De como los heridos atienden a las visitas.

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Porthos y D'artagnan se habían tardado en llegar a la casona momento el cual había aprovechado el señor de las tierras de Du-Vallon para conversar con el mosquetero sobre aquel tema que había perdido veintidós años atrás.

-Debo felicitarte – comenzó por decir el obelix viendo que la casona ya estaba casi a la vista pero que aún tenían tiempo.

- ¿Por qué? – preguntó el mosquetero mirando a su compañero bastante extrañado.

- Athos y Aramis no te lo dirán, bueno no de la manera en la que yo lo hare....- Porthos se interrumpió al ver que el obispo salía de la casa y comenzaba a caminar hacia ellos – Ana de Austria es una mujer hermosa.

El gascón se quedó viendo a su amigo frunciendo su entrecejo y tenso la mandíbula. Se sentía incómodo el hombre

-Porthos...

- No, por lo general creen que no entiendo muy bien las cosas pero me alegro por ti. Encontraste el amor y ella parece que te correspondía o te corresponde. Eres padre, toda mi vida quise serlo pero por lo visto no puedo...- se hizo un silencio en el que Du-Vallon trago saliva y luego volvió a ver a su amigo – Si el plan sale bien para todos aun puedes ir por ella. – Porthos le guiño un ojo y luego miró al frente para encontrarse que Aramis los miraba bastante extrañados.

- ¿Qué es lo que ha ocurrido? - pregunto el religioso acercados a los hombres.

- Nada de lo que debamos alarmarte Aramis, tranquilo - le contestó el mosquetero pasando su brazo a los hombros del obispo para repartir el peso entre sus dos amigos. Aun miraba de reojo al gran obelix por la conversación anterior. No estaba acostumbrado a que le hablara de la reina madre fuera del protocolo o rumores - me he torcido el pie, en un clase de esgrima del señor conde.

A pesar de que el capitán intentaba minimizar su torcedura, los ojos y la cabeza del obispo de Vannes eran rápidos por lo que sabía que aquello no era como lo pintaba el mosquetero. Si algo no podía evitar el religioso era preocuparse de más por las mínimas cosas.

- Ahora lo veremos, mientras tanto déjame que dude de tu palabra capitán habló Aramis en un tonó casi riguroso.

Aramis le hizo una seña a Porthos y entre los dos hombres llevaron al mosquetero al interior de la casa, más específicamente al cuarto que ocupaba el hombre de armas y que quedaba en el primer piso.

- Todavía es que no entiendo cómo es que te fuiste a esguinzar el pies D'artagnan - el cura paso la venda con fuerza en el pie del mosquetero y con ayuda de Helena la corto para poder dar así por terminado la curación de su amigo.

- Un simple accidente Aramis, pise mal y esa es toda la historia. En un par de días ya no me dolerá. Esto no debe preocuparte porque con o sin el tobillo torcido yo regresare a Paris lo antes posible. El plan no corre peligro. Relájate. – D'artagnan sonrió de costado

- Pero... - Porthos miró al mosquetero sin entender bien la situación, como siempre - ¿Por qué tienes tanta urgencia de regresar a París? Tienes el pie malo puedes esperar un par de días y volver ¿No? - el caballero de Du-Vallon se llevó las manos al pecho para cruzarlas y el obispo asintió con la cabeza.

- Phillippe tiene ayuda suficiente aquí, están ustedes para enseñarle cada uno de los movimientos que deberá hacer- el mosquetero hizo una pequeña pausa - mejor educación no puede estar recibiendo en estos momentos pero seamos realistas el necesita que alguno de nosotros este infiltrado en la corte y todos sabemos que yo soy el mejor para estar allá sin que nadie sospeche. Me las arreglare con el rey y los mantendré informados.

El hombre de la mascara de hierro: El secreto de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora