Pan , rojo y tal vez azul

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Habían sido horas más que turbulentos en la vida del gascón pero él estaba muy lejos de caer rendido a los brazos de Morfeo sino todo lo contrario estaba decidió que antes de dormir debía de escribir la carta para su majestad el rey. Conociendo a Luis aquello podía ser su salvo conducto pero, porque siempre habían peros, el joven monarca tenía que estar de humor y D'artagnan temía que lo de la audiencia no se pudiese llevarse a cabo tan fácilmente.

Luego de unos cuantos minutos el mosquetero termino de escribir una carta convincente para el joven monarca e impulsado por aquella carga de emociones también dedico unas cuantas letras para su majestad la reina madre en una hoja aparte.

Dejo ambas cartas sobre la mesa de madera que tenía en el cuarto, a pesar de que su cuerpo pedía descanso su mente no podía dejar las ideas tranquilas así que, sin deliberar más salió de su habitación rumbo a la cocina en donde estaba seguro que encontraría al mensajero. El mosquetero recordó que Aramis le había dicho que podría encontrarlo allí y si no estaba, lo buscaría por toda la casona si fuera necesario. Las cartas debían llegar a Paris lo antes posible porque de otra manera su cabeza no tendría paz.

Abandonado la primera casa y entro en la que se encontraba pegada, según las indicaciones dadas si el hombre no se equivocaba esa era la cocina.

Todo estaba absolutamente en silencio. Aquello le recordó mucho el palacio, parecía que no importaba en donde estuviera, él siempre estaba despierto cuando otros dormían. Todo estaba oscuro, la cocina permanecía impecablemente limpia bajo el manto de oscuridad, después de todo si no encontraba a nadie allí podría comer o beber vino, quizás necesitaba un poco de vino para poder entrar en el mundo de los sueños.

Comenzó por abrir las gavetas del primer mueble que encontró, pero nada, por más que busco y busco por cada rincón de la cocina no encontró ninguna botella de oporto en su lugar solamente se hallaba un jarrón con agua fresca. Pero el mosquetero no le encontraba gracia tomar agua antes de irse a dormir, no claro que no, no era verano y el agua nunca le había gustado del todo.

D'artagnan se sentó en la silla sin importar que la oscuridad lo cubriera, tiro cuidadosamente del pequeño mantel que había sobre una fuente.

- Ha mejorado mi suerte - se dijo para sí mismo mientras que veía descubierto frente a él un pan recién hecho.

El olor era sumamente exquisito y a través de sus dedos podía sentir el calor que emanaba la masa. No pudo resistir mucho tiempo, sabía que debía esperar al otro día pero el hombre tenía hambre, sin vino y con tanta emociones, su apetito había despertado con gran tenacidad.

Sin culpas corto un pedazo y se lo hecho a la boca para deleitarse con aquel sabor.

- Espero que sea de su agrado Capitán

El mosquetero salto prácticamente de la silla al escuchar la voz de la mujer, le había faltado muy poco para estrellarse contra el piso pero aquello no era lo peor, lo peor sin duda era que se había atorado con el pan.

D'artagnan alzo la mirada mientras se golpeaba el pecho con una de sus manos para poder bajar las migas que estaban allí atoradas en la garganta.

Una mujer de pelo rubio, no muy alta pero tampoco baja, de cuerpo bien formado, de ojos verdes y que aparentaba unos treinta y cinco años de edad, le alcanzo al hombre un vaso con agua con una sonrisa muy traviesa en sus labios. Parecía que había logrado su cometido.

- Yo no sé si usted sabe madame... - el gascón tocio antes de tomar un poco de agua - pero es de muy mala educación andar asustando a la gente.

El hombre de la mascara de hierro: El secreto de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora