Parte 6.

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Alexandros daba vueltas y vueltas en la cama no podía dormir, un fuerte dolor de cabeza lo atormentaba. Así que decidió levantarse y caminar un poco para relajarse y tomar un poco de aire fresco.

Imágenes de una mujer pelirroja en un aeropuerto lo tenían intrigado, ¿Seria él un hombre casado? Pero él no se sentía casado o unido a ninguna mujer. Además, tampoco le encontraron alguna argolla matrimonial que lo implicara como un hombre casado.

Se sentía abrumado y confundido por no saber nada de él.

Salió y al llegar a la sala se encontró con una puerta que estaba medio abierta y la luz encendida le llamo poderosamente la atención.

Así que sigiloso se acercó a la puerta y desde ahí vio sentada con la cabeza enterrada en unos papeles a Jess.

Sus largos cabellos caían como una cascada sobre sus hombros, ella sin percatarse de su presencia, comenzó a estirarse sobre el espaldar de la silla giratoria donde estaba sentada, levantado el poderoso pecho y arqueando la espalda con los brazos estirados hacia arriba y bostezando profundamente, reflejaba el cansancio de la dura jornada.

Él lamio sus labios y su corazón comenzó a palpitar desesperado. Esa mujer tenía la capacidad de excitarlo sin siquiera proponérselo. Ella producía en él cierto deseo que lo dominaba y que va más allá del deseo sexual.

— ¿Aun despierta? — entro a la habitación sin quitarle la mirada de encima.

—¡Ah, sí! Me asustaste, pensé que era papá— lo miro con cierta inquietud, y para él no pasó desapercibida.

—¿Qué tanto haces? — miraba los papeles que tenía en el escritorio, números balances— Estos números están mal — miraba con interés los documentos.

Ella miro los documentos y luego lo miro a él.

—Sí, no he logrado encontrar el error y no me cuadran los números — suspiro — la verdad es que este no es mi fuerte— dijo pensativa y viéndolo como se movía cerca de ella y esta cercanía la incomodaba. La ponía tan nerviosa, la hacía sentir sensaciones extrañas que para ella eran desconocidas. Su inexperiencia quedaba demostrada ante lo que ese hombre le despertaba.

Él noto el nerviosismo de la joven y esto lo lleno de placer.

—¿Te pongo nerviosa? ¡Ah! — se burlaba de las mejillas rojas — No tienes mucha experiencias con los hombres — arqueaba una ceja en son de burla, pero sus ojos brillaban con cierta satisfacción, algo muy dentro de él le agradaba que ella no fuera experimentada, podría tal vez él...

—¿Experiencia? — Ella se enderezo lo que pudo orgullosa en su silla giratoria —de eso me sobra — bajo la mirada a los papeles — No me creas una novata.

Él arqueo una ceja y le sonrió con mucha picardía.

—¡Ah, sí! — tomo la silla y la hizo girar y quedando frente a ella se inclinó tanto que quedaron solo a unos pocos centímetros — me podrías demostrar que tanta experiencia tienes.

Él reía al verla sonrojada.

—No... no... tengo porque demostrar na... da — la cercanía y su olor a limpio la impregnaba de manera mágica, haciéndola enmudecer. ¿Dónde estaba su la lengua afilada que siempre la caracterizaba para defenderse? – pensó la joven atormentada por aquel placer que ese hombre la hacía sentir.

Ella carraspeo su garganta para poder hablar nuevamente.

— Podrías apartarte— lo miro fijo — se me acaba el aire puro— dijo con mordacidad.

La carcajada de él se escuchó por todo el recinto al oír aquella mordacidad en sus palabras.

—Eso estuvo de atar — la miraba fijamente, pero no se apartó, sino que se acercó un poco más — ¿Todavía puedes respirar?

Mi ángel, mi mujer  Serie Salamina Nº 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora