La felicidad me bailaba entre los dedos solo con tocar tu piel. Si me abrazabas, me recorría un océano que bajaba, y que subía, hasta mi corazón rompeolas. Cada beso tuyo llegó para habitar mi memoria y echar a los malos recuerdos. Tu peso exacto sobre mí me curaba el vacío de cien vidas. Sabías los secretos de las palabras, cuáles habían nacido para ser música o poesía. Y cuando tú sonreías (qué no daría por volver a mirar tu sonrisa), se deshacían las tormentas, cambiaban de dirección las bandadas de pájaros y reverdecían pasiones marchitas. Eras magia.
Sin trucos; o tal vez fuera cosa del amor, que gusta de volar sobre toda ley razonable, gravedad o distancias, y prefiere jugar a los pequeños milagros contra la normalidad de los días. Y todo aquello era magia.
Y quise escribirlo para que algún día lo supieras; que de verdad te amé, y que en cada segundo que pasamos juntos, yo podía notar que estabas, que estás, hecho de pura magia.- Irela Perea