El campeón del mundo

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Con un globo rojo inflado con helio como bandera, el nene corría solo entre los arbustos del parque a unas pocas cuadras de su casa. Iba para un lado, volvía, gritaba, sonreía y gritaba una vez más; así se divertía él. No necesitaba de otra cosa. Él disfrutaba de alzar la vista e imaginar que con ese globo estaba volando y podía sentir el cielo con sus manos. Otro día, él era el campeón mundial de volar globos por mayor cantidad de tiempo. Cada vez que el mundo obsequiaba una noche estrellada para ser admirada, él se encontraba manejando una nave espacial a su placer. Iba para un lado, volvía, gritaba, sonreía y gritaba una vez más; así se divertía él.


Instintivamente, algo en él le decía que su globo no iba a poder volar por siempre: cuando llovía, por ejemplo, tenía que regresar a su casa porque tenía miedo de que se le pinchara. Al estar inflado con helio, le alcanzaba al nene con tan solo soltarlo dentro de su habitación, ya que cuando el globo llegaba al techo, la soga para sostenerlo colgaba a unos pocos centímetros de su cabeza. Además, cada día que pasaba, estaba un poco más desinflado. En su inocencia, el nene creía que al globo lo agotaba volver a competir en el campeonato mundial o ser una nave espacial y por eso estaba cada vez más flaco. Pero en tanto y en cuanto que el globo pudiera levantar vuelo, el chico volvería a correr entre los arbustos. Nunca asumió que eso podía pasar


Hasta que un día, después de haber realizado su vuelo número veinte, la nave espacial no arrancó más; el nene no volvió a ser campeón mundial.


No quiso otro globo ni tampoco quedarse jugando con la computadora. Así que, una semana más tarde, el chico regresó al parque. Pero no comenzó a correr, sino que decidió buscar al arbusto con las flores más llamativas y acostarse a su lado boca arriba con sus manos detrás de la cabeza a apreciar el cielo más celeste que jamás haya visto.


Lentamente, globos de todos colores se apropiaron de su vista. El nene empezó a escuchar voces de chicos de su edad que gritaban que querían ser campeones del mundo.


Y volvió a sonreír.

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