Capítulo 7 - Lance: Marginado.

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     —¿Escuchaste las noticias del doctor que murió dentro de la estación de policía? 
     —¡Sí, hermano! Fue brutal. 
     —Dicen que se suicidó. Pero no sé, el tipo fue atravesado con una pluma en la garganta, no es normal, ¿sabes? 
     —¡Y en su propio consultorio! ¡Jesucristo! Era la maldita estación de policía. 
     Comentaban un par adolescentes mal vestidos cerca de un callejón mientras el sol comenzaba a ponerse, y al tiempo, un hombre encapuchado los escuchaba al pasar. Hizo una expresión de disgusto, de asco, mientras aumentaba su paso. Estaban en una de las partes más bajas de la ciudad, inundada de graffitis y pandilleros. Pero ahí era su hogar, poco más le había quedado después de gastar todo su dinero. 
     Pronto llegó a un edificio de ladrillo rojo, cuya entrada constaba de un pequeño pasillo de escalera hasta una puerta de madera gastada, subió estos escalones y tomó un llavero del bolsillo de su pantalón deportivo, y del llavero escogió una de las dos llaves. Llevaba puesto unos tenis gastados y una remera blanca sucia debajo de su sudadera gris. Al entrar al edificio notó de nuevo ese peculiar olor, siempre imaginaba que encontraría un cuerpo muerto al dar la vuelta en el primer pasillo. El interior estaba tapizado de un color rojo carmín y puertas de madera vieja, se notaban los años. Vivía en el tercer piso, el último del edificio, y al subir tenía que soportar el ruido ocasionado por sus estúpidos vecinos, conforme subía lograba notar gemidos de personas teniendo sexo, algunos sonidos de herramientas, y algunas veces unos gatos maullar. Volvió a tomar el llavero, y ahora escogió la otra de las llaves, la tomó para abrir la puerta de su habitación, la número 27, la primera del tercer piso. 
     Al entrar, dio un vistazo a su pequeña habitación, sentía que algo no iba bien pero lo ignoró para arrojarse pronto a su cama, un colchón con algunos pedazos de cartón antes del piso. El lugar era pequeño, además del colchón también tenía un pequeño escritorio con algunos libros y papeles, de los que se destacaba un libro de piromanía. Era una completa pocilga, había cajas de comida preparada tiradas en el suelo, también de madera, y la única luz que alumbraba el lugar era una de un foco rojo, no había ventanas, sólo una reja de ventilación para evitar que muriera ahogado entre el propio olor de su inmundicia. Poco dinero le quedaba de la herencia que le habían dejado sus padres hacía 7 años... Aún podía recordar, a sus 21 años, el miedo justo antes del impacto con el auto de esa pareja, no sólo sus padres murieron, también la mujer del otro auto, cuando despertó después del incidente estaba tomando de la mano a su hermana la cual yacía inconsciente en el asiento de al lado, sus padres muertos al frente, y un hombre gritando con desesperación el nombre «Suzzette».
     Despertó de la pesadilla del recuerdo. Gracias a su reloj biológico sabía que había caído la noche, habría dormido de tres a cuatro horas, sus ojos recién se abría, acostumbrándose a la luz roja que llenaba su cuarto. Entre dormido, logró ver algo que no estaba en su habitación cuando había llegado unas horas antes; cuando enfocó la mirada notó que era una pequeña cajita. Perezoso se puso de pie desde su cama, y aún con los ojos a medio abrir se acercó a la pequeña caja, era una de regalo, pequeña y de color rojo, partida en dos por un listón verde que arriba formaba un gran moño. También de la parte superior de la cajita de ragalo nacía un hilo, uno que sostenía una nota: «¿Me extrañas, Lance?»
     El hombre, tomó la caja y la miró curioso, leyó la nota una y otra vez, repitiendo las palabras en su mente. 
     Desató el moño. 
     Este cayó contra el escritorio con un movimiento suave. 
     Tomó con sus dedos la tapa. 
     La levantó usando todos los dedos de su mano que creaban presión al rededor.
     De la caja comenzó a emanar un gas verdoso. 
     Lance absorvió el gas sin quererlo. 
     Comenzaron los mareos. 
     Cayó otra vez sobre su cama en el suelo. 
     Entonces, al cerrar los ojos, comenzó la verdadera pesadilla. 

     Empiezo a correr, todo poro de mi cuerpo transpira adrenalina, siento sus pasos detrás de mí, el peso que imprime cada pisada de esa cosa provoca que el suelo a su alrededor vibre. Entonces ruge, el sonido es tan ensordecedor que tan sólo lo escucho los primeros segundos antes de quedar con un increíble dolor de oído, no puedo escuchar ningún sonido a partir de ahí; pero sé que sigue ahí. No logro comprender cómo mi cuerpo resiste logra al impacto de mi marcha, al de mi velocidad. En menos de un segundo sé que todo habría terminado, fallé, me atrapó. Siento cómo su enorme mandíbula invade mi cuerpo antes de aplastarme con sus fauces, atravezandome con sus filosos dientes que asemejan cuchillas, el dolor es insoportable, pero con el incremento del dolor sé que se acerca el final..., desperté.

Entropía.Where stories live. Discover now