Amistad

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Con un café y música sonando en el ambiente, decidí disfrutar de la vista que me ofrecía la ventana del bar. Ésta se encontraba algo sucia, pero las pequeñas manchas no me impidieron apreciar el pasaje que me ofrecía la ciudad a las cinco de la tarde. Más que la ciudad, a mi alcance se encontraban dos calles y tres esquinas; una ínfima parte del lugar que habito.

Llovía. Las gotas caían del cielo de distintas formas: lo suficientemente suave para molestar la visión de aquel que se encontraba en la vereda y, a veces, caían tan intensamente que, al golpear las hojas de los árboles, las arrancaba con extrema violencia. Llovía como si el cielo se estuviera derrumbando, como si el mañana no existiera. Lentamente, la piel de cada transeúnte se arrugaba como si, en pocos minutos cada uno hubiera sufrido el paso de decenas de años. Al final, realmente, la lluvia parecía eterna y el mañana, utópico.

Sobre la vereda donde se encontraba mi ventana, vi a una chica caminando. No pude distinguir su cara de la capucha donde se escondía de la lluvia, pero por su altura, su mochila y lo poco que vi de ella, llegué a la conclusión de que tenía entre dieciocho a veinte años. Por lo mojada que se encontraba su campera negra y la forma de cubrirse con ella, podía darme cuenta de que el frío invadía su cuerpo y que hace ya varios minutos, quizás horas, estaba caminando.

Su mochila se veía muy cargada y le dificultaba el paso. Se notaba que, cada vez que quería levantar un pie para adelantarse un metro y caminar, luchaba contra el peso que llevaba en su espalda para evitar caerse al piso. Estaba muy cansada, así que decidí dejar mi café, agarrar mi paraguas y ayudarla.

La cubrí de la lluvia sin decirle una palabra y ella me miró, sorprendida pero agradecida a la vez. Al ver sus ojos marrones, noté su cansancio y cómo me gritaban en busca de ayuda. Sentí que algo recorrió mi cuerpo al mirarla, pero no pude distinguir qué, así que accedí. Entonces, le conté desde dónde la vi y la impresión que tuve, cerrando la explicación con un "¿Puedo llevar tu mochila hasta donde vayas? Quiero que descanses". Ella, segundos después de procesar esta frase proveniente de un desconocido, me dio su mochila. En el instante  en el que la agarré de sus correas, fui consciente del peso que ella estuvo cargando, aunque no quise preguntarle qué traía en ella, ya que sólo la acompañaría por pocas cuadras.

Seguimos caminando juntos; mientras yo cargaba su mochila, ella se recuperaba del cansancio y, con mi paraguas, me cubría de la lluvia que, de a poco, llegaba a su fin.

Pequeños relatos y desafíos a la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora