Cuenta Regresiva

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El sol se asomaba por el horizonte y así los gallos lo anunciaban con su canto matutino.

Aquellos hombres también se habían levantado como los rayos del sol como si fueran a cantar junto a los gallos, pero no, ellos no cantaban si tampoco tenían que avisar sobre el alba a nadie, los años de costumbre no los dejaban dormir más de lo necesario.

El primero en llegar ansioso por las ideas que se iban superponiendo en su mente fue Aramis, con aire enérgico dispuesto a llevarse aquel día soleado por adelante. Nada ni nadie podrían echar a perder su plan. Claro que no, ya que Dios estaba de su lado y por sobre todas las cosas estaba haciendo esto por su pueblo, por Francia.

- Buenos días - saludo el Conde de la Fere con una sonrisa en los labios, por primera vez en aquellos días Athos parecía estar un poco más tranquilo y aquello se debía a que había recuperado la amistad de su mejor aliado y amigo de años.

- Buenos días Athos – contesto el obispo de Vannes casi con la misma felicidad que su compañero de batalla.

En aquel momento en que las mujeres servían la mesa del desayuno entro Porthos, todo desarreglando mostrando signos de que la noche anterior había terminado en su cama así como vestía. Quizás un poco más arreglado pero de aquello ambos amigos no estaban muy seguros. Los ojos del duque de Du Vallon aún estaban pegados

- Podrías estar más presentable - lo cuestiono Aramis

- Podrías ser más amable, un saludo cordial en las mañanas siempre es bueno y a de más arreglarse con el estómago vació no es de Dios - el hombre de cabellos medios claros miro hacia los atributos de una de las muchachas con una pícara sonrisa - Quien necesita de tus saludos en las mañanas... - el Duque le guiño un ojo a la chica que le estaba sirviendo el desayuno haciendo que la joven se le incendiaran las mejillas en tan solo un segundo.

- Me olvidaba de este estilo de vida - se río Athos y Aramis por su parte dejo escapar un suspiro muy largo, aún no comenzaba el día para ellos y Porthos ya lo estaba poniendo nervioso.

D'artagnan hizo la entrada en silencio escuchando las risas de sus amigos. El mosquetero no llevaba las ropas del día anterior, su uniforme había sido retirado para ser lavabo por alguien del servicio por lo que ahora lucía una camisa blanca más o menos de su medida y unos pantalones de cuero negro. Seguramente la ropa era del obispo de Vannes por la talla.

A diferencia de Porthos, D'artagnan había intentado afeitarse en la mañana pero como los utensilios no se encontraban en su habitación, había terminado por optar solamente por lavarse la cara y así era como una fina sombra de pelo entrecano cubría sus mejillas.

- Buenos días - saludo el mosquetero sentándose al lado del Duque

- Ves deberías aprender de él, Aramis - objeto Porthos palmeando la espalda del gascón con mucho entusiasmo luego de que el trío le hubiese devuelto el saludo.

- ¿Cómo has pasado la noche? – pregunto el conde de la Fere mirando al dúo con una sonrisa

- Realmente no puedo quejarme, podría haber dormido en una cama de piedra e igual hubiese dormido como un bebe, tal como lo hice anoche – contesto D'artagnan mientras buscaba algo en la mesa para empezar a desayunar.

- Que bueno que hayas podido descansar como corresponde porque hoy ya tengo todo planeado para nosotros - hablo Aramis antes de beber aquella infusión servida en su taza.

- Por eso mismo he descansado muy bien querido obispo, no me fío mucho de la gente de la iglesia siempre han abusado de mí en el trabajo - se río el mosquetero recordando a Richelieu y a Mazarino, aunque si tuviese que volver a servir alguno de los dos sin duda lo haría por el primero dado que el segundo se había fijado en la misma española que él y eso nunca le había gustado sino que le había dado dolores de cabeza.

El hombre de la mascara de hierro: El secreto de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora