Capítulo 2 - ELIE: Rostros anónimos.

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Las pesadillas no la dejaron dormir más allá del amanecer, algunos agujeros en el contenedor le permitían respirar sin muchos problemas, el oxigeno circulaba. Al abrir los ojos sólo pudo percibir la oscuridad siendo atravesada por los mismos agujeros que le dejaron respirar por la noche. Los ruidos de la ciudad comenzaban a hacerse presentes, perturbando su recién despertar, somnolienta. Autos, palabras, sonidos matinales.
     El sonido la sorprendió, la puertita que cubría el contenedor se estaba abriendo, la luz del sol golpeó su rostro, deslumbrándola.
     ¡Salga de aquí, basura! — Gritó un hombre, voz ronca. Cuando logró enfocar su rostro, de entre los edificios anónimos, notó su uniforme que constaba de una gorra verde, mismo color que el resto, un overol con varias bolsas.
     Reaccionó asustada, era algo que no esperaba, en realidad no entendía mucho del exterior. Tragó saliva antes de intentar hablar, sólo balbuceó. Entonces el hombre de overol la tomó de su brazo escuálido, tirando de él y obligándola asalir, arrojándola fuera.
     Malditos vagos —exclamó. Y ella cayó sobre el pavimento, estaba mojado y agrietado; lastimó su espalda y raspó codos al caer. No sabía cómo reaccionar, cómo responder. Sólo observó cómo el hombre arrastraba el contenedor hasta un camión, y ahí unas palancas los elevaban hasta girarlo, tirando el contenido dentro. Observaba el acontecimiento curiosa, expectante. El contenedor volvió a bajar, dejándolo en el piso, donde el sujeto en overol lo posicionó de nueva cuenta en el lugar donde se encontraba originalmente. Él la volvió a ver, ella aún en el suelo —largo de aquí —. Asustada se apoyó en sus brazos lastimados para darse la vuelta e inmediato ponerse de pie. El hombre la veía, y después el conductor del camión, ambos con desprecio, como si ella fuera algo que no debía de existir.
     A su vista notaba edificios altos, y otros pequeños, de distintos colores y diseños, aunque todos opacos. Entre las calles notaba los autos pasar, y con ellas miradas curiosas se perdían instantes en ella, en su bata sucia, en sus pies descalzos. Contrastaba con el resto de peatones en el área, todos caminando presurosos con trajes oscuros, los hombres con corbatas bien ajustadas, y mujeres con altos tacones; igual se perdían en ella, pero nadie más que eso, ninguno se detuvo a preguntar si estaba bien, a todos les importaba más su propia prisa.
      Comenzó a leer los carteles publicitarios que se encontraban en las alturas, también los nombres de las calles anotados en placas sobre las paredes de las esquinas. Los publicitarios anunciaban cosas que ella no lograba comprender, vuelos, viajes, aparatos electrónicos, cadenas de comida comercial; sin embargo uno de estos llamó su atención: «Multinova —leyó.  —Innova, para ti.» Eran letras grandes y blancas sobre un fondo azul que iba degradando en diferentes tonos. Debajo del eslogan se veía la fotografía de un hombre, era ya mayor, de piel morena y su pelo ya pintaba algunas canas, esbozaba una sonrisa perfecta, y la calidad de la imagen permitía notar el color de sus ojos aceituna. De vestido llevaba una bata blanca con el logo de Multinova a en el brazo derecho: La representación de un átomo con tres electrones girando al rededor.
     Reconocía a ese hombre, lo había visto en algún lugar, pero su memoria era difusa, no lograba evocar ningún recuerdo con claridad. Pero esos ojos eran difíciles de olvidar, los recordaba con una mirada fría, pero nada más allá de eso. Al enfocar mejor logró encontrar su nombre escrito en la bata: «Dr. Jerry Lane». En su mente zumbaron los recuerdos, como una parvada tomando vuelo, mas la sensación en su cabeza se volvió insoportable, era un terreno por demás profundo en su psique, era imposible por el dolor llegar más allá de él. Pero el nombre estaba en su memoria, almacenado en fragmentos rotos que luchaban por persistir. El dolor la hizo hincarse al tiempo que tomaba su cabeza, chillando, el dolor era fuerte y persistente, pero conforme la idea del recuerdo se iba alejando el dolor también. Atrajo más miradas. 

Había escapado de aquel lugar, pero seguía siendo atormentada. El huir no garantizaba su supervivencia, necesitaba refugio y alimento, pero ¿dónde? 

Entropía.Where stories live. Discover now