Parte 7.

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— ¡Idiota! — exclamo furiosa la mujer.

Jessica furiosa trabajaba en el campo y refunfuñaba diestra y siniestra por el momento que Aníbal le hizo pasar esa mañana delante de su padre y de Amalia. Como reían a costa de ella. Y su padre el muy insufrible lo apoyaba.

La mujer peleaba con la herramienta que sostenía en su mano, los recuerdos aun fresco no la dejan tener paz. Las palabras venenosas de su padre pusieron en punto a la i.

—"Ustedes pelan como marido y mujer" — se mofo su padre de los dos, mientras reía a carcajada.

— ¡Él no es mi marido! — grito furiosa en medio del desayuno.

Aníbal la miro y sonrió con placer ante aquella maravillosa idea.

—Pero podría serlo, así que mejor limemos nuestras asperezas, no crees mi ángel — él la miraba fijamente cuando pronuncio esas palabras, enfureciéndola aún más. — Por eso debes venir almorzar siempre a la casa y no en el campo.

Todo el desayuno fue un desastre, además empezó a pedirles facturas, cheques girados, contratos de peones, compra de ganado, venta de cada una de las cosas que había en el rancho. ¿Qué se creía ese hombre? ¿Qué ella era su secretaria? o acaso ¿Él era un gran inversionista o empresario acostumbrado a mover cantidades exageradas de dinero?

Furiosa salió termino de desayunar y para rematar el momento de ese mañana antes de salir él le dijo.

— "Te esperamos almorzar, no es bueno que una dama almuerce con los peones en el campo, usted es la señora de la casa" — a lo lejos escucho la risa de los dos hombres.

¡Ah, como lo odiaba! Así era cada mañana.

Aun despotricaba del hombre que se había adueñado de su rancho y lo que mas la enojaba era que su padre lo secundaba todo lo que este decía o hacía.

Seguía luchando con la herramienta para cortar el alambre que se le enredo en la bota del pantalón vaquero, haciéndola caer de espalda.

El sol calentaba y por mucho que ella trataba de soltarse de aquella prisión no lograba hacer nada y en este apoteótico instante se apareció un vaquero que ella vio a lo lejos en la llanura.

Suspiro de impotencia.

— Tendré que pedir ayuda al vaquero – resoplo molesta – y lo peor de todo es que mi padre se enterara de este fiasco.

Ella miraba al jinete que se acercaba con tal gracia, era como aquellos jinetes que montaba en las películas, su fina cabalgadura, su espalda erguida, parecía que la silla y él fueran uno solo. Era realmente elegante, lo miraba fascinada, pero al reconocerlo se turbó.

Aníbal frunció el ceño molesto al ver a la chica en aquella situación.

—¿Qué diablos haces ahí, tirada? — La enfurecida voz la descoloco — ¿Te hiciste daño?

Mientras hablaba se desmontaba con agilidad del caballo. Que para Jessica no pasó desapercibida como buena jinete que era ella.

Ella al verlo acercarse a ella resoplo.

—Aníbal, estoy muy bien, así que puedes lárgate— dijo lo más orgullosa y convencida que pudo, moviendo descuidadamente el pie enredado en el alambre de púas.

Él arqueo una ceja y sonrió de medio lado.

—Sí, claro, — dijo él con un tono sarcástico —se me olvidaba que tienes tanta experiencia — comenzó a reparar en el alambrado — ¿Cómo te enredaste? — pregunto socarrón al ver aquel enredo de pantalón, bota, piernas envueltas en alambres púas.

Mi ángel, mi mujer  Serie Salamina Nº 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora