eight

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Hacía bastante calor. Probablemente era uno de los días más calurosos que hasta ahora habíamos tenido. Mi cuerpo me pedía a gritos ir a la playa, tomar helados o hacer cualquier cosa que me refrescara. Me pedía que vistiera un traje fresquito o unos pantalones cortos con alguna camiseta de asillas.

Sin embargo, mi parte coherente no me dejaba hacerlo. Más bien mi parte vergonzosa.

Desde la semana pasada, mis piernas y algunas zonas de mi cuerpo se habían llenado de pequeños moretones. Aparecían de la nada; ni siquiera recordaba golpearme para que salieran. Sabía perfectamente que eso podía ser un síntoma de lo innombrable, pero me negaba a aceptarlo. Siempre me había negado.

Opté por ponerme unos pantalones vaqueros que taparan mis amoretadas piernas y por ponerme una camiseta que Michael había dejado aquí no sé por qué motivo. El chico era muy de dejar su ropa en casas ajenas.

Todos tenemos nuestras manías raras, supongo.

Luke pasó a recogerme esa mañana como era costumbre. La mañana pasó, para sorpresa de todo el mundo, demasiado lenta. Repito, como era de costumbre.

Por la tarde acudí a trabajar. Mi rubio mejor amigo no pudo quedarse por mucho tiempo haciéndome compañía, pues estaba preparando un examen y debía ir a casa a estudiar. Además, ese día era el cumpleaños de Jack y su madre le había obligado a llegar temprano para ayudarla a preparar la cena. Me invitaron a cenar, pues Jack es un gran amigo para mí, pero sin embargo no acepté.

Me inventé la escusa de que mi padre me necesitaba en casa esta noche. Mi padre ni siquiera iba a estar en casa.

Luke aceptó mi escusa y cuando llegó la hora de irse, se despidió de mí, como de costumbre, con un beso en la mejilla.

Si antes yo era una persona aburrida y controladora, ahora me había convertido en un auténtico robot de realizar lo mismo todo el rato. Era como si estuviera programada. Incluso mi estado de ánimo parecía de robot y era conocedora de que eso estaba afectando a la relación con mis amigos.

Esa tarde no hubo mucha clientela. Tan solo unos cuantos señores mayores que venían todas las tardes a tomar el café y algunos jóvenes que pasaban de casualidad y que decidieron tomar algo. Y en parte agradezco que no hubiera venido mucha gente, porque entonces puedo asegurar que sería la última vez que pisarían este establecimiento.

Mi mente no se encontraba en dónde tenía que estar y ya había tenido unos cuantos percances esa tarde; vasos derramados, café demasiado oscuro y un etc de cosas que haría que me despidieran.

- M ¿qué te pasa? – me cuestionó Ashton cuando ya había limpiado la mesa que acababa de vaciarse y se había acercado hacia dónde yo me encontraba. Solo quedaba una pareja en la cafetería la cual se encontraba sumida en su conversación. – Y no me digas que no te pasa nada porque te tengo calada.

Solté una muy pequeña risa, pues el chico había hecho una rima sin intención alguna.

- Ahora no tengo ganas de hablar Ash. – Le contesté. Y era verdad. Hacía tiempo que no tenía ganas de hablar con nadie.

Ashton asintió con la cabeza, comprendiendo – por mi tono de voz cansado – que no debía de insistir.

Las horas de trabajo que me quedaban pasaron rápidamente y pronto ya nos encontrábamos haciendo el cierre.

Yo debía de tomar el bus a casa, pero realmente no tenía ganas. Me apetecía despejar mi mente por un rato e ir caminando. Eran unos veinte minutos que más tarde agradecería.

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