11.-FRENTE A FRENTE

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Cuando las voces se apagaron, él estaba frente a mí y me miraba altivo. Lucía casi igual a los recuerdos que conservaba intactos en mi interior. Sin embargo, dejando de lado su palidez, supe que algo dentro de él había mutado. Como si su esencia se hubiera impregnado de tinieblas. Algo andaba mal y me hacía cuestionarme si en realidad se trataba de él. Tal vez solo era alguien que se le parecía mucho y nada más. La marea de confusión me succionaba al fondo de un mar de escepticismo. Entonces me hice a la idea de que se trataba de una pesadilla así que me pellizqué, el dolor que sentí demostró que estaba despierta.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos y aún tenía presente aquel día como si hubiera ocurrido el día anterior. Los momentos más dolorosos se avivaron y mermaron mis emociones. Su presencia me hería con la misma intensidad que lo había hecho en el pasado.

¿Por qué me dijeron que había muerto? ¿Quién era él en realidad y qué papel jugaba en todo aquello?

Hacía unos días mi madre y Sabana habían dicho que el rey Kron lo mantenía prisionero en una mazmorra del Bosque Negro. Entonces, ¿qué hacía parado frente a mí y me observaba con tanta frialdad? ¿Acaso no me había reconocido?

Su semblante desmejorado, su voz adormilada y ese velo oscuro que envolvía sus ojos, me asustaban.

¡Toda la pinta de un zombi!

—Sebastián —balbuceé con los ojos anegados de lágrimas.

Quería levantarme y tocarlo, comprobar que no se trataba de una ilusión.

El ser que se encontraba frente a mí ladeo la cabeza y frunció el entrecejo y por un instante creí que me había reconocido.

—¿Estás bien? ¿Te han dejado en libertad? —Quise saber.

Quise contarle que todos en Ciudad Celeste buscaban la forma de liberarlo, que no lo habían olvidado y que esa era la razón por la cual me había animado a entrar en aquel reino tenebroso.

—¿Acaso no lo estoy? —respondió y sus labios se curvaron.

Parpadeaba y ladeaba la cabeza mientras caminaba a mi alrededor con una vara en una mano que agitaba sobre la otra.

—¿Sabes quién soy?

—Por supuesto, eres una princesa.

Miré de reojo a Molpe deseosa porque ella resolviera las dudas que anidaban en mi corazón.

No dio resultado.

—Soy Kalie, tu amiga —dije en un hilo de voz.

Sebastián se detuvo de golpe, me observaba atento como si intentara reconocerme, luego agitó la cabeza y continuó caminando a mi alrededor. De vez en vez algún graznido se escuchaba, entonces él levantaba la vista y el silencio retornaba. La escena me aniquilaba, aquello no podía ser posible.

—¿Por qué tienes autoridad sobre estas criaturas?

Mi comentario no fue del agrado de un cuervo, era más grande y negro que el resto, sus ojos habían adquirido un tono naranja, y tras escucharme graznó provocando que cayera de rodillas. Deseaba someterme y me infringía dolor sin siquiera tocarme.

—¡He dicho basta, Grimo! —zanjó Sebastián.

El cuervo escupió, pero obedeció y de nuevo solo había hecho falta una orden del hada que se encontraba junto a mí para detener la tortura.

—Debería pedirle a la princesa que guarde silencio, amo —Sugirió el cuervo en tono chillón. Fue evidente que estaba de mal humor. Sus ojos se encendían cada vez que nos miraba.

El vuelo de la libélulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora