Capítulo 3: Viaje en tren - Parte 1

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Mis llantos eran silenciosos, pero eternos.

Escucho pasos en el exterior; me apresuro a limpiarme la cara con un cojín y me preparo para lo que sigue. Un agente de la paz irrumpe en la habitación, me toma del brazo bruscamente, diciéndome que tengo que irme al tren. ¡El tren! Con toda la recaída me olvidé que tengo que estar en el tren para ir al Capitolio. Y yo aquí, como un idiota, llorando por lo que me espera. Seguro que ningún Tributo varón ha llorado por algo así. De seguro saldré y veré a todos mirando mi rostro y mis ojos rojizos, y que a Katniss no se le ha derramado ni una gota. En realidad, no creo que Katniss sea capaz de llorar, ella aparenta valentía y fuerza. Aparte, si fue lo bastante inteligente para cruzar la valla electrificada que divide el Distrito 12 con el bosque para buscar comida, seguro será inteligente y astuta como para no llorar y que la vean débil. Todo lo contrario a mí. 

Cuando voy al exterior, cruzó una mirada con Katniss. Ella está como esperaba: normal, sin un rastro de llanto en su cara. Era obvio. 

Nos llevan a un auto, el que nos llevará al tren. Entramos a toda prisa, ya que hay mucha gente en el exterior con cámaras, empujando y armando lío. Yo entro por un extremo y Katniss por el otro, con Effie Trinket en el medio.

Recién salidos del coche, nos quedamos en la puerta del tren solo para que tomen algunas fotos de los Tributos del Distrito 12; genial, uno está a punto de morir y toda esta gente como si nada, esperando ver matarse unos a los otros. Es obvio que nunca debieron afrontar algo así, porque solo los Distritos del 1 al 12 deben enviar chicos y chicas a los Juegos, y la gente del Capitolio solo se divierte mirando. A veces me pregunto qué habría sido si no se hubiesen hecho los Juegos, si hubiésemos llegado a un acuerdo y todos viviríamos en paz. Probablemente yo hubiese terminado el colegio y seguiría trabajando en la panadería. Tal vez tuviese una novia, quizás me casaría y tendría hijos, muchos hijos felices en un mundo en paz. Pero ahora, cuando me están introduciendo en el tren, recuerdo que nada es así, que me están llevando (más bien dicho, están llevando a 24 jóvenes) a un lugar donde tendré que sobrevivir y tal vez matar…y, posiblemente, morir.

Una vez en el vagón, el tren arranca rápidamente, lo que me hace respirar con dificultad, ya que nunca había estado en uno de estos aparatos. Solo hay trenes en mi Distrito para transportar carbón; en cambio este tren es algo del Capitolio, modernizado y elegante, un lugar cómodo y bonito, como todo lo del Capitolio. 

Examino con la mirada el lugar, que es muy interesante. Effie le dice algo a Katniss y esta última se aleja hacia su cuarto. Cuando yo intento escabullirme a mi cuarto también, Effie me detiene para decirme que puedo hacer lo que quiera, en tanto no falte a la cena. Supongo que es lo mismo que le dijo a Katniss. 

Me apresuro para llegar hasta mi habitación donde me hospedaré hasta que lleguemos al Capitolio. Abro la puerta y me encuentro con algo que nunca tuve: un lugar plácidamente hermoso, donde se ve que puedes hacer cualquier cosa y jamás le pasará algo. Yo, obviamente, nunca tuve algo por el estilo. Comparto mi habitación con mis dos hermanos, y ya no entramos. Corro hacia la cama y me zambullo en ella; espero que nadie escuche los pequeños grititos de felicidad que doy, aunque esté en camino a los benditos Juegos del Hambre. En realidad, quiero tener un momento de paz y tranquilidad, antes de que el miedo me consuma.

Me fijo en todo, más bien dicho, toco todo lo que veo. Localizo un armario, y a su lado una puerta. Abro esta última y descubro que es el baño: algo gigante (probablemente mucho más que mi habitación en el Distrito 12), con su inodoro, su lavatorio, espejos, gabinetes, ducha, bañera… quiero ver, tocar, entrar en todo lo que veo. ¡Es fantástico! Lo primero que hago es lavarme la cara, que sigue rojiza por el llanto. Me veo al espejo: un chico de facciones duras y cabello rubio, con ojos azules y una triste sonrisa. Tal vez la gente me vea como un chico "rudo", por así decirlo, pero no es nada de eso… eso es lo que tanto me preocupa, que no lo soy. Voy a necesitar rudeza de ahora en adelante.

Las crónicas de Peeta Mellark: Mis primeros Juegos (LCDPM #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora