Capítulo 4 - ELIE: La punta del iceberg.

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En el auto atravesaron por algunas calles de la ciudad, atravesando cuadras enteras, cada una con alguna nueva sopresa para ella que poco entendía. Después de pocos minutos notó que entraban a un estacionamiento, la mayoría de los autos aparcados en él poseían características similares a la camioneta en la que viajaba, el resto eran autos comunes y variopintos, sin ninguna característica a remarcar. Manejó Alphonse entre estos autos hasta un lugar cerca de la entrada donde estacionó el auto policial.
     -Te acompaño a la puerta -dijo él, y salió de auto, de nuevo rodeándolo hasta la puerta de la chica, los segundos que pasaron antes de que él llegara se volvieron ligeramente eternos al notar la indiferencia de la compañera. Abrió la puerta, le tendió la mano. -Ven, sígueme -dijo él y ella le tomó la mano, bajó del auto de un saltito y lo volvió a mirar, él también la miraba, y ambos intentaron no perderse en sus propias miradas curiosas. La tomó del hombro y se apartaron del auto para que él pudiera cerrar la puerta. Giró la cabeza a Ilian y dijo: -Dame un segundo -se marchó junto a ella y comenzaron a caminar hacia la entrada de la edificación.
Le parecía imponente, primero unas escaleras en forma de abanico de un par de decenas de escalones, y en las orillas unas estatuas de leones, como guardianes. En el centro del abanico se encontraba el inicio de la estructura principal en forma de hexágono y con un techo en forma esférica y ventanales. Al frente, de lado de las escaleras de abanico ponía el mismo símbolo en forma de estrella y las palabras «Policía Federal». A los lados del edifico había unos jardines que contrastaban con el color gris que dominaba el resto de la estación. Algunas personas uniformadas entraban y salían del lugar, también gente con traje elegante, y otros más casuales.
     -Escucha -comenzó Alphonse cuando terminaron de subir las escaleras de concreto-, no puedo acompañarte más allá de aquí. Debes arreglártelas sola una vez dentro, sé sincera, explica la situación y seguro todo estará bien. ¿Sí?
      Ella preferiría que no, preferiría quedarse con la único persona que le había tomado atención, pero parecía que él no podía regalarle más de su tiempo. Necesitaba volver a avanzar sola, aunque por otro lado había llegado a donde planeaba ir desde el inicio, estaría bien, era un lugar seguro.
     -Está bien -asintió ella.
     Y Alphonse de nueva cuenta le respondió con una sonrisa. Acarició su mejilla. -Vas a estar bien. Si necesitas ayuda, puedes llamar a este número -entonces el policía le dio una pequeña tarjeta, ella la tomó y observó curiosa, entre sus vagos recuerdos podía entender lo suficiente de qué era un número y qué debía hacer con él. Está tarjetita no llevaba los mismos motivos que la camioneta o sus trajes, sino era blanca, minimalista, con letras negras y gruesas ponía: «Aphonse Miller». Y por debajo, con letras más delgadas, un conjunto de diez números. La mujer recitó los números en su mente, uno a uno. Y asintió. -Bien, me tengo que ir. Mucha suerte -dijo por último, despidiéndose, tomando su hombro, la soltó y comenzó a bajar las escaleras. Ella lo miraba, temeroso por su partida.
Llegó el momento de entrar, las puertas estaban abiertas, y cruzarlas significaba un nuevo principio. Avanzó, primero un pie, después es otro. Dentro del edifico el color gris seguía predominando, parecía inmenso y en el techo No sabía con quién hablar, o a dónde dirigirse, sólo siguió delante, esperando que todo saliera bien. Vio una persona, uniformados de la misma manera que el policía que la había llevado hasta ahí, ésta estaba detrás de un mueble semicircular, y sobre de él había papeles, computadoras, y teléfonos, además de un pequeño letrerito que ponía: «Recepción». Se acercó, el hombre era robusto, de estatura mediana y rostro cuadrado, su cabello era bien corto de la nuca y arriba un tanto más largo.
-¿La puedo ayudar? -preguntó el hombre robusto.
-Ah..., sí, no, no lo sé -respondió tímida. El hombre respondió con una mirada fuerte, no estaba para perder el tiempo. -Creo... creo que estoy perdida. La verdad, no sé, no entiendo mucho de este lugar, y, y -quedó muda.
El hombre la miró sin inmutarse, a diario llegaba gente con quejas parecidas. Vagabundos por lo general, cansados de las calles, en busca de ayuda; también drogadictos arrepentidos en busca de reavilitacion. Era uno de los procedimientos de rutina. -Mire, señorita, podemos darle la atención básica necesaria. Luego podemos otorgarle información sobre un sitio especializado, ¿me entiende? -Hablaba él como un robot, palabras programadas. Ella asintió. -Muy bien, sólo necesito que anote su nombre y edad en esta lista.
Ella quedó pasmada, no esperaba este tipo de pregunta. -Yo no sé..., no sé mi nombre -dijo ella, ni siquiera sabía si tenía uno temía a esa pregunta desde el inicio, desde que Alphonse le dijo el suyo, desde que mencionó el nombre su compañera Ilian. Nombre, esa palabra le parecía tan extraña, nunca había poseído uno, mas sabía que existían, los médicos, los monstruos, dentro del laboratorio tenían nombres. Pero ellos, los experimentos, no.
-Perdida de memoria, bueno, eso requiere un chequeo médico inmediato -dijo el hombre detrás del mueble. Y luego señaló una puerta blanca a pocos metros, -entre por esa puerta, un médico la atenderá. Luego tendrá que llenar algunos documentos.
Repitió las palabras del hombre en su mente, no entendía la mitad de sus expresiones, así que simplemente se dejó llevar por las indicaciones. Hizo una mueca que demostraba su desconfianza, dio las gracias al hombre de la recepción y caminó hasta la puerta. Al llegar la puerta, de pronto algo lanzó hacia atrás, tirándola al suelo. Era la puerta blanca que le había indicado la habían abierto desde dentro con fuerza.
-!Maldito médico de quinta! -gruñó el viejo que salía de la habitación, era pequeño y delgado, no tenía un pelo en la cabeza, en contraste con sus orejas de las que brotaban canas. -Y tú, quítate del medio.
En un momento cruzaron miradas. Y durante ese instante pudo ver a través de sus ojos, entró entonces a su mundo personal, a su mente, y sin control viajó. Vio entonces al viejo, mas no lo estaba, sino un tanto más joven, con pelo todavía, aunque comenzaban a notarse algunas canas. Se miraba al espejo, luego miró al lavabo, tomó un tanto de agua y con ésta lavó su rostro para volver a mirarse al espejo. Llevaba un traje negro, corbata negra y camisa blanca. Repitió fuerte para el mismo: « Sé fuerte, no te derrumbes.» Seguido de esto salió del cuarto de baño en el que se encontraba, todos afuera vestían de negro, eran unas 20 personas, era la casa de él, lo sabía, y una foto de una mujer en el centro, era su esposa, era un funeral.

Entropía.Where stories live. Discover now