Capítulo V

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— Frank, por favor. Quiero irme de este lugar —volvió a insistirle al moreno. Pero al parecer, irse tan pronto no estaba en sus planes— Estoy asustado.

En efecto, aquel lugar era aún peor por dentro que por fuera. La mayoría de las ventanas estaban rotas y por consecuente había cristales por todas partes, peligrosos y filosos cristales. La pintura de las paredes estaba raída y desconchada, junto con un espantoso olor a humedad que reinaba en todo el recinto. La linterna que Frank había sacado de su bolsillo trasero no ayudaba a repeler la oscuridad innata de los pasillos y salones, lo que solo le provocaba más escalofríos. Tenía miedo de trastabillar con un objeto y tropezar, o peor, perderse en el laberíntico psiquiátrico. Por esa misma razón, se aseguraba de mantenerse junto a Frank en todo momento, sosteniendo su mano con fuerza.

— Oh vamos, Gee. Apenas llegamos. ¿Acaso no tienes sentido de la aventura? —respondió éste con una sonrisa, liderando la marcha.

— Creo que mi concepto de aventura es muy diferente al tuyo. Estoy seguro de que esto se considería invasión de propiedad privada. Si nos atrapan...

— No nos atraparán. ¿No has visto este sitio? Está completamente abandonado desde hace años. Ya nadie viene aquí, bueno, solo adolescentes calientes para divertirse. Si sabes a lo que me refiero —sonrió con picardía.

— Espera, ¿tú ya has estado aquí antes? —preguntó Gerard. Frank parecía guiarse bastante bien, tal como si conociera ese lugar. Algo le decía que aquella no era su primera vez allí.

Pero la única respuesta que recibió de su pareja fue un guiño de ojo. Caminaron y caminaron por aquel oscuro edificio, dieron numerosas vueltas y atravesaron más pasillos de los que Gerard podría recordar, hasta que finalmente se detuvieron en una habitación cuya puerta estaba abierta. Parecía ser una especie de dormitorio, pues había un oxidado soporte de cama y sobre este un viejo colchón, salpicado con manchas misteriosas. También había una repisa hecha añicos y una pequeña ventana por la cual entraba la pálida luz lunar.

Frank había entrado primero y ahora se encontraba de espaldas, observando el paisaje a través de la ventana. La luz le daba un aspecto extraño a su piel, casi lúgubre. Cuando Gerard le siguió dentro, se volteó, y pudo apreciar un reluciente objeto de metal en su mano. Era una navaja.

— Frank, ¿qué haces con eso?

Frank no respondió. En cambio, caminó hasta el colchón y luego se sentó sobre la superficie de este. Palpó tentativamente el lugar a su lado para que se sentará junto a él— Ven. Siéntate conmigo, bebé.

Gerard se había detenido bajo el umbral de la puerta, dudoso. Aquel lugar le había dado mal rollo desde que había puesto un pie dentro, y esa habitación tampoco era la excepción. De todos modos hizo lo que le pedía, sus ojos no podían apartarse de la navaja. Una vez que se sentó a su lado, Frank colocó un brazo por sobre sus hombros y lo atrajó aún más hacia él. Aspiró el aroma de su cabello.

— ¿P-para que es la navaja? —le preguntó. Frank solo sonrió. 

— ¿Tú me amas, cierto?

— C-claro —balbuceó Gerard, sin saber muy bien porque le preguntaba aquello. Ambos se decían que se amaban todo el tiempo— Claro que te amo.

— Y yo también te amo. No sabes cuánto. Has traído felicidad a mi vida, del tipo que creí no poder volver a sentir —acercó sus labios a los suyos y lo besó. Luego, para gran impresión y sorpresa de Gerard, Frank apretó el filoso artilugio contra la palma de su mano y se abrió un corte en la piel. La sangre oscura no tardó en comenzar a emanar de la herida. Frank ni se inmutó al hacerlo.

— ¡Dios, Frank! —Gerard le miró atónito, con los ojos bien abiertos— ¡¿Qué estás haciendo?!

— Un pacto de sangre, para consumar nuestro amor —explicó— Un pacto así no se puede romper, es inquebrantable. Una vez que se haga... Estaremos unidos para siempre. ¿No quieres eso?

Por puro reflejo, Gerard apartó su mano cuando el otro intentó tomarla. Sabía lo que quería hacer— No lo sé, Frank. No me gustan las navajas y tampoco la sangre. ¿Además, me dolerá, cierto?

El rostro de Frank no dejaba mostrar ninguna emoción latente.

— Solo si permites que el dolor te domine. Tú debes dominar al dolor, no al revés. Debes mostrarte fuerte ante todo. Y eso es lo que te hace falta; voluntad.

A pesar de lo que había dicho Frank, sí dolió cuando realizó el mismo procedimiento en su propia palma. Y mucho. El corte era mediano y ardía como el demonio. De la abertura pronto comenzó a emanar el conocido líquido rojo, en contraste con su piel blanca. Frank junto sus sangrantes manos en una y sintió como la fea sensación punzante se multiplicaba por veinte. Frank lo besó para distraerlo del dolor, o al menos lo intentó. Y el beso no fue lo único que surgió.

Frank lo recostó contra el colchón a ciegas, puesto que nunca dejó de besarlo ni de sostener su mano. Nunca lo hizo. La mano libre de Frank luego vagó por debajo de su camiseta, sobre su torso, provocando que Gerard se estremeciera ante el tacto frío. Su entrepierna rozaba el muslo contrario y viceversa, podía sentir la erección de Frank contra el suyo. Y terminaron por tener sexo, sobre aquel raído colchón y en aquel horripilante lugar, donde seguramente muchas cosas horribles habían ocurrido. Sus gemidos hacían eco por los silenciosos pasillos y volvían a ellos multiplicados en volumen.

En algún momento, una mancha de sangre llegó a su pecho. Frank la lamió con su lengua y subió hasta sus labios para besarlo. El sabor metálico invadió sus pupilas gustativas y se quedó allí un bien rato. Luego, cuando un estallido de placer casi doloroso amenazaba con desencadenarse en su interior, se perdió en sus propios pensamientos y gemidos y ya no fue consciente de nada además del chico penetrándolo con avidez.

~*~

Más tarde esa misma noche, Frank bajó al sótano. Una sonrisa satisfecha prevalecía en su rostro mientras bajaba las escaleras y llegaba a la planta baja de su casa. Encendió la luz y sonrió aún más.

— Hola, Jam. ¿Cómo te encuentras hoy, cielo?

Preguntó, pero como siempre no obtuvo respuesta alguna de su parte. Jamia siempre era tan callada... Tan... Ilusa que hasta le daba asco. Recorrió con sus dedos el fino cabello de la mujer y luego pasó a su rostro frío. Sus ojos abiertos siempre parecían observarlo a él, juzgarlo. Pero solo lo divertían.

— Sabes, nunca me cansaré de decirte que me gustas más muerta que viva. Eras muy aburrida, cariñito. Tan aburrida que me harté de ti. Pero ahora todo está bien. Encontré a alguien más, alguien mucho mejor que tú.

Estaba comenzado a expedir algo de olor a descomposición, luego se encargaría de eso. La enteraría allí mismo o ya vería que otra cosa se le ocurriría, pero en aquel momento disfrutaba bajar y hablarle a su cadáver tieso y pútrido.

— Su nombre es Gerard. Es algo tímido y torpe, quizás algo ingenuo, pero definitivamente es adorable. Más adorable de lo que tú jamás podrías haber aspirado a ser. Como sea, te dejaré con tu amada soledad y me iré. Después de todo, ¿amabas estar sola, cierto?

Frank depósito un pequeño beso en la comisura de su boca y comenzó a alejarse de allí. Antes de cerrar la puerta apagó la luz y se despidió de la chica.

— Buenas noches, Jamia.

Third Wheel ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora