Capítulo 9: El entrenamiento, la prueba y ¿ocho u once?

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¡Hola! Gracias por visitar mi historia, aprecio que la lean. En serio: ¿la sigo publicando?

Comenten si les gusta, por favor, eso me ayuda a seguir.

¡Saludos y gracias! .lll.

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Me voy algo aturdido por la reciente charla con Haymitch. Luego de ver esas botellas, luego de verlo tan ebrio… ¿Es que la gente de por aquí no puede decir la verdad estando sobrio? ¿Es tan difícil imaginarse una buena vida después de los Juegos? Eso me da mucho por pensar. 

Mientras abro la puerta de mi cuarto, me voy quitando la ropa y me meto en la ducha, pienso sobre mi vida si ganase los Juegos. ¿Cómo terminaría? ¿Caería en la tentación de la morflina? ¿O sería en la bebida? ¿Sería prostituido y vendido a Panem? ¿Seguiría siendo realmente yo? Es algo complicado, y no espero que nadie lo entienda, pero en verdad me gustaría ganar como Peeta, como mí mismo. No quiero salir como un fanfarrón, o como un idiota, o como una especie de creación del Capitolio; no, quiero salir o morir siendo Peeta Mellark.

Una vez listo el pequeño baño, me voy directo a mi cama, donde me dejo caer de lleno. Me recuesto sobre mi brazo derecho, mirando hacia la ventana, donde se proyecta una imagen (artificial, por supuesto) de un pequeño arroyo. Esa manera en la que el agua cae, la forma en la que las olas van tomando lugar en el trayecto de la corriente… Me recuerda a mí. Es raro, sí, pero me recuerda plenamente a mí. Yo, buscando mi rumbo, tumbándome con todo como las olas, tratando de acomodarme en el reducido espacio social en el que vivo… o en el que solía vivir; debo tomar notas mentales, recordarme que jamás volveré a mi antigua vida, que moriré en los Juegos. 

Muchos, probablemente la mayoría, se imaginan que mi familia y yo vivíamos con todos los lujos por ser comerciantes. La verdad es que no es así; siendo sincero, no conozco a una persona en el Distrito 12 que pueda llevar su vida normalmente y con algún que otro lujo. No compramos carne, no podemos permitirnos hacerlo, ya que está muy caro. En cambio, comemos las duras y rancias sobras de lo que producimos para la venta. ¡Cuántas veces he ido a la casa Everdeen sin que Katniss se enterase! Esas veces eran dolorosas, ya que iba para que la madre de Katniss me curase los dientes rotos, tan rotos por comer cosas duras y en mal estado. También me daba medicamentos para mí y mi familia. Nunca llegué a saber si la madre de mi compañera conocía mi amor por ésta última. Pienso que sí, pero ignoro si alguna vez llegaría a contármelo. De hecho, nuestros padres habían hecho un pacto. Era algo sencillo, pero era una forma de sobrevivir, y lo peor es que era a escondidas: ya que mi papá y la mamá de Katniss se conocían desde hace mucho tiempo, éstos decidieron intercambiar comida Mellark por medicinas Everdeen. Todo era sin que mi madre o Katniss se enterasen. Obviamente, mis hermanos, Prim y yo sabíamos de esto, pero jamás lo habríamos dicho; era la única forma de vivir bien. A veces tenía ganas de contarle a Katniss, es por eso que la buscaba en los recreos… además de querer confesarle mi amor por ella. Pero era mucho más seguro y factible decirle "Hola, Katniss. No me conoces, pero nuestros padres sí lo hacen, al menos desde que eran jóvenes. Oh, se me olvidaba decirte que han hecho un acuerdo de supervivencia a tus espaldas. ¡Adiós!"  que decirle "Hola, lindura. Debo confesarte que te amo desde que éramos unos críos. Espero lo tomes bien, nos vemos". Simplemente prefería la primera opción, pero habíamos jurado no contar nada.

Eso es todo, estoy tan cansado que dejo caer mi brazo. Me duermo en cuestión de minutos.

Despierto con el brazo entumecido. "¡Rayos!", pienso. He dormido toda la noche con el antebrazo, brazo y mano debajo de mi cabeza. Por supuesto, no tuve ni sueños ni pesadillas, por lo que recargué mis pensamientos sobre mi magullado, pobre y sensual brazo.

Las crónicas de Peeta Mellark: Mis primeros Juegos (LCDPM #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora