Prólogo

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La gélida briza golpeaba su rostro.
     Lo acompañaba lo que parecía una pequeña pero infernal tormenta, una que lo acosaba tan sólo a él. El sonido del viento arremetía contra sus oídos, enmutecía cualquier otro.
     Entonces, en un instante, el incesante viento se halló enmudecido al verla. Los instantes a partir de ahí se volvieron infinitos y eternos. Una cámara lenta sin sonido alguno. Estaba viva, era Suzette.
     Y luego, la nada.
     El vacío.
     La oscuridad.
     Se encontraba a sí mismo, solo, en la infinita penumbra. Cada una de las lágrimas recorriendo su rostro eran su única compañía. Llorando, gimiendo, golpeando el suelo en señal de frustración, de culpa, de arrepentimiento.
     En la lejanía, rodeado por la infinita y aterradora oscuridad, nacía una luz, aquel haz que irrumpía su amargo letargo, lo estaba retando. Aceptó, firme, y se irguió limpiándose el rostro rojo e hinchado por el llanto.
     Con pasos torpes y cansados comenzó a acercarse al brillo, que crecía, y crecía, y crecía, y crecía, conforme él se acercaba. Lo deslumbraba la ahora enorme luz que parecía volverse una enorme estrella de luz blanca que se adueñó de toda la oscuridad.
Se encontraba a sí mismo, solo, en el infinito fondo blanco que se adueñaba de toda la sala. Y él, sudando frío, jadeando, con el corazón latiendo con más y más fuerza. Comenzó a correr. Tenía que estar ella ahí, la tenía que encontrar.
     Después de correr durante lo que pareció una vida, se halló con dos puertas de gran tamaño frente a él. Y en las puertas, dos letreros que lo volvían a retar. En la puerta que se encontraba a su izquierda, el letrero ponía el nombre Suzette, y en la derecha, la otra elección, Ilian, el nombre de su esposa.
Sólo quería ver una vez más a aquel rostro que había visto morir tantas veces en su sueño, en aquel su auto, en aquel maldito choque, y siendo éste el causante de sus más ruines pesadillas, escuchando sus implacables gritos agónicos que le sabían irremediablemente a noche. Necesitaba volver a verla, necesitaba pedirle perdón, necesitaba abrazarla una vez más, necesitaba decirle adiós.
     Sin cabida a la duda, corrió a su elección, al llegar tomó el pomo de la puerta, antes de girarlo, pidió perdón al ver en la otra puerta el nombre de su esposa, recordándola. Y al momento, desapareció. Dejando a la nada de nuevo vacía.

Despertó.

Entropía.Where stories live. Discover now