Maddie's POVEra un sábado por la mañana, uno de esos típicos sábados familiares en los que yo me quedaba sola en la clínica pues mi familia vivía al otro lado del país.
Muchas de las chicas, —las que habían conseguido ciertos privilegios por comer toda la comida en sus tiempos y hablar de sus sentimientos en las terapias grupales— tenían permitido algunos fines de semana en casa, y si se comportaban bien allá y demostraban estar mejor, entonces podía disminuir su estadía en la clínica.
Como verán, el centro de rehabilitación "Canopy Cove" premiaba solo a quienes querían realmente recuperarse. Si no tomabas esa decisión por ti mismo, entonces tendrías que quedarte allí por mucho tiempo, al menos hasta que te dieras cuenta de que necesitabas ayuda.
Todas las chicas se marcharon luego del desayuno. Solo me quede con unas cuatro chicas a las cuales no conocía muy bien, a excepción de mi nueva compañera de cuarto, Becca, quien todavía no llevaba el tiempo suficiente en el lugar como para poder irse a casa por un par de días.
Desayuné cereal con leche, y un vaso de jugo de naranja. Gracias a dios ya me habían reducido un poco las porciones y ahora eran más normales. En un principio eran demasiado calóricas y pesadas, lo suficiente como para hacerme subir de peso en cinco meses.
Debía permanecer hasta el sexto mes en aquel lugar, para terminar con la terapia psicológica y subir al menos dos kilos más, pues las enfermeras aseguraban que al salir del lugar era normal perder un poco de peso, ya que no comeríamos a la hora ni tantas veces al día. En especial yo, que tenía una vida bastante ocupada en Los Angeles.
— Cariño, ¿Haz terminado con tu desayuno? — Me preguntó la enfermera Ellie.
Me había quedado perdida en mis pensamientos y aún me quedaba la mitad del cereal, además estaba sola en la cocina de la mesa azul. — Lo olvide, lo siento. — Respondí con una risa tonta y me devoré lo que quedaba rápidamente para ahorrarme problemas.
— Ve a cambiarte y luego sales al jardín ¿está bien? — Me dice y yo le doy una mirada confusa. — Es un bonito día, el verano ya casi llega.
— Está bien. — Dije saliendo por la puerta. — ¡No me tardo!
Al subir a mi habitación, vi que mis dos compañeras habían hecho sus camas ya, así que hice la mía también. Luego me di una ducha corta, pues me había bañado en la noche y me puse una camiseta simple y shorts. Después de todo, no tenía a nadie a quien impresionar con mi atuendo en aquel lugar. Me cepillé los dientes, dejé mi cabello suelto y bajé descalza hasta el patio del lugar.
Al llegar allí, esperaba encontrarme con alguna enfermera, o quizás una paciente, pero no había nadie. Pensé en ir por un libro y sentarme a leerlo allí, al aire libre, pero cuando iba devuelta al edificio, escuché un silbido.
Al voltear, unos ojos verdes me capturaron a lo lejos. No supe si era un sueño o era realidad, pero sin pensarlo dos veces, corrí hasta el dueño de esos ojos que ya conocía a la perfección.
Unos brazos rodearon mi cintura y me levantaron. Dimos vueltas en un fuerte abrazo. Finalmente estábamos juntos de nuevo y nada ni nadie podría arrebatarme la felicidad que sentí en ese momento.
— Estás aquí. — Dije en su oído sin soltarlo aún.
— Claro que lo estoy. — Dijo apretándome aún más fuerte. — Y no te dejaré tan fácilmente.