La tormenta

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Las nubes que cubrían el cielo nocturno desataron una intensa tormenta en la ciudad, descargando toda su furia contra la ventana de Franco. Las hojas de los árboles se movían descontroladamente hacia todas las direcciones y el viento hacía temblar las paredes de las casas. Estaban en una ciudad, pero el jovencito corrió la cortina de su habitación y se dio cuenta de que estaba en el medio del mar, luchando salvajemente contra la corriente. La imaginación de los nenes es muy extensa y, como sabrán, no hay tormenta o situación alguna que la limite. Mientras tanto, los padres del chico se encontraban durmiendo tranquilamente con la puerta de su habitación cerrada.

Valiente, Franco se refugió entre los múltiples pliegues de sus sábanas. Como le teme a la oscuridad, decidió dejar la luz del pasillo prendida y la puerta de su habitación entreabierta para que se filtrase un poco hacia su pieza. Tapado hasta la cabeza y aferrado a su manta como si de ella dependiese su vida, intentó dormir.

Pensó que eran truenos, pero no. Pensó que era su mamá o su papá, pero nunca escuchó abrirse su puerta. Franco empezó a escuchar golpes secos y en un ritmo sumamente despacio; golpes de metal contra el piso de su casa musicalizaron la aparición de una sombra que pudo ver al dejar la puerta entreabierta. Era un ruido terrorífico que enloquecía al nene porque no sabía cuándo lo escucharía de nuevo, como si aquella persona estuviese disfrutando cada segundo previo al abrir la puerta.

El sonido se hizo cada vez más cercano y más claro, retumbando en la cabeza de Franco cada vez más fuerte. Sus pies se torcieron al mismo tiempo que su cuerpo, envolviéndose entre la seguridad de sus sábanas. Quiso gritar, pero la tormenta era tan fuerte que nadie lo escuchó. O, quizás, su voz no había logrado salir de su cuerpo.

Sólo un ojo dejó destapado Franco, mientras un calor intenso recorría su cuerpo hasta que escuchó cómo agarraban la manija de la puerta; la persona estaba del otro lado y el nene se escondió por completo.

Restos de un auto de plástico quedaron esparcidos por el piso al ser aplastado y algunos peluches fueron pateados. Con sus lágrimas, Franco empapó su almohada y se movía como las hojas del árbol al lado de su ventana por la tormenta. Sintió cómo algo se acercaba y que, suavemente, ubicaba sus seis dedos en la costura de la colcha. Tuvo la intención de morderselos y arrancárselos, pero no se animó. Eran largos y arrugados con uñas sumamente filosas que casi tocaban la nariz de Franco. Apretó la colcha, clavando sus garras y agujereándola, para descubrir al nene.

Llorando y gritando, Franco se despertó con sus padres sentados al pie de la cama. 

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