Capítulo 6 - ELIE: Caperucita y el lobo.

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Repitió infinidad de veces el nombre dentro de su mente. Aún tenía duda, pero era probable, ese podía ser su nombre. Suspiró feliz, nunca más tendría que tener a esa pregunta, al fin tenía una respuesta. Y, lo mejor, le gustaba, el sonido era un melifluo.  Soltó las lágrimas, y cubrió su rostro con ambas manos, sólo dejando descubiertos sus ojos para seguirse mirando al espejo, haciéndose a la idea, no paraba de sonreír.
     Cuando por fin calmó su emoción, decidió darle pie a su ducha, que bien le hacía falta. Apartó la cortina que la separaba del interior de la regadera, dio un paso al frente, sabía qué hacer, en el laboratorio las duchas eran obligadas y rápidas, pasaba con sus compañeros de uno en uno a ser mojados con un líquido frío que no era agua, lo recordó. Miró las llaves metálicas e instintivamente las giró, el agua comenzó a emanar del embudo en la parte superior, los primeros instantes era poca, después se hizo más fuerte, conforme más giro le daba a una de las llaves. El agua comenzó a adueñarse de su cuerpo, cubriéndola con una fina capa que recorría su piel desnuda, llevándose no sólo lo exterior sino también los problemas, el miedo, era un momento de paz que pocos sabrían describir. Con los ojos cerrados, y con la cabeza inclinada hacia arriba, dejando que las gotas cayeran primero sobre su rostro.

Robert, el médico, entró de nuevo a su cuarto de trabajo. Pasó por la puerta, y después la cerró poniendo el seguro. Llevaba un paquete de ropa que dejó sobre su escritorio. Y después dio pasos firmes hacia el cuarto de baño, su mirada era maliciosa.

Elie tomó el jabón, era blanco y se hallaba a un costado suyo, y con él comenzó a frotar su cuerpo. Pronto el sonido del agua correr ya no ensordeció más los pasos del hombre que se acercaban a ella, había abierto primero la puerta del cuarto de baño, y después con furia corrió la cortina, dejando a Elie expuesta. Lo miró aterrada, él parecía ahora un monstruo dispuesto a atacarla. El médico estiró sus largos brazos hasta llegar a ella, mientras el agua seguía cayendo frenética, ahora mojando a ambos. Tenía una sonrisa, era diabólica, escalofriante. El estado de paz de Elie acaba de pasar a uno de extrema desesperación.
     —¡Ayuda! —gritó con voz aguda y temerosa.
     Robert reaccionó al grito, molesto. Y arremetió en su contra, poniendo con fuerza su mano sobre la boca de ella. La fuerza de empuje provocó que ambos resbalaran y cayeran sobre el piso del cuarto, Elie por debajo golpeó su cabeza al impactar contra el suelo, el dolor le hizo gemir con fuerza, sin embargo el sonido fue ahogado por la mano del médico que seguía pegada a su boca.
     —Es inútil resistirte. Nadie te escuchará aquí —bramó el monstruo. —Me encantan las enfermas mentales como tú, nunca nadie les cree.
     Comenzó a desabrochar su pantalón, sonaba el tono metálico de la hebilla que, combinado con su respiración agitada, creaban la perfecta sinfonía del terror. Se excitaba por la desesperación de la mujer, veía esos ojos llenos de miedo y pánico. Ella estaba débil, ya que pese a que intentaba apartarlo con brazos y piernas no podía hacer nada, él no se movía. El agua comenzó a correr por la nariz de Elie, ahogándola, intentó toser pero la mano impedía que abriera la boca, esto le provocaba dolor, ardor; alimentando el sufrimiento.
     Miró sus ojos, y en en el mismo instante la sensación fue la misma que cuando miró al viejo. Se sintió absorbida en un remolino que la llevaría lejos de la impotencia.  Se vio a si misma, que ahora era él, en la esquina de una habitación oscura, estaba sentado, abrazando sus rodillas y con la mirada baja, las últimas lágrimas corrían por su rostro intentando calmarse. Poco se alcanzaba a ver con claridad en el resto de la habitación: La silueta de una cama, un pequeño ropero, contados juguetes. En la esquina contraria a la que estaba él se comenzó a escuchar un fuerte golpeteo.
     —No te escondas hijo, papá sólo quiere jugar un poco.
     La puerta se abrió, y un hombre en zapatillas rojas entró. Llevaba un vestido del mismo color, y su fragancia tenía cierto olor. Sonreía de oreja a oreja, pobre Robert si se deja. 
     —Este será nuestro secreto Robert, nuestro pequeño secreto. 

Elie volvió en sí, y miró al hombre, ya no con miedo, sino con lástima, desprecio. —Yo no soy ese hombre —dijo, y Robert dudó, no entendía lo que acababa de decir, y tampoco comprendía su recién cambio de actitud, altamente notorio, como si se tratase de un despertar. Ya no estaba asustada, sino tenía una mirada fiera. —¡Yo no soy tu padre! —rugió ella. 
     —¿Cómo sabe qué...? No, no puede ser —se preguntó Robert para sí, entre dientes, el sonido del agua caer terminó de ahogar por completo el sonido. —¡¿Quién eres tú!? —gritó, y en se levantó dejando que el agua corriera directamente encima de la mujer, ella actuó rápido al patear la entrepierna del hombre, el cuál gruñó de dolor, apartándose lo suficiente para que ella tuviera una apertura por la cuál huir. Ella corrió, pero todavía estaba dentro del cuarto de baño cuando él volvió a gritar: —¡Vuelve, estúpida! Voy acabar contigo —dijo con un tono más agudo que antes, y después se quejó por el dolor. Mientras él se ponía de pie, ella abrió la puerta del baño, seguía desnuda, y corrió hasta la puerta principal, pero ésta se encontraba cerrada, giró la cabeza y vio al hombre recargado en la salida del cuarto de baño, mirándola temible, de su bolsillo entonces y de él sacó una llave, sonrió. 
     —¡Ayuda! —aulló Elie a la par que comenzaba a dar golpes en la puerta. — ¡Alguien! ¡Por favor! 
     —Es inútil, arreglé esto para que el sonido escapara el mínimo, además, debe ser justo la hora de la comida, no hay nadie que te salve —el médico, mojado, comenzó a caminar hacia ella, goteando. El agua de la regadera seguía corriendo. Sus pasos eran lentos, Elie se sentía de nuevo sometida ante el terror, pero no volvería a esa posición. —Vamos pequeña, papá sólo quiere jugar un poco, será nuestro pequeño secreto —amenazó. Elie estaba acorralada contra la esquina del escritorio de su atacante, tomó lo primero que encontró dentro del montón de cosas que estaban por encima de éste. —¿Sabes quién guarda los secretos mejor, pequeña? Los muertos.

    El lobo feroz estaba demasiado cerca, y abrió sus enormes fauces; Caperucita actuó valiente, tomó su espada y de un tajo cortó una parte del cuello del monstruo, bañándose en su sangre. 

    

Entropía.Where stories live. Discover now