofocaba, como si alguien estuviera comprimiendo mi pecho, cada vez con más fuerza, me empezaba a faltar el aire. Salí corriendo a la entrada del hospital. Mi respiración se agitaba frenéticamente, tragaba el aire a arcadas por la boca. Todo pasó en unos instantes, de momento mi respirar se volvió a normalizar y mi ritmo cardíaco también comenzó a descender.

Al reincorporarme fuera del hospital, me anonadé aún más, pues también la calle estaba completamente abandonada. Y en el cielo, la reina de la noche refulgía de la misma manera que lo hacía en las horas anteriores.

Entré de nueva cuenta al hospital, todo en el interior había cambiado de aspecto. Las luces tintineaban y un eco resonaba aún con el sonido más leve, como el de mis pies al tocar el piso mientras avanzaba. Llegué de vuelta a la recepción, miré hacia el pasillo que conectaba a los quirófanos y discerní la figura de una mujer al fondo. Mientras las luces se encendían y apagaban, aquella silueta se aproximaba a mí, con una andar vacilante e incluso torpe. Yo solo permanecí inmóvil, no porque algo me impidiera moverme, sino por simple curiosidad. Inclusive comencé a avanzar yo también. Pasé la recepción y en cuanto dí unos pasos dentro de los límites de aquel pasillo, la mujer detuvo su andar. Los focos dejaron de centellar y se apagaron por completo. Moré unos segundos en la oscuridad total. Acto seguido, una sensación extrañamente incomoda e incomprensible invadió todo mi ser. Algo ascendió desde mi interior y emanó por mi boca, como un escupir, pero no era saliva lo que salía de mí, sino un líquido cálido y espeso. El foco que se encontraba sobre mí se encendió de pronto, y contemplé mi sangre esparcida por el piso. Miré mi pecho y vi que tenía 2 lancetas profundamente clavadas en medio de él. Me tire al suelo, mi sangre no paraba de emanar, las luces volvieron a parpadear. Como dije antes, el hospital estaba en completo silencio, así que pude escuchar nuevamente el andar errante de aquella mujer. Con la poca fuerza que me quedaba, alcé la mirada y la vi justo frente a mí. No percibí su rostro, solo puede admirar su piel enteramente blanca, parecía ser tan suave como la más fina de las sedas. Su figura era escultural. Me sentí incluso afortunado de tenerla enfrente mío y aún más afortunado de no poder ver su rostro. No podía imaginar una cara que pudiera hacer un perfecto juego con aquel cuerpo. Ella empezó a acuclillarse y yo dirigí la mirada al piso, no quería ver su rostro, me sentía indigno de eso. Ella me sujetó de la barbilla e intento alzar mi cabeza, entonces hice algo extraordinario, por no decir completamente incoherente, irracional y estúpido. Rápidamente coloqué mi mano en su pecho y la arrojé hacia atrás. Me ergí lo más que pude, hasta estar de rodillas. Extraje los dos bisturí, y con mi respiración al tope los clavé en mis ojos. Sentí un dolor incomparable, un inmenso ardor circuló por todo mi cuerpo como si mi sangre fuera petróleo. Grité como nunca lo había hecho en mi vida.

Sentí mi alma abandonar mi cuerpo. Abrí mis párpados, aun podía ver. Me encontraba en mi auto, bancado a mitad de la carretera.

- ¿Un sueño? -, pregunté ingenuamente. - No -, me respondí en seguida.

Aun sentía el ardor en mis ojos y me seguía punzando el pecho. No le di más vueltas al asunto y traté de arrancar el automóvil, pero éste no encendió. Lo intenté varias veces sin éxito. Miré mi reloj, había pasado poco más de una horas desde que partí de la cabaña, eran las 8:12 am. Con ese simple dato confirmé que ya no me encontraba dentro del mundo de los humano, pues aún seguía siendo de noche. Al ver un señal en la carretera, me di cuenta de que solo había recorrido unos cuantos kilómetros. Lo mejor era volver caminando hacia la cabaña.

El Síndrome De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora